Por Guadalupe Trueba 

¡Estoy de parto!... escuché cuando respondí a la llamada. Por segunda vez tendría el placer de acompañar a esta pareja en el nacimiento de su hijo.

La siguiente noticia fue “la doctora vendrá a casa a ver que tan avanzada estoy y de ahí veremos qué procede”  Guauuu! Que manera más increíble de actuar para no irrumpir en las condiciones físicas y emocionales de una embarazada saludable y con bebé que está por nacer. Evitar que la madre tenga que salir de casa para que pueda quedarse un buen rato más disfrutando del inicio del parto y de la compañía de su hijo que espera un hermanito.

Luego, ya en el hospital, fui observando otras cosas muy agradables. La actitud de una enfermera que hizo todo cuanto se podía para que esta madre se sintiera como en casa… No sólo cuidar de las tareas que corresponden como enfermera responsable de este nacimiento, más allá de estar pendiente de la temperatura y nivel del agua en la tina de parto, en varias ocasiones se acercó para verter agua tibia en la espalda de la mujer con una ternura y calidez maravillosas. Una enfermera pendiente de lo que la doctora necesitaba para hacer más segura su labor como médico… de consentir al papá cuando necesitaba algo, de preguntarme a mi si requería de una toalla extra… Y qué decir de la doctora que, desde su actitud de apoyo al nacimiento humanizado, la alentaba y cuidaba de forma que pudiera seguir trabajando con lo que sólo ella podía hacer y que era parir a su hijo.
Mantuvo el espejo de tal forma en que fueran la mamá y su esposo quienes pudieran observar el progreso del momento en que el bebé nacía… “Tócate si quieres para que tú misma veas que su cabecita está ya muy cerca de salir… lo estás haciendo muy bien.”

Al nacer el chiquito y después de un largo rato con el bebé en brazos, vino el corte del cordón y el cuarto se llenó de las miradas y sonrisas de complicidad de todos los que estábamos atendiendo a esta familia.  Luego mientras la mamá se ubicaba para salir de la tina y pasar a la cama que le tenían preparada, le ofrecí al papá que se quitara la camisa mojada para tener a su bebé en contacto piel con piel; a lo que el pediatra accedió e inclusive festejó.

Después ocurrió lo de siempre… Ese niño recién nacido permaneció en los brazos de su mamá y comenzó a buscar la mirada la de sus padres… Un ratito de llanto y la clásica salivación acompañada de patadas con las que intentaba subir hasta encontrar el seno izquierdo (tan cerca de los latidos del corazón), para comenzar a succionar con fuerza el sitio de dónde se alimentó por primera vez con la leche de su madre.
Luz tenue, música y esencias elegidas con toda anticipación, trato respetuoso, tono bajo en la voz y la mirada de complicidad de quienes están acostumbrados al entorno apropiado para un nacimiento humanizado.

Hermoso ver que cada vez más y más hospitales ofrecen una atención similar para favorecer nacimientos normales.
¿Puedo llevarme mi placenta?... Sí, por supuesto, sólo tiene que firmar esta forma… Y no más preguntas.

Hermoso presenciar nacimientos atendidos por médicos convencidos de que ésta es la forma de acompañar a la mujer para dar la seguridad y confianza para que el embarazo, además de llegar a feliz término, sea un evento pleno de salud y bienestar para todos y de hospitales amigables del parto normal que ofrecen las instalaciones necesarias para hacerlo.

Así llegué a casa a descansar con el alma en paz… Si esto me lo hubieran platicado hace poco más de 10 años, no me lo hubiera creído.