El parto nos parte

Por Mercedes Campiglia

"Ya se arrancó la del parto express" le dije a mi familia cuando ella me avisó que se le había roto la fuente. Me metí a la ducha y preparé mis cosas para salir disparada en cuanto las contracciones aparecieran. Su hija mayor había nacido en el estacionamiento porque de pronto fue al baño y sintió ganas de pujar. Antes de lograr llegar siquiera al coche, la abuela estaba recibiendo en las manos a su primera nieta. En esa ocasión las contracciones nunca habían sido intensas para ella.

Esta vez no quería que lo mismo ocurriera, de modo que nos preparamos para ir con tiempo al sitio en el que los padres eligieron que su bebé naciera. Pero las señales no llegaban. Mi maleta de parto fue y vino en la cajuela del coche durante 31 horas. El médico decidió inducir entonces y, en cuanto las contracciones se dejaron sentir, me fui a toda prisa a alcanzarla al hospital. Un cuerpo que ya conoce la ruta del parto suele avanzar rápidamente por ella.

Cuando llegué a la sala de labor las manos del doctor y el aparato conectado a su panza aseguraban que las contracciones eran intensas. Ella las sentía, pero no manifestaba ninguna de las señales de dolor que suelen acompañar al trabajo de parto. Entró a la tina un rato, pusimos música y aromaterapia, hice un masaje en su espalda y presioné sus caderas... pero mis estrategias parecían más manifestaciones de afecto que medidas alternativas para el manejo de un dolor que elegía no expresarse.

En un momento apagó las luces y se sentó en la cama por un largo rato, cómo si estuviera meditando, mientras escuchaba la música budista que había elegido. Su marido dormía profundamente en el sillón de al lado, yo la observaba atenta, incapaz de identificar en su rostro el momento en que las contracciones se iban o llegaban.

La cuidaba pensando en lo complicado que debe ser todo para una mujer tan fuerte. Los médicos, e incluso su esposo, la observaban con curiosidad, divertidos con su falta de molestias; nadie en su sano juicio podía pensar que necesitara alguna clase de consuelo. Pero yo lograba ver el sudor que se limpiaba discretamente después de algunas contracciones que el monitor identificaba como particularmente intensas.

Nunca avanzó. Pese a las horas que transcurrieron y los pronósticos a los que todos hubiéramos podido apostar unos cuantos pesos, no hubo progreso alguno durante las 10 horas de goteo de oxitocina que transcurrieron antes de decidir un cambio de rumbo. La vida es enigmática y a quien la observa no le queda más remedio que atestiguar en silencio sus misteriosos giros.

Tomó con la misma entereza que las contracciones, la noticia de que había que cambiar de planes. Abordó valientemente la aplicación de una anestesia que fue particularmente compleja y, estando tendida en la plancha del quirófano, sin dolor finalmente, empezaron a correr las lágrimas por su rostro que yo secaba al tiempo que acariciaba su cabello.

El parto nos parte, quizá siempre se trate de eso. Nos lleva, por un camino o por otro, hasta ese punto en el que nos rompemos. Ese lugar que escapa a toda posibilidad de control. Se parte la semilla para dar paso al brote, se parte el cascarón para que el pollito asome, se parten nuestras fortalezas para que, de su duro caparazón emerja la vida húmeda, suave, tierna, que viene a mamar la leche tibia de nuestro pecho.

En un parto pasan tantas cosas

Por Mercedes Campiglia

Yo me sumé al contingente cuando el camino había empezado hacía rato. Ellos estuvieron trabajando este parto por días y se internaron en el hospital cuatro horas antes de siquiera llamarme; estaba el alba por romper cuando llegué a la sala de labor a alcanzarlos.

Las contracciones eran intensas y frecuentes, pero la dilatación no las acompañaba. Hicimos entonces toda clase de intentos para corregir la postura de esta nena que intuíamos equivocada. Recuerdo haber tocado algo muy duro en su panza que ahora entiendo que eran, no las nalgas, sino las rodillas de la rebelde chamaca que se negó a cumplirle a sus padres el deseo de tener un parto.

Estuvimos juntos 14 horas en las que pasó de todo; desde música relajante, hasta meditaciones guiadas para producir oxitocina concentrando la atención en el hipotálamo y finalmente Luis Miguel a todo pulmón. Pasamos de la tina, hasta el banco de parto, los rebozos y las maniobras. Pasamos de la fruta a los sánwiches y las enchiladas. Del silencio a las conversaciones sobre la vida y las carreteras. De los masajes en la espalda hasta la anestesia. De la mañana lluviosa hasta el anochecer helado. De las cuclillas a las siestas y a los balanceos. De las manos de él masajeando su espalda y acariciando su frente, hasta las mismas manos sosteniendo las manos frías de ella que estaba preocupada por entibiarlas antes de recibir a su nena en brazos en una plancha de quirófano en la que no podía dejar de temblar.

En un parto pasan tantas cosas... Pasan el amor, la desesperación, el dolor, el alivio, el cansancio... Pasan los miedos y los sueños, las miradas anhelantes y las agotadas. Él cortó el cordón umbilical de su hija y dijo las palabras mágicas que hacen que los ojos cansados se llenen de lágrimas "te recibo, te acepto y te amo".

La bebé se prendió a los pechos de esta madre que la recibieron llenos de leche. Ella no habían podido amamantar a su primer hija, a la que tuvo a los 17 años tras una cesárea completamente injustificada. Dos tajos en el vientre fueron necesarios para traer a sus niñas a la vida, pero confío en que este haya sido un camino diferente; más amoroso, más conciente... Cuando se practica una segunda cesárea se remueve la cicatriz de la primera. Y yo confío en que está nueva marca, de algún modo, imprima una impronta diferente; en que, a pesar de su rudeza, la experiencia contenga oculto un bálsamo sanador que remueva los dolores asociados a la experiencia previa.

La realidad no necesita maquillaje

Por Mercedes Campiglia

Nos encontramos a las 2:30 de la madrugada en la puerta del hospital. Hacía un par de días que ella estaba con contracciones irregulares y, en cuanto la vi, supe que seguía en el mismo estatus. Su médico la revisó y le sugirió volver a casa. El trabajo de parto había empezado, pero quedaba un largo camino por recorrer.

Pasaron ocho horas antes de que regresara a la sala de labor. Cuando la revisaron nuevamente encontraron que había progresado, pero no demasiado, por lo que su médico le sugirió emplear oxitocina para ayudar al útero a que trabajara a un mejor ritmo. Ella estuvo de acuerdo.

Las contracciones se intensificaron y decidimos mover un poco con el rebozo para ayudar a que el bebé se acomodara. Pareció funcionar... un par de horas después teníamos un progreso significativo que nos levantó el ánimo. Seguimos andando: tina, amor, masaje, pelota, esencias...

Pero, aunque todo parecía fluir llegamos, sin saber cómo ni por qué, a un punto en el que el proceso se estancó. Vino la sensación de pujo, pero la dilatación no la acompañaba. El cérvix se había inflamado y el médico, previendo un escenario complicado, recomendó cambiar de planes.

Esta historia terminó con un tajo en la panza después de tres días de trabajo de parto espontáneo y 10 horas de goteo de oxitocina. Hay veces que el proceso simplemente no jala y el cuerpo nos pone un alto. No dio razones en este caso... ni cordón enredado, ni manita en la cara, ni bebé demasiado grande...

Unos pocos minutos después de haber entrado al quirófano, ella tuvo a su nene en brazos y le dio la teta. Su compañero, que había pasado tantas horas acompañándola amorosamente, la besó en los labios. La realidad es lo que es, no necesita ajustarse a lo que nosotros esperamos de ella. Es armoniosa y perfecta tal como sucede. No requiere maquillaje, uñas postizas ni peinados. La realidad es bella y está siempre lista para la fiesta.

Resguardo y cobijo

Por Mercedes Campiglia

4:07 AM: "Buenos días,

Empecé con contracciones 2:30am.

Han estado cada 5 min desde esa hora. Yo o mi esposo les avisamos cómo vamos avanzando."

Su mensaje arrancó a mi conciencia del viscoso letargo en el que estaba suspendida. Me lavé los dientes, me até el pelo y veinte minutos más tarde mi auto se dirigía a toda velocidad rumbo a la ubicación que ella me había mandado al celular. Cuarta bebé, parto en casa.

Cuando llegué al sitio indicado su esposo salió en pijama a abrirme el portón que daba a la calle con una sonrisa: "Bienvenida". No había tensión alguna en esa voz ni en ese rostro. Una olla de cacao con hierbas hervía en la estufa de la cocina, llenando la casa de olor dulce y especiado. Su esposo estaba dedicado a la laboriosa faena del llenado de la tina que ocupaba casi toda la sala de esta pequeña casa. Dos de sus hijos jugaban con una multitud de munequitos que tenían formados en el suelo. Su mamá le acercó una taza de chocolate caliente y le acarició el brazo.

La ginecóloga había revisado ya dilatación y frecuencia cardíaca, cerciorándose de que todo estuviera en orden, de manera que su atención estaba por completo disponible para acompañar el proceso. Sentada frente a ella le susurraba lo que pensaba que podría allanarle el camino.

Ella, enrollada en una cobija gruesa y suave, escuchaba desde la distancia, como un ermitaño refugiado en su cueva; un velo se había corrido entre su mundo y el nuestro, de modo que participaba a medias de lo que a su alrededor ocurría.

La tina nunca llegó a llenarse lo suficiente como para reemplazar el mullido resguardo que la manta le proveía, de modo que fue desde esa esquina del mundo que se las vio con su cuerpo para parir a esta niña. Cuando se hizo evidente que el nacimiento estaba por ocurrir, la familia abandonó sus ocupaciones, cesaron el acarreo de ollas calientes y las negociaciones con el calentador y se acomodaron todos en torno a ella, convirtiéndose ahora en su resguardo y cobijo.

Unos pocos pujos en el banco de parto bastaron para completar el proceso que en total le había tomado tres horas con 15 minutos. Parió a su cuarta hija exactamente en el mismo lugar que había elegido para parir, dos años atrás, al tercero.

Los niños despertaron a la hermana que aún dormía y se fueron acercando, poco a poco, a inspeccionar a la recién nacida que había llegado para sumarse al clan.

Tomamos fotos, el pediatra revisó y pesó a la bebé, hicimos impresiones con la placenta que los niños embellecieron con dibujos de colores, conversamos un rato y nos fuimos de la casa junto con el papá, que salía rumbo a la primaria de su hija que no quería perderse el desfile del día de la bandera en el que le había tocado desempeñar un papel protagónico.

Ella se quedó exhausta y feliz en la enorme cama familiar —que en la sumatoria de colchones pegados unos a los otros abarcaba prácticamente toda la habitación— con la chiquita succionando enérgica de su teta, su hijo de 10 años acostado al lado para acompañarla y su madre cuidando que todo estuviera en orden.

"Dicen que necesitamos más espacio" me contaron el día en que fui a visitarlos por primera vez, "pero a nosotros nos gusta que la casa sea chiquita, porque así nos vemos". Un pequeño y apretado hogar que es el abrazo en el que esta numerosa familia ha elegido crecer. Una cueva cálida en la que resguardarse.

Sueños de luz

Por Mercedes Campiglia

Prepararon un cuarto tan perfecto para recibir a este segundo bebé, que podían haberlo alquilado como sala de partos. Un rebozo colgaba de una argolla instalada en el techo, habían dispuesto una cama para el alumbramiento de la placenta, una lona en el suelo para proteger la madera del humedecimiento que podría llegar a causar la tina de partos, un espacio de revisión para el bebé, en un mueble con todo lo que podría llegar a requerirse durante el parto y un pequeño altar con velas, flores y fotos de todo el linaje femenino de la familia. Sobre él había también bolsitas de regalo y cartas para cada una de las personas que fuimos invitadas a esta fiesta que tenía hasta cupcakes previstos especialmente para la ocasión.

Se escuchaba música en todas las habitaciones; ella se movía siguiendo su ritmo y el de las sensaciones que le dictaba su cuerpo. Él la acompañaba de cerca en las rutas monótonas de ida y vuelta que trazaba en su andar entre los cuartos, el pasillo y el jardín. Dátiles, arándanos, almendras y frutos deshidratados habían sido colocados sobre la barra de la cocina. Y el latido del rítmico corazón del bebé completaba un cuadro perfecto.

Dos ginecólogas y una neonatóloga instalaron su equipo de trabajo, prepararon la tina y se sentaron a charlar en los sillones mientras esperaban a que el proceso madurara. El cérvix empezaba a abrirse tímidamente y algunos movimientos con el rebozo parecieron ayudar a acelerar su marcha.

No habían pasado ni tres horas cuando las ganas de pujar cambiaron el tono de la escena. Todos nos instalamos alrededor de ella. Vimos romperse la fuente y un liquido oscuro pintó el agua con una nube verde. Estábamos cerca. El corazón del bebé seguía bombeando rítmicamente. Solo unos pocos minutos pasaron antes de que el bebé naciera. No respiró. La neonatóloga lo estimulaba cada vez más vigorosamente. No respondía.

“Cuenten el primer minuto.” “Primer minuto.” “Cuenten el segundo.” “Segundo minuto.” “Corten cordón.” El bebé seguía sin reaccionar. El oxígeno llegaba hasta sus pulmones mediante una bomba manual que inflaba rítmicamente su pecho. El mundo se redujo a observar ese balanceo. Las médicas buscaban equipo en las maletas… Condensador de oxígeno, aspirador de flemas, colchonetas térmicas… Yo no sabía siquiera cómo debían lucir los instrumentos que se requerían; observaba su danza.

“Háblale a tu bebé.” “Más fuerte.” Le decía la ginecóloga a la madre. Había ido a acostarse en la cama junto a ella. La placenta ya había nacido. “Estás a salvo. El mundo te recibe. Tus ancestros te abrazan y te protegen.” Recitaba la madre mientras el equipo médico continuaba con su tarea. Una de las doctoras le colocaba el estetoscopio en los oídos a la otra para que pudiera escuchar el corazón mientras sus manos se dedicaban a la tarea rítmica y metódica del bombeo del aire. El bebé yacía sobre un pequeño colchoncito térmico. Un llanto suave. Las luces del mundo volvieron a encenderse.

El niño ahora respiraba, pero parecía dormir. El corazón bombeaba. La temperatura era correcta. Fue colocado entonces en los brazos tibios de sus padres y, tras un largo rato de caricias y declaraciones de amor, abrió los ojos y despertó a la vida. “Habrá que trasladarlo al hospital de cualquier forma” anunció su médica. Había que hacer estudios; placas de tórax, análisis de sangre, ultrasonidos cerebrales. Otro pediatra llegó a asistir el traslado. Se canalizó el pequeño brazo del niño que se quejó decididamente ante el pinchazo. Nos alegramos de escuchar su llanto. Y así, en medio de la madrugada, protegido por una abrigada cuna construida con toda clase de cobertores para resguardarle del frío, fue trasladado al hospital que ya esperaba su llegada. El papá se fue con él. La mamá se quedó con nosotras.

Y solo entonces lloró. No mucho. “Creo que estoy bloqueada” dijo. Su ginecóloga le daba pequeños golpecitos con la punta de los dedos alrededor del pecho. La ayudamos a llegar a su cama, nos acostamos alrededor de ella y escuchamos una canción que hablaba sobre el aquí y el ahora; el significado del nombre que había elegido para su niño. Yo me quedé dormida un instante. Una de las doctoras ayudó a la mamá a extraer las primeras gotitas de leche para dárselas al niño en cuanto fuera posible. Nos fuimos después de eso. Ella se quedó con su suegra que había llegado para acompañarla.

Me llevé el sobre que tenía mi nombre, junto con una vela y una bolsita de regalo que lo acompañaban. Me puse la pulsera que había dentro, manejé hasta casa y caí vencida por el sueño. Al despertar encontré un mensaje que me anunciaba que los estudios del bebé habían salido bien. Y entonces el aire entró decididamente a mis pulmones, que habían estado respirando a medias. Transportado por una mano invisible, el niño había transitado sin rasguño lo que el resto vivimos como una descomunal tormenta.

Los pastelitos de limón quedaron esperando un festejo que tardó días en llegar. Pero una foto de los padres abrazados, con el niño en brazos, frente al tendedero de imágenes de las mujeres de la familia, nos puso esta tarde a todos de fiesta. La nota que acompañaba la escena decía: “De vuelta en casa. Fuimos directo al espacio en el que todo quedó suspendido en el aire para retomar lo que quedó pendiente y seguir adelante”.

El niño le había dicho a su madre, en lo que no alcanzo a entender si fue una suerte de visión o un sueño, que confiara, que no tuviera prisa, que permaneciera en el aquí y el ahora. A esas indicaciones se aferraron sus padres cuando la escena se tornó turbulenta. Se mantuvieron calmos y presentes. Él se ofreció como el apoyo en el que ella no quiso dejar caer su peso. De modo que se mantuvieron ambos de pie, valientes, e hicieron frente a la adversidad. Hoy regresan al punto de partida, más fuertes, más frágiles, más bellos.

Parir es salvaje

Por Mercedes Campiglia

Exhausta. No he logrado levantarme de la cama. Respirar comprende más trabajo que de costumbre, escribir cuesta, pensar cuesta. Fueron 24 horas las que transcurrieron desde las 4:00 am del primer día que llegamos al hospital hasta el mismo horario del día siguiente en que partí rumbo a casa.

Primera llegada: “El curso me sirvió muchísimo, esto es exactamente como lo había imaginado” dijo ella. Supe que el camino apenas empezaba. Tres centímetros de dilatación. De vuelta a casa. Ellos siguieron trabajando en su espacio. Yo tomé una pausa en el mío.

Segunda llegada doce horas más tarde, ella quiso ir al hospital porque sentía que ya no aguantaba, aunque el ritmo de las contracciones todavía no estaba del todo establecido. Cinco centímetros de dilatación. Nos quedamos.

Doce horas transcurrieron desde entonces hasta el nacimiento. Todos los recursos imaginables: alternativos, farmacológicos, mecánicos, de la partería, de la obstetricia. Un maratón. La conciencia se le extraviaba entre una contracción y otra. Su marido le sujetaba la cabeza para que pudiera perderse.

A las 12:00 pm se tomó la decisión de aplicar anestesia y prostaglandinas para ver si el cuello del útero terminaba de abrirse. Ella cayó rendida, yo salí a buscar algo de comer en medio de la noche y terminé sentada en la banqueta, frente al hospital, con unos burritos de frijol y un jugo embotellado. Una lluvia fina que empezaba a mojar las calles humedeció mi uniforme.

Volví al cuarto, el medicamento estaba funcionando y el proceso avanzaba. Llegó el momento del pujo. Le dimos rebozos para que se jalara, la ayudamos a bajar de la cama y colocarse en un banco de parto. Empujó a ese niño con toda el alma. Sentía que no iba a poder, pero lo consiguió. Él observaba la escena absolutamente conmocionado; una exclamación y una lágrima se le escaparon cuando el pequeño cuerpecito arrugado salió del cuerpo de su esposa finalmente. No se animaba a acercarse, pasó un largo rato hasta que se decidió a tocar al extraño recién llegado.

Parir nunca es nunca como lo imaginamos; es salvaje, extremo, brutal. No puede encajonarse en ningún compartimento. “Llegué a mi límite” dijo ella cuando estábamos ya viendo asomarse los pelos del niño. “Los límites están más allá de lo que pensamos”, recuerdo haberle contestado. El parto empuja nuestras fronteras a las patadas y nos hace más amplias. Ensancha, en primerísimo lugar, a quien da a luz, pero también, de alguna manera, a todos aquellos que la acompañamos.

Bucear en las aguas profundas del parto

Por Mercedes Campiglia

Me encomendaron la tarea de presentar los resultados de tres años de trabajo del equipo de investigación-incidencia del que formo parte. La presentación se haría en un encuentro sumamente importante de responsables técnicos de proyectos prioritarios para el país. Yo estaba absolutamente aterrada sabiendo que era rana de otro pozo. Faltaban diez minutos para que me tocara el turno cuando entró en mi celular el siguiente mensaje: "Tengo 6 de dilatación, contracciones cada 15 min. Crees que puedas venir pronto por acá?"

Segundo bebé, parto en casa, tina instalada en medio de la sala... Mi cabeza se hacía cuentas... "Claro, en unos minutos salgo para allá". Las preguntas a la ponente que me precedía me parecieron infinitas. Pasé al frente del auditorio y expuse a toda velocidad, temblando, los resultados de mi proyecto. Respondí una pregunta como pude y salí a la calle corriendo en busca de un taxi que me llevara a casa a buscar las cosas que necesitaba.

En el camino llamé a mis dos hijos, uno se encargó de bajar a la puerta del edificio mi maleta de parto, tenis y una playera para reemplazar la ropa completamente inapropiada que llevaba puesta y el otro manejó de vuelta a casa, a toda prisa, para dejarme el auto que se había llevado.

Estaba tocando el timbre de su casa justo dos horas después del banderazo de salida de esta carrera loca. Crucé la puerta de su departamento y sentí a mi cuerpo y mi consciencia zambullirse en las aguas calmas y profundas del parto… mis aguas. Dejé en la entrada los zapatos y, junto con ellos, todas las herramientas de navegación que tenían utilidad en el mundo paralelo que había habitado hasta un segundo antes, pero que sabía completamente innecesarias para bucear en las profundidades que ahora me abrazaban. Sin escalas, sin forcejeos, como si hubiera tropezado con un agujero de gusano, crucé el portal entre dos mundos para entrar a la tierra de los balanceos y los susurros.

Ella, su compañero, las dos médicas que la acompañaban y yo charlamos un rato antes de que la intensidad de las contracciones impusiera sus sonidos y silencios. Eligió entonces entregar sus pensamientos y su vientre al arrullo tibio del agua, acompañada muy de cerca por las manos y los ojos amorosos de su esposo que nunca se apartaron. Funcionó por un tiempo, pero se asustó cuando supo que el final estaba realmente cerca; le había ocurrido lo mismo en su primer parto. Logró, sin embargo, sobreponerse al miedo y dar el salto imposible que lleva a las mujeres a Tártaro, para buscar a la vida en tierra de nadie. Nosotros la esperamos del otro lado del abismo, sujetando las amarras de su barco, ciertos de que regresaría victoriosa y satisfecha.

Y así fue, madre y niña pronto estuvieron abrazadas, aguardando en el cobijo tibio y húmedo del agua, la llegada del pediatra que vendría a confirmar lo que sabíamos todos, que la bebé estaba en perfecto estado. Los abuelos y la hermosa nena de cuatro años que esperaba ansiosa la llegada de su hermana llegaron al poco rato; ella quería ser quien cortara el cordón umbilical de la recién llegada. Le pareció hermosa, acarició su cabeza que encontró sorprendentemente suave y, en cuanto pudo, se aseguró de cogerla en brazos. La gatita de la familia, que había permanecido hasta entonces resguardada del jaleo en su cama, salió también a inspeccionar la escena y sumarse al regocijo adormilado completando una escena hermosa.

En su cama, con sus amores y vestida con el kimono elegido para la ocasión, la dejamos. Indescriptiblemente bellas las escenas del mundo paralelo de los partos, donde tengo la fortuna de poder sumergirme cada tanto. Inmersiones sanadoras para el alma.

Partos desafiantes

Por Mercedes Campiglia

Una y otra vez la vida nos deja atestiguar que no podemos timonear nuestros barcos. Buscamos remansos y encontramos tempestades, buscamos intensidad y nos aguarda el sosiego. Nunca sabemos qué acecha al otro lado de nuestras decisiones. Pensamos que el caramelo rojo tendrá sabor a fresa y termina siendo de tomate.

Ella quería una experiencia suave. Y se encontró con un maremoto. Sentía que en su parto anterior había sido llevada más allá de sus límites y descubrió que la vida renegociaba sus fronteras. La piel, la paciencia, la confianza… todas se vieron estiradas más allá de lo imaginable. ¿Qué es lo que nos lleva al destino que nos aguarda? ¿Son los caminos que elegimos? ¿Son los que nos rodean? ¿Son los fantasmas que nos gobiernan?

A veces pienso que cualquier puerta que abriera Alicia conduciría a la misma escena. Como si no hubiera modo de escaparse de lo que nos toca vivir, sea miel o hígado de bacalao. Y pienso también que en las rutas que nos dejan llenos de polvo y raspones suelen ser las más importantes. Apreciamos los paseos por los jardines en una tarde fresca pero lo que nos forja son los ascensos escarpados de la montaña, las veces en que nos perdemos y nos desesperamos.

Nadie en su sano juicio elegiría un parto difícil; sin embargo los nacimientos complicados existen y hay a quienes les toca transitarlos. Porque el pujo fue agotador, porque algo se complicó con el bebé, porque se presentó una hemorragia, porque el desenlace fue una cesárea no deseada. Se trata de experiencias desafiantes que requieren enormes cantidades de esfuerzo, que ponen a prueba las convicciones más plantadas. Pero se trata también de los eventos que comprenden mayores enseñanzas.

En este caso la bebé no entró a la pelvis de la mejor manera y las meneadas que intentamos para reacomodarla no funcionaron del todo, las asimetrías y los cambios de posición no acabaron de servir para que la cabeza asomara, la anestesia no fue suficiente para resolver la fatiga de la madre, el cambio de rumbo para sacar a la niña por la panza cuando tenía ya un camino andado por otra ruta no fue sencillo, los tejidos sangraron más de lo esperado y la medicina que usó para resolver el problema generó una reacción alérgica en la madre que le hizo sentir que se cerraba su garganta mientras tenía el vientre abierto. Sintió miedo, sintió dolor, sintió ansiedad. Y nada de eso pudo evitarlo ni su atenta preparación ni nuestra dedicada presencia.

Juro que no me separé ni un instante de su lado; no comí más que una manzana y un puñado de almendras en todo el día para no dejarla sola porque sabía que necesitaba contención y presencia. Su marido no se apartó un solo momento; le dio besos y caricias por montones, se acostó en la cama con ella y se acercó decenas de veces a preguntar qué necesitaba y cómo quería seguir adelante. Le hicimos cariños, masajes, le dimos agua, gelatina y palabras de consuelo. Su médica fue absolutamente respetuosa de sus decisiones y le dejó por completo el comando de la experiencia.

Acompañarnos es lo único que podemos hacer ante la dificultad y tratar de aprender; no pensando en vacunarnos de futuras tempestades, sino aspirando a navegarlas, cada vez, de una mejor manera.

Yo no quería gritar

Por Mercedes Campiglia

Yo le había insistido en que lo mejor era esperar, pero ella eligió inducir el parto porque sentía que no podía seguir adelante con una panza de semejantes dimensiones y dos niños durmiendo en su cama. La que llegaría sería su cuarta hija, niña al fin, para completar una familia numerosa en la que el mayor era el único que dormía fuera de la habitación de sus padres.

Eligió un domingo para parir. Llegó por la mañana, le empezaron a suministrar oxitocina intravenosa y a las pocas horas las contracciones se volvieron intensas. Como el cérvix no estaba preparado aun, fue difícil que empezara a abrirse. Una reboceada ayudó a avanzar. Ella pidió anestesia porque el trabajo estaba siendo arduo e imaginó que el camino que restaba sería largo. “Te amo” le dijo a la anestesióloga cuando la vio entrar por la puerta y era cierto.

Durmió una hora. La despertó su bebé. Sintió con claridad cómo descendía por su cuerpo. No hizo falta demasiado. La ayudamos a sentarse en un banco de parto para que estuviera en una posición más cómoda. La anestesia empezaba a dejar de surtir efecto pero estaba cerca y eso le daba aliento. Vio la cabeza de su niña en un espejo, tenía mucho pelo, como sus hermanos. Unas contracciones más y estaba naciendos.

Su marido me miró y me dijo "qué fuerte". Y entendí entonces que la distancia que había guardado a lo largo del proceso tenía que ver con lo impactante que le resultaba lo que estaba ocurriendo. Hay quienes somos del parto y hay quienes no lo son. Para algunos ver a una mujer abriéndose para dar paso a un niño empapado y resbaloso es la escena más bella; otros necesitan un poco de distancia. “Tienes mucha paciencia” me dijo él cuando nos despedimos. Pero creo en verdad quería decir otras cosas para las que no encontraba palabras.

Gemidos, sangre, llanto, líquido amniótico, vómito, temblores, sudor, moco cervical, ganas de ir al baño. El parto es potente, desafiante, absolutamente primario. Ella se había maquillado para recibir a esta niña pero, metida dentro de la regadera, sentía al agua despintarle las pestañas y se preguntaba por qué no podía parir en silencio: “Yo no quería gritar pero no puedo dejar de hacerlo”. El parto es explosivo, ruidoso, instintivo. Nos acerca a nuestra faceta animal y nos arranca la ropa con la que nos disfrazamos de gente civilizada. Y eso puede resultar tanto hermoso como aterrador, todo depende de donde enfoquemos la mirada, en el recubrimiento que se desgarra o en la potencia de lo que emerge.

Como las diosas

Por Mercedes Campiglia

"Ya vamos al hospital" decía el mensaje que me despertó con un "cling" a las 5:10 de la mañana, haciéndome saltar como resorte de la cama. Segundo amanecer consecutivo en que me tocaría ver nacer el sol y la vida.

Suponíamos que se trataría de un parto rápido. El primero lo había sido, de manera que corrimos todos por la autopista, excediendo los límites de velocidad establecidos para llegar a tiempo. La revisaron, tenía dilatación casi completa, y en cuanto se levantó de la cama para dirigirse a la tina que empezaba a llenarse, el niño simplemente se deslizó entre sus piernas.

Un pujo bastó para que saliera completo el cuerpo y la placenta le siguió el ritmo. Ella fue quien nos avisó que estaba fuera. La vimos entonces, habiendo completado su función de vida, descansar sobre la toalla que alguna enfermera había tendido apresuradamente en el suelo. Un nacimiento que simplemente ocurrió, sin necesidad de avisar ni pedir permiso.

A la ginecóloga no le alcanzó el tiempo ni para ponerse un par de guantes, la pediatra llegó bastante después de que todo había concluido y el papá se quedó con los shorts puestos, pero sin haber podido meter un pie en la tina. Ella, sonriente, le rogó a la vida un solo favor... un hielo enorme encima del cual pudiera montarse.

"Tengo 40 años y acabo de parir como las diosas", le contestó a la enfermera que se acercó a preguntarle su edad para llenar un expediente clínico en el que, por supuesto, nadie había reparado. Y con esa frase selló la historia de este nacimiento que inauguró un domingo alegre y la vida de este pequeño niño que llegó a sorprendernos a todos.

LO QUE CAMBIÓ EL RUMBO DE NUESTRO EMBARAZO.



Recuento en 3 actos de una hospitalización aleccionadora

Por Carlos Arroyo

10 JUN 2023



Escribo este texto con el propósito de documentar nuestra experiencia, pero también porque estoy convencido de que puede servirle a otras personas que pudieran encontrarse en una situación similar.

Este recuento de los hechos le parecerá particularmente interesante a parejas que estén aprendiendo sobre el parto humanizado y estén en el proceso de elegir un hospital o un doctor como parte de su plan de parto. El texto es un poco largo, pero creo que vale la pena llegar hasta el final.

La experiencia que a continuación sigue, aunque complicada y traumática, la entendemos ahora como una bendición enmascarada, que nos abrió los ojos a lo que realmente es importante para nosotros en cuanto a la experiencia que buscamos para el nacimiento de nuestra hija.

Importante mencionar que hace unos meses tomamos el curso Experiencia con las maravillosas Ana Maza, Mercedes Campiglia y Guadalupe Trueba. El curso nos educó, nos dio herramientas, nos hizo cuestionarnos, nos dió claridad. Nos ayudó a entender a quiénes necesitamos cerca. El conocimiento que nos impartieron con tanto cariño y sabiduría fue indispensable e invaluable durante estos momentos difíciles. Gracias infinitas.

I.
El sangrado.
22 mayo 2023, 1pm.

Acudimos al consultorio médico para una cita programada de semana 36 para la realización de un cultivo. Todo pintaba que sería una cita más de las muchas que hemos tenido durante todo el embarazo con nuestra doctora. La gran diferencia es que no es nuestra doctora de siempre la que nos atenderá hoy porque está de vacaciones, sino su socio y colega de toda su confianza. Para propósitos de este escrito lo llamaremos el Dr. X.

En su momento pensamos que ésta sería una buena oportunidad para conocer al Dr. X porque es el médico que atendería nuestro parto en caso de que por alguna razón nuestra doctora no estuviera disponible el día en que nuestra bebé decida llegar al mundo.

Durante la consulta le preguntamos al doctor si estaba al tanto del plan de parto que hemos estado trabajando con nuestra doctora. Dijo que no, pero que le podíamos contar. Percibí una ligera actitud de "a ver con qué van a salir estos".

Nos escuchó con atención hablar sobre parto natural, parto humanizado, hora dorada, corte tardío del cordón umbilical, intervenciones médicas sólo cuando sea indispensable o cuando lo pida Dana, poder pujar en varias posiciones, etcétera. "Bueno, ¿y qué es lo raro? Eso es lo que hacemos”, respondió.

Nunca sugerimos que estaríamos pidiendo algo “raro”, sin embargo en las próximas horas nos quedaría muy claro que eso que el doctor dice que es lo que hacen, no es lo que hacen.

Pasamos a la otra parte del consultorio en donde se realizaría el cultivo. Dana se colocó en posición y el doctor avisó que esto se sentiría igual a un papanicolau. Yo estaba tomando la mano de Dana y abrazando su cabeza. Estábamos ahí para eso, un procedimiento de rutina.

De pronto siento cómo Dana aprieta el puño y me entierra las uñas en la mano y en la panza. "Me está doliendo mucho" le dijo al doctor. "Sí, entiendo, así es esto." respondió.

Pasaron dos segundos y veo la cara del doctor cambiar, se le ve asustado. "Ah caray, esto no está bien, esto no me gusta."

Se pone de pie y agarra de un cajón varios sobres de gasas. Sus guantes tienen sangre, lo veo abrir los sobres de gasas con dificultad, y usar las gasas para contener el sangrado. Gasas y gasas con sangre van pasando de sus manos a la mesa de instrumentos. Lágrimas escurren de los ojos cerrados de Dana. Le limpio las lágrimas, la contengo, y trato de no interrumpir al doctor aunque me urge saber qué está pasando. El doctor se para de nuevo y va por un contenedor para recolectar el sangrado que aún no se detiene. "Pásame una jerga" le pide a la secretaria del consultorio. Veo sangre derramada en el piso.

El sangrado por fin se detiene, el doctor toma la máquina de ultrasonido y revisa a nuestra bebé. La bebé se ve y se oye bien, placenta se ve bien. El sangrado fue solamente del cuello del cervix. El doctor se pone otro guante, se pone gel y revisa la dilatación de Dana. "Ya tienes de dos a tres centímetros de dilatación", nos dice.

Nos sorprende esta noticia, por supuesto. Yo no puedo dejar de notar en cómo este señor introdujo sus dedos para hacer una revisión sin avisarle a Dana, sin pedir permiso. Lo odio durante un minuto completo, pero estamos en sus manos para saber qué pasó y qué prosigue.

Las cosas se tranquilizan un minuto, y le pido al doctor que nos explique ahora sí que pasó. Nos dice que no es normal que haya habido ese sangrado, que es necesario que vayamos al hospital ahora mismo. Además, ya hay dilatación y en el ultrasonido vió que hay contracciones. El doctor nos hace saber que es posible que nuestra bebé nazca hoy mismo.

Nos pide que no vayamos al Hospital Santa Mónica (nuestro hospital de elección) sino al Hospital Español, porque ahí tienen la mejor unidad de neonatología del país. Con la posibilidad de que nuestra hija nazca antes de lo previsto, con el susto del sangrado, con las noticias de las contracciones, accedemos a ir al hospital que el doctor nos indica. Salimos del consultorio asustados pero tranquilos, incrédulos de que es posible que nuestra hija nazca hoy.

El cultivo, el motivo de esa consulta, nunca ocurrió.

Llegamos al Hospital Español y comienzan las intervenciones: cateterismo, antibiótico profiláctico, monitor constante abrazado a la panza de Dana, extracción de sangre para análisis, oxígeno.

Los análisis iniciales muestran que todo está bien y estable. Hay ligeras contracciones que el monitor detecta, pero que Dana no siente. Comenzamos las llamadas con dos doulas que nos han acompañado durante el embarazo. Nos tranquilizan. Nos ayudan a entender que esas contracciones que el monitor está detectando son muy normales en semana 36, pero que, contrario a lo que el doctor ha dicho en varias ocasiones, ellas no consideran que sean contracciones de parto activo. Nos comentan que la dilatación de 2 a 3 centímetros es también sumamente común y normal para esta etapa del embarazo. Ninguna de estas dos cosas son señales de alarma, ni de que el parto sea inminente.

Encontramos un rincón de tranquilidad por fin. Sin embargo, la tranquilidad que recibimos de parte de nuestro equipo de acompañamiento la perdemos con cada interacción con el Dr. X.

II.
La oxitocina
23 mayo 2023

La noche pasó sin novedades. La única constante ha sido el monitoreo de la bebé, cuyo ritmo cardíaco nos hemos acostumbrado ya a escuchar. Me doy cuenta de que ya puedo detectar la diferencia entre 140 bpm y 160 bpm. Aprovecho la tranquilidad aparente para ir a desayunar algo en la cafetería del hospital.

Llega el momento de otro monitoreo y le piden a Dana que se coloque en una posición poco natural e incómoda para que el monitor registre mejor los latidos. De pronto, Dana siente que la bebé se está moviendo mucho, el monitor registra una subida en los latidos a 180 bpm, fuera del rango de lo normal. Taquicardia. Llaman al doctor X.

A nadie se le ocurre que tal vez esto pudiera ser resultado de la posición incómoda en la que Dana se encuentra. Posición que pudiera estar aplastando la vena cava de la que tanto hemos oído durante el embarazo. El Dr. X entra a la habitación y le dice a Dana que esto es serio, que si los latidos no bajan va a tener que hacer una cesárea de emergencia. Suben a Dana a una silla de ruedas, y la llevan a la sala de ultrasonido.

Dana me manda un mensaje y corro desde la cafetería hasta la sala de ultrasonido. Veo a Dana preocupada, me empiezo a enterar de todo lo que ha pasado.

El ambiente es tenso pero el ultrasonido no revela nada extraño. El ritmo cardíaco de la bebé se ha estabilizado, hay suficiente líquido amniótico, la bebé se ve bien. La urgencia no avanza, afortunadamente. Regresamos a la habitación tras un susto más. Un susto que de nuevo ocurre en manos de este equipo médico.

Desde que entramos al hospital tengo la sensación de estar viendo la película que nos contaron en el curso de padres, particularmente el concepto de "la cascada de intervenciones": una intervención causa algo que luego hay que atender, lo cual lleva a otra intervención para corregir lo causado por la intervención previa, lo cual lleva a una más, y así sucesivamente hasta desembocar en la intervención máxima en el contexto del embarazo y el parto: la cesárea.

Y esto importa porque las estadísticas del número de cesáreas que se realizan en el sector privado en México son sorprendentes. Jamás me imaginé que más del 50% de los partos en México terminan en cesárea. Acá otra fuente de información: La epidemia de cesáreas en México.

Obviamente, nada en contra de la cesárea cuando es necesaria como intervención necesaria o por elección de la madre. Sin embargo, mucho qué cuestionar al respecto de que se haya convertido esta cirugía más en la norma y menos en la excepción de la forma como traemos bebés al mundo.

Pasado el medio día, llega Romina, nuestra doula.

Aprovecharé para resaltar aquí lo importante que ha sido contar con el acompañamiento de doulas. Mujeres con una energía palpablemente especial, sabias, con oídos atentos y un alma cálida. Uno de los grandes regalos de este embarazo a sido tener la oportunidad de conocer doulas, y puedo pensar en pocos trabajos que hagan una diferencia tan grande en la vida de padres y madres primerizos como éste.

El Dr. X reaparece en la habitación en la que llevamos unos minutos platicando con Romina, procesando lo que ha pasado hasta ahora.

"Hay de dos sopas" - comienza el doctor. "Nos esperamos aquí varios días a ver si algo sucede, o podemos usar oxitocina para encaminar el trabajo de parto."

Las alarmas comienzan a sonar en nuestra cabeza porque el Dr X pareciera estar siguiendo el script de la cascada de intervenciones de la que aprendimos en el curso. En el consultorio, antes de mandarnos al hospital, nos dijo inicialmente que era necesario detener el trabajo de parto que aparentemente había comenzado desde el intento fallido de cultivo, ¿y ahora argumenta que es necesario "encaminarlo”?

Comenzamos con las preguntas necesarias: ¿que indicios existen de que haya necesidad de acelerar el parto? ¿por qué considera necesario acelerar algo que ni siquiera ha comenzado? Dana no ha sentido ni una contracción desde que entramos al hospital, todos los estudios muestran que la bebé está bien ahí adentro. Estamos muy confundidos con esta sugerencia del doctor.

"No se trata de  acelerar, se trata de encaminar" responde el doctor X. Es desgastante tratar con un médico que se considera incuestionable. Le hago saber que tratemos de evitar juegos semánticos. El hecho es que quiere echar a andar algo que a ojos de todos (doula, partera, enfermeras, residentes y más importante: mamá) no está listo para arrancar. Y la gran pregunta es ¿por qué? El doctor da algunas razones, ninguna de las cuales suenan convincentes porque todas comienzan con “pudiera ser que…” 

• Pudiera ser que la bebé se empiece a cansar.


• Pudiera ser que la bebé empiece a tener sufrimiento.


• Pudiera ser que haya necesidad de una cesárea de emergencia si sólo nos esperamos.


Le pedimos al doctor X que nos dé tiempo para pensarlo. Comienzan unos minutos intensos de deliberación con apoyo de la red de apoyo que hemos tenido la suerte de procurarnos. Contactamos incluso a la doctora que está de vacaciones para preguntarle si está al tanto de lo que su colega de toda su confianza está sugiriendo. Nos contesta poco después que en vista de que el ultrasonido y el monitor han revelado que todo está bien, ya habló con el doctor X y están de acuerdo en no usar oxitocina, y que seguiremos monitoreando "la evolución libre".

Llega la noche y con ella el doctor X a informarnos que efectivamente no hay necesidad de usar oxitocina, que procederemos con evolución libre y que si todo sigue estable podría darnos de alta mañana.

Parece ser que había más de dos sopas después de todo.

Nos vamos a dormir pensando a qué respondía esta insistencia del doctor a que aceleráramos el parto de nuestra bebé. Llego a la conclusión de que busca justificar nuestro internamiento al hospital. Creo que quiere hacer parecer que no entramos al hospital por un sangrado que él provocó, sino por un parto prematuro, que por lo visto está convencido en echar a andar.

III.
Cuando el doctor "ya lo pensó bien"
24 mayo 2023

Esa misma noche en la que el Dr X nos dijo que si pasábamos la noche tranquilos nos podría dar de alta al día siguiente, también nos dijo otra cosa que fue motivo de otra plática tensa, round 3. Comentó que para dar a Dana de alta iba a hacer otro tacto para revisar la dilatación ahora en la noche, y otro mañana en la mañana.

Cuando el doctor sale de la habitación Dana me dice que no quiere que el doctor X le haga más tactos. Si lo hace sería el 4to y 5to tacto en menos de 48 horas, periodo durante el cual no ha habido contracciones de parto activo, no ha habido cambios en el ritmo cardiaco de la bebé, no hay nada que indique que la dilatación ha cambiado.

Recomienzan las conversaciones con nuestra doula. Aprendemos que no sólo no es recomendable hacer tantos tactos durante un periodo de tiempo tan corto en el que tampoco  hay parto activo, sino que hay motivo legítimo de preocupación porque como ya vimos el cuello del cervix de Dana es muy delicado, sigue sanando después de la herida que le causó el doctor con su revisión brusca, motivo por el cual estamos en el hospital para empezar.

Cuando regresa el doctor a hacer la revisión, le decimos que preferiríamos que no lo hiciera, le contamos nuestras preocupaciones al respecto.

"Créeme que te entiendo, pero yo no puedo darte de alta si no hago una revisión. Necesito saber si ha avanzado la dilatación porque si ha avanzado no te puedes ir del hospital."

Nos damos cuenta de que estamos entre la espada y la pared. La revisión de dilatación no es una ciencia exacta, es un cálculo a ojo de buen cubero. Si el doctor en su examinación dice que ha habido más dilatación, no hay nada ni nadie que pueda cuestionárselo. Nos sentimos atrapados con este doctor, el cual accede a hacer sólo una revisión mañana. Nos vamos a dormir con una pequeña victoria en la bolsa.

Pasamos una noche mucho más tranquila. No nos despertaron tanto para monitorear a la bebé, y por la mañana cuando la monitorean durante un par de horas todo se oye y se ve bien. Hemos decidido que si el doctor insiste en la revisión firmaremos el alta voluntaria del hospital.

Llega el Dr. X a la habitación. "Ya lo pensé bien, y no voy a hacer otra revisión de dilatación. No es necesaria, todo se ha mantenido estable y no hay razón para creer que algo haya cambiado tampoco con la dilatación. Ya pueden regresar a casa." Nos desea buena suerte, y nos pide mantener la comunicación en caso de cualquier cosa suceda. Le agradecemos y nos despedimos de él, sabiendo perfectamente que no nos volveremos a ver.

Comenzamos a empacar nuestras cosas con gran incredulidad de todo lo que nos ha pasado en los últimos tres días. Sentimos también un profundo agradecimiento por las herramientas que nos dieron durante el curso de padres Experiencia.

Sin el curso no habríamos estado convencidos de que queríamos tener el acompañamiento de una doula, no habríamos sabido cómo abogar por nuestra hija, no habríamos reconocido la cascada de intervenciones ni cómo reaccionar a ella, no habríamos aprendido que hay tal cosa como intervenciones innecesarias y sobre todo, no habríamos entendido que tenemos el derecho de elegir qué tipo de parto queremos y qué equipo médico queremos que nos atienda.

Esto no significa, por supuesto, que no haya intervenciones médicas necesarias o que no haya posibilidad de que nuestra hija nazca por cesárea después de todo. Estamos listos para aceptar que si una cesárea es necesaria cuando venga el momento se debe hacer. Sin embargo, salimos de esta experiencia con los ojos más abiertos, con la claridad de saber qué tipo de cuidado médico buscamos.

 Cabe aquí también la aclaración de que todo esto viene enunciado desde el privilegio del poder de elección. No todo mundo puede elegir, ni todo mundo puede ir a un curso con expertas para aprender sobre el parto humanizado o sobre cómo abogar por sus derechos. Sin embargo, si la posibilidad de elección existe, hacemos bien en agarrar esa oportunidad. El ejercicio de ese derecho abre camino para los que vienen.

El Dr. X no lo sabe, pero con su forma de actuar durante esos tres días nos dió un gran regalo: el de saber qué es lo que no queremos. Las experiencias complicadas vienen acompañadas de algunas lecciones y posiblemente la más importante para nosotros después de todo esto es que la dimensión humanizada del cuidado médico y acompañamiento de embarazo/parto existe. A veces tenemos la suerte de caer en buenas manos, a veces hay que buscar las manos correctas.


Buenas manos

Por Mercedes Campiglia

La noche me despertó y puso mi cabeza a rondar entre un montón de ideas desordenadas de las que no quería encargarme. Estaba debatiéndome entre repasar mentalmente la redacción de los mensajes que debía enviar a la mañana siguiente o ponerle un alto a esta mente que se había lanzado a correr como caballo desbocado en medio de la noche, cuando entró la llamada de ella.

Recorría la carretera Cuernavaca-México, a la altura de La Pera, cuando me habló para avisarme que el trabajo de parto la había sorprendido en casa de su padre. El hombre, aterrado, manejaba para traerla de vuelta a la ciudad en medio de la noche.

Desde entonces todo avanzó a una velocidad vertiginosa; no pasaron ni dos horas y ya estaba en el hospital pujando. Empujó sentada, encuclillada, de pie, en cuatro puntos, en asimetría, con rebozo, con apoyo... Su esposo se sentó en una pelota detrás del banco de parto para que ella pudiera recargarse, se encaramó en la cama atrás de ella, se paró de frente para servirle de apoyo; fue su respaldo en todos los sentidos y en todos los momentos.

Veíamos asomar por la vagina los dedos de un pequeño pie y lo que imagino que sería un pedazo de nalga, cuando tuvimos que salir literalmente corriendo hacia el quirófano... No porque el bebé estuviera sentado, cosa que conocíamos desde el inicio, sino porque su frecuencia cardiaca nos hizo saber que definitivamente el jaleo no le estaba gustando.

Ella se paró de un salto y caminó a toda velocidad hacia la sala de operaciones porque no había tiempo que perder. Nunca había visto a una mujer hacer algo semejante: "Estoy tranquila, cuida a mi bebé" me dijo antes de cerrar los ojos cuando le avisaron que iban a dormirla porque le practicarían una cesárea de emergencia; cada segundo contaba.

El papá aguardaba a que le dieran uniforme e indicaciones para poder entrar a la sala: "¿Estamos en buenas manos?" me preguntó esperando escuchar una respuesta que le confirmara lo que ya sabía: "Están en las mejores", le contesté sintiéndome aliviada de saber que lo que le decía era cierto.

Qué importante es estar en buenas manos; esas que no intervienen cuando las cosas caminan por sí mismas, pero que son capaces de hacerlo veloz y asertivamente cuando se desvían de su rumbo. Manos que cuidan con delicadeza de los procesos, que jalonean cuando se requiere, pero también arropan y acarician. Manos profesionales y experimentadas se encargaron de que bebé y mamá transitaran ilesos la tormenta.

Tuvimos que colocarnos a un costado para dar espacio al equipo de pediatras que recibió al pequeño y, aunque ella estaba intubada e inconsciente, ni bien pudo acercarse él se entregó a la tarea de narrarle amorosamente lo que sucedía a su alrededor. Le dijo que su niño estaba bien, que la quería, y se despidió de ella asegurando que volvería pronto cuando tuvo que acompañar al niño hasta el cunero después de que pasara un rato acurrucado en sus brazos y en el pecho de esta madre que lo recibió dormida.

Sostenemos y somos sutilmente sostenidos por el amor, estemos o no conscientes de ello. Ese bebé no se enteró de las amorosas palabras con las que lo llamaba su madre cuando aun estaba en su vientre, ella no escuchó los dulces apuntes que hacía su marido durante la cirugía y él no oyó desde el cunero a ella llamarlo en cuanto recobró la conciencia. Por eso queda este relato como testimonio de las hermosas palabras que se dijeron, sin importar si el otro escuchaba.

El agua fue mi salvación

Por Pilar Alonso

Pasamos nerviosos el cierre del 2022 : navidad, año nuevo, la rosca de reyes, diversos cumpleaños, incluyendo el mío. Llegaron las 40 semanas, los que sacaron al niño en la rosca pagaron los tamales y aún seguíamos sin señales de la llegada de la personita que tenía en mi vientre. Fuimos a la cita número 41 y vimos que todo estaba en orden, yo y le bebé estabamos muy bien. Sin embargo, salí aterrada de esa sesión ya que por primera vez después de un embarazo maravilloso escuché decir al doctor sobre las opciones de la cesárea, intervenciones y fechas límite, algo que no teníamos planeado y que no era mi deseo.

Me dió miedo pensar que teníamos una semana límite para lograr un parto natural y recibir a mi bebé sin intervenciones innecesarias. Había idealizado el día de parto y cuando las expectativas cambian uno se decepciona y en mi caso empieza a desesperar. Así que leí, consulte y le marque a todas las parteras, doulas, sabias, madres y hasta brujas para consejos de como inducir el parto de forma natural. Empecé a escuchar y probar desde tés, dátiles, caminatas, natación posiciones, sexo (que es lo más recomendable y sin embargo lo que menos se acomoda), frotarme los pezones, masajes y cuando ya iba por la mitad de los remedios y rituales... Probamos relajarnos con una noche tranquila de juegos de mesa con buenos amigos riendo en casa...... Y honestamente ni me esperaba lo que seguía.

4:00 a.m. me levanté al baño por 3ra vez, cosa que era muy común en esta etapa. Cuando de repente...SPLASH! veo salir mucho líquido de mi vagina, se rompió la fuente. Marco! Marco!, Él profundo en el sueño y después de 5 minutos de gritos y un ladrido del perro, se levantó asustado para ver lo que marcaba el inicio de dos días que nos cambiarían la vida....

Le marque con la pena de la hora pero la emoción del momento a Mercedes, la doula y persona que elegimos que nos acompañaria en el parto, después al doctor. Todos muy emocionados con el siguiente mensaje: empezarán las contracciones en unas horas, intenta dormir, relájate, distraete, salgan a caminar... que probablemente esto va a tardar y nadie quiere llegar al hospital antes de tiempo. Eso intenté pero no contuve la emoción y a las 6 a.m ya estaba sintiendo la primeras contracciones, las de verdad, no esas que alucinaba que pasaban. Estás si dolían, y mucho.

Sin obsesionarnos contando las contracciones, desayunamos, vimos la tele, acabamos la maleta... Cuando de pronto empezaron a ser más fuertes, intensas y me empecé a sentir mal y con nauseas. Me metí a la regadera y ayudó pero después solo se intensificaron al nivel que ya eran apenas las 11 y ya parecía que era la fase activa del parto. Le marcamos a Mercedes para hacer un conteo, y escuchandome ella no lo pensó dos veces y corrió a alcanzarnos. Llegó y viéndome con vomito, dolores muy intensos y muy frecuentes decidimos que ya era hora de irnos al hospital, estaban todas las señales. Al Dr. le pareció extraño pues el me imaginaba llegar por la noche según sus predicciones.

Llegamos y al revisarme la noticia más apabullante llegó; tenía 1 centímetro de dilatación, de 10 que necesitaba. Lo que me llegó a la mente fue... "No lo voy a lograr. Este dolor es insoportable ¿Cómo había pensado que iba a poder tener un parto sin anestesia? ¿Qué ideas las mías? Quiero la anestesia! Quiero dormir!" Entonces Mercedes me propone hacer un acomodo de mi bebé pues las contracciones no correspondían al momento del parto y ella creía que el bebé estaba mal acomodado y mi cuerpo estaba respondiendo así de intenso por esa razón. Saca el rebozo, me arropa y mueve el vientre de un lado a otro, apachurra la cadera, me gira las piernas, me sacude, me carga con el rebozo y PUM!... Algo cambio. El parto había empezado nuevamente. Tenía 1 cm de dilatación y contracciones espaciadas.

Eran las 6 a.m. nuevamente, solo que para mi mente yo ya estaba derrotada. Me recomienda el Dr. regresar a casa, y lo consideramos pero para mí, ya estaba ahí, ya si todas las advertencias sobre los riesgos de llegar antes de tiempo al hospital iban a suceder ya no me importaba, yo quería anestesiarme y dormir. Entonces nuevamente Mercedes me propone llenar la tina con agua y pasar la fase latente, nuevamente, ahí y probar. La mejor decisión. Pude experimentar el poder del agua, la luz muy baja y relajante, la música que habíamos escogido marco y yo, el amor de él diciéndome que si podía, que lo estaba haciendo bien, sus porras, sus caricias y el apoyo incondicional de Mercedes con esencias, masajes, recomendaciones de posiciones. Dormí a cachitos y en otros momentos hasta me sentí en transición a otra realidad, ni la droga más fuerte me tendría ahí. Sin embargo, 6 horas más tarde seguía derrotada.

Veía el reloj y no avanzaba, el dolor seguía y no creía más. En mi mente estaba esperando a que regresara el doctor para pedirle cambiar de planes. Realmente cuando ya no podía, no sé bien qué pasó pero me llegó el recuerdo de Marco el día de ayer, dándome un consejo sobre no oír "la voz monstruo", esa voz que te apachurra y te dice que no puedes y diciéndome cómo cambiar el pensamiento. Me enfoque en la música, la canción que sonaba era del padrino, sicilia, nuestro viaje y esos recuerdos... Y decidí escuchar a Mercedes y sacar fuerzas, tomar agua, un hielo, ponerme en cuclillas, cambiar la posición, levantarme, visualizar a mi bebé saliendo, pujar...pujar? Si empiezo a sentir pocas ganas de pujar. Creo que si puedo! Llámenme al doctor y con la paciencia que lo caracteriza y una sonrisa me revisa, estás en 8 cm., Me dice: "metete el dedo y siente su cabeza"

¿¿¿Qué??? Lo hago y siento con al punta de mi dedo un tope en mi vagina, es la cabeza de mi bebé!!!!

El agua fue mi salvación pero la tina ya me había entumido las piernas y necesitaba caminar. Con un gran pesar salí de ella, hay que escuchar al cuerpo. Camine, camine pero dejé de sentir la cabeza.... Entonces nuevamente Mercedes me propuso un movimiento, me sentó en sus piernas y como un papá a su hijo jugando al caballito me sacudió con sus rodillas y aunque dolió lo que siguió apartir de ahí fueron momentos que claramente ya estaba del otro lado. Después de la sacudida y de sentir el sacro a reventar, irónicamente me decidí aislar en el baño a recibir las contracciones más fuertes. Ahora recuerdo que el dr. nos había contado que muchas mujeres parián en los baños porque ahora es el espacio considerado como "más íntimo y seguro" para los humanos del siglo XXI y que los mamíferos siempre buscan la intimidad y seguridad para parir. Ahí fueron los minutos de la diferencia, dónde realmente sentí las ganas de pujar, toque con facilidad la cabeza de mi bebé y marco logro verla a través de un espejo. Ya estábamos listos bebé y yo.

De pie, con marco a mi lado y Mercedes al otro, el doctor en cuclillas, puje en mi cabeza fueron 3 veces, no sé el verdadero número pero grité con todas mis fuerzas al unisono de la contracción y senti cómo se coronó en mi vagina, vino la siguiente, salió la cabeza, marco comenzó a llorar, vino la siguiente y salió completo, me lo dieron en los brazos y me fundí en los brazos de marco con nuestro bebé. Llorando de emoción, los doctores revisando signos vitales , detalles,. Escucho a lo lejos ¿¿Y qué es??, De tanta emoción, no habíamos visto el sexo. Revisamos... Es niña!! Julia...

Día de fiesta

Por Mercedes Campiglia

Era un dominguito soleado y me esperaba el plan de una comida en casa con amigos y familiares. Estaba saliendo de comprar las viandas que compartiríamos un par de horas más tarde, cuando entro la llamada que anunciaba que el día cambiaría de rumbo.

Dejé las compras y el proyecto de la carne asada a cargo de mi marido y salí corriendo. Ella tenía contracciones intensas y frecuentes, acompañadas de todos los signos que dan cuenta de un trabajo de parto avanzado... vómitos, temblorina, presión en la entrepierna y el sacro. Miré mi reloj y calculé que alcanzaría a llegar de regreso a tiempo para sumarme a una reunión a medio camino y estrenar las lucecitas que acabábamos de comprar para iluminar el jardín al caer la noche.

Al llegar al hospital el médico que atendería el parto revisó el progreso y supe que no recibiríamos noticias alentadoras cuando vi sus dedos hundirse tan adentro... Nunca es buena señal que haya que hurgar hondo para encontrar las señales que se están buscando. Tras examinar la situación, le anunció que completaba solo uno de los diez centímetros que había que alcanzar para que la pequeña criatura que habitaba su útero pasara por la apertura que estaba destinada a traerla al mundo; un largo camino se dibujó en nuestras mentes en ese instante.

No cualquiera es capaz de reponerse cuando recibe noticia semejante; representa un verdadero desafío ponerse en pie después de la revolcada y seguir adelante. Pero ella logró hacerlo, de la mano de un compañero que se mantuvo amorosa e incondicionalmente a su lado.

Las contracciones cambiaban de ritmo tras una serie de movimientos orientados a ajustar la posición de la cabecita que intuíamos mal colocada y el escenario se tornó calmo, lo que nos dio a todos una bocanada de aire. Cuando el cuerpo se enfrenta a un reto busca métodos para resolver la encrucijada, y suele ocurrir que las contracciones se ponen a trabajar desenfrenadas haciendo muy complicado sobrellevar su estrepitoso oleaje de tormenta.

Pensamos entonces que lo mejor sería que los papás regresaran a su casa a esperar que el proceso madurara; no suele ser buena idea internarse en los hospitales demasiado pronto si lo que se busca es lograr un parto. Nuevamente se vislumbró entonces en mi horizonte la posibilidad de una tarde de jardín y cháchara... pero en este parto mis predicciones estaban destinadas a equivocarse. Es impresionante la flexibilidad que se adquiere al acompañar nacimientos, no hay rutina de yoga capaz de lograr elasticidad semejante.

Resultó evidente para mí, por razones que el corazón atiende aunque la cabeza no comprenda, que no podía apartarme de ese proceso ni por un instante. Así que me entregué al transitar entre el agua caliente, el agua fría, los masajes, las maniobras, los cambios de posiciones, las esencias, el hielo y las barritas de cereales... que se fueron sucediendo unos a otros durante las 12 horas que pasamos trabajando y que el reloj, colgado en la pared de la habitación, insistía en no marcar.

Ajustando las estrategias a lo que ella reportaba, y haciendo uso de algunas de las fabulosas artimañas de las parteras -poseedoras de saberes ancestrales para conducir a los niños a través del inteincado camino de la pelvis de sus madres- encontramos el caminito que llevaría finalmente, a la que descubrimos que era una niña, hasta los brazos de sus padres.

Ella pujó de pie a su hija y, tras recibirla en los brazos, se dejó caer agotada en las piernas de su marido que las abrazó a ambas llorando. Había visto salir una niña del cuerpo de su mujer y eso es algo poderoso... cambia por siempre la vida de aquellos que tenemos la fortuna de atestiguarlo.

Llegué a casa cuando todos dormían hacía rato. No me tocaron la fiesta ni las lucecitas en el jardín, y estaba tan agotada que no fui capaz siquiera de probar la comida que me esperaba envuelta en aluminio adentro del refrigerador. Pero mi corazón se acostó satisfecho; llenito de esa saciedad que se genera cuando uno siente que lo que hace tiene un sentido y celebrando la fiesta de la vida.

Suavemente

Por Mercedes Campiglia

Las contracciones no llegaban y ellos empezaron a desesperarse. Al pasar las 40 semanas de embarazo, suelen entrar en escena las fechas límite y los escenarios medicalizados. No es sencillo transitar los últimos días para aquellos a los que les toca pasar de largo de la fecha probable de parto que comunicaron a amigos y familiares.

La presión empieza a crecer, los mensajes y llamadas caen en cascada y cada día que transcurre el escenario se vuelve más inquietante. Oxitocina y adrenalina son hormonas antagónicas, cuanto más de una menos de la otra, y los imaginarios de desenlaces fatídicos, quirófanos y goteos intravenosos no hacen más que alebrestar la segunda para inhibir la primera.

En esas estábamos cuando ella avisó que las contracciones habían iniciado espontáneamente. A mí me dio una inmensa alegría recibir el mensaje porque sé lo dificultoso que puede resultar transitar los últimos días con la marabunta de presiones que se atropellan unas a las otras. Y sé también de la importancia de esperar a que todas las piezas estén alineadas para que el proceso curse orgánicamente.

Nos encontramos en el hospital cuando las contracciones se volvieron un poco más intensas tras una dosis de prostaglandina que se decidió suministrar con el fin de que el proceso iniciado terminara de establecerse. Ella estaba sonriente y luminosa. Recibía en silencio las sensaciones de su cuerpo al contraerse para empujar a través de los tejidos a la pequeña habitante de sus entrañas.

Prácticamente no hubo palabras; recuerdo mis manos en su espalda que podían percibir los huesos y músculos abriéndose al otro lado de la piel. Deslizándose entre el balanceo y la pausa, llegó hasta un banco de parto en el que le vinieron ganas de pujar; ella no hizo otra cosa que responder a ellas.

Sabiendo que el nacimiento estaba cerca, eligió colocarse en cuatro puntos sobre la cama y me pidió un rebozo para sujetarse. Absolutamente concentrada en su centro empujó hasta que vimos aparecer la cabecita que permanecía aun recubierta por la bolsa que le había procurado una vida flotante de adentro del vientre.

Creo que nunca vi una parto tan suave; creo que nunca vi tampoco un cordón umbilical tan largo... dos y media vueltas hubo que desenredar del cuello de la pequeña antes de colocarla en el pecho de su madre. El papá lloró entonces.

La niña encontró rápidamente el pecho de su madre y succionó fuertemente de él para extraer la leche que le correspondía como si supiera que, teniendo dos hermanas mayores, debía espabilarse para que no la agarraran mosqueada por ser la más pequeña.

Hermoso nacimiento!!!

Comment

Apagar la cabeza y encender el corazón

Por Mercedes Campiglia

Lo primero fue la fuente. Como su médico es un hombre sabio y paciente, lo siguiente fue irnos todos a dormir. Yo me acosté atenta, esperando que mi celular sonara en cualquier momento. Justo antes del amanecer me despertó el aviso de que hacía un par de horas las contracciones se habían puesto intensas. Salí rumbo a su casa, como habíamos acordado, viendo romper el alba a través de un parabrisas escarchado.

Él me abrió la puerta... habían pasado tres años ya desde el nacimiento de su primer hijo; un largo viaje que también recorrimos juntos. Me dio la bienvenida a la casa un perrito alegre que parecía conocerme desde siempre y la mamá de ella, encargada de cuidar al pequeño nieto que jugaba a pasar por el puente que creaba su madre cuando buscaba apoyo en la cómoda durante cada una de las contracciones.

Había música suave y esencias en el ambiente... él, amorosamente, contenía y acariciaba el cuerpo de ella, que estaba para entonces entregado a la tarea de abrirse. Escuchamos el hermoso sonido del corazón del bebé dentro del vientre, contamos unas cuantas contracciones y mandamos reporte a su médico. Esperamos un rato antes de salir rumbo al hospital que estaba realmente cerca.

Todo avanzaba de forma orgánica y perfecta. Era claro que el proceso avanzaba; lo decían las sensaciones de ella y los sonidos y movimientos con los que las expresaba. Al llegar, tras revisarla, su médico le dijo con una sonrisa en los labios y otra en los ojos que todo estaba perfecto; que el cuello de su útero había adelgazado y la cabeza de su bebé estaba bien apoyada en él para ayudarle a abrirse, lo que hacía suponer que avanzaría rápidamente: "Tienes cuatro centímetros de dilatación", dijo para completar la frase.

A pesar de que las noticias eran excelentes y el pequeño corazocito latía con ritmo y fuerza dentro del vientre, la noticia cayó sobre su espalda como una cubetada de agua helada. ¿Cuatro centímetros? ¿Cuánto faltaría entonces? ¿Cómo iba a resistirlo? Se revelaba a seguir sintiendo esta intensidad por el tiempo que el conteo de su calculadora mental le indicaba que quedaba por delante.

Llené la tina a toda prisa porque sé bien que el agua caliente es una pausa, es un paréntesis; da al cuerpo y a la mete un respiro para reacomodarse... y le susurré al oído: "Tu cabeza te está jugando en contra, no la escuches. Escucha a tu cuerpo que te dice que avanzamos; los centímetros de dilatación no son relevantes."

Dudó al inicio de mi palabra y de sus capacidades pero, aun así, decidió sumergirse en la tibieza del abrazo del agua y de las manos de su compañero entregadas a consolar su cuerpo adolorido. Poco tardó en llegarle la imperiosa e impostergable sensación de pujo que le confirmó que estaba realmente cerca. El pujo llega al parto como una bocanada de aire fresco que irrumpe en una atmósfera bochornosa. Su arribo tiene una materialidad palpable que impregna el ambiente de gratitud y alivio. Marca la recta final desde la que puede verse el fin del camino, anticipando que se logrará llegar a la meta.

Salimos del agua, porque su capacidad terapéutica y benéfica para el nacimiento no parece ser suficiente para que las autoridades sanitarias reconozcan su valía y permitan su uso... desatendiendo las preferencias y convicciones de las mujeres y los profesionales que las asisten.

Eligió acomodarse entonces en un banco de parto, sujetándose de un rebozo y resguardada por las amorosas manos de su marido que no se separaron de su cuerpo ni un instante. Pujó así a esta niña que llegó al mundo con los ojos completamente abiertos, determinada a encontrar, lo antes posible, el pecho del que habría de alimentarse.

Para parir es fundamental, como para todas las cosas importantes de esta vida, apagar la cabeza y encender el corazón.

Comment

Que el parto nos sorprenda

Por Mercedes Campiglia

"Hoy desde en la mañana que nadaba empecé a sentir contracciones en la parte baja del vientre y un poco en la espalda baja... las siento intensas pero funcional, estoy en la natación con mi hijo y puedo manejar y hablar. Solo veo que son frecuentes".

Yo consideré que, si ella estaba en condiciones de manejar por la ciudad llevando a su niño a clases extra-escolares, le faltaba todavía un largo camino por andar. En su parto previo la estancia en el hospital le había resultado extremadamente larga y laboriosa, por lo que en esta ocasión se había propuesto permanecer lo más posible en casa.

Tratándose de un segundo nacimiento, volví a comunicarme una hora y media más tarde para saber cómo seguía todo. Tardó un rato en responderme porque había decidido ir al parque con algunos de los amigos de su nene... me avisó que las contracciones se habían espaciado un poco por lo que supuse que al caer la noche la cosa empezaría a ponerse seria.

Pasaron solo 17 minutos desde que recibí ese mensaje hasta que empezaron a llegar otros con un tono diferente:

17:19 "Ahorita sentí una más fuerte. Las sigo registrando."

17:21 "Me empezó a salir sangre con moco."

La llamé entonces y, mientras hablábamos, me contó que la fuente acababa de romperse y la escuché pujando. Tomé la maleta de parto y corrí como un bólido hacia mi carro mientras le pedía que me mandara la ubicación de su casa. Sabía que estaba sola con su nene y que no lograría desplazarse a ninguna parte. En cuanto abrí la ubicación que me había llegado supe que tenía por delante cerca de una hora de tráfico. Me esperaba un largo camino en una ciudad embotellada gracias a una lluvia a la que le había dado por caer fuera de temporada en pleno horario pico.

Llamé entonces a su marido que estaba en una junta a la que había decidido acudir pensando que el trabajo de parto apenas empezaba. Estaba a 15 minutos de distancia a pie de su casa, que debe haber recorrido en cinco en cuanto se enteró del cambio abrupto de escenario.

Le marqué a ella nuevamente en cuanto subí al carro para decirle que estábamos en camino: "No sé qué hacer" dijo. "Mete un dedo a la vagina y fíjate si sientes la cabeza". Ahí estaba. "No te asustes. Va a nacer. Toma una toalla seca para recibirlo. Lo único importante es que se mantengan secos y calientes." "¿Entonces pujo si tengo ganas?" "Sigue tu cuerpo y ponlo en tu pecho en cuanto nazca." Colgué para llamar a su médico, a quien le había dejado ya un par de mensajes... El tráfico detenido.

Lo siguiente que ocurrió fue la entrada de una llamada desde un número desconocido. Al atender escuché una voz masculina y exaltada que anunciaba: "¡¡¡Ya nació!!!" Un vigoroso y pacificador llanto de fondo la acompañaba. El papá había entrado sudoroso a la casa un minuto después de que el bebé saliera, sin dificultad alguna, del cuerpo de su madre. "Ven a jugar mamá" llamaba el nene de tres años desde la habitación, mientras ella pujaba en el suelo del baño: "Ahora voy" le respondía, mientras se encargaba a un tiempo de ser partera y madre.

Recuerdo haberles sugerido un par de bobadas mientras recorría pausadamente la ciudad llena de autos: "Ayúdala a ir a la cama y cuida que estén los dos secos y calentitos; tengan cuidando de no tirar del cordón que sigue conectado." "Protejan el colchón con un plástico porque la salida de la placenta es muy sangrona, no se espanten." "Hay que buscar un recipiente para colocar la placenta cuando nazca y corten un pedacito para que ella se lo coma; eso ayuda a que el útero se contraiga."

Yo sabía que no necesitaban nada; era evidente al escucharlos... A esas alturas su médico ya había hablado con ellos, tras enviar a un neonatólogo y un ginecólogo que iban rumbo a la casa para asegurarse de que todo estuviera en orden. Yo me preguntaba, a lo largo del interminable trayecto, qué necesidad había de que yo llegara una hora después de que todo hubiera ocurrido. Creo que simplemente quería abrazarlos y sumarme a la alegría de este nacimiento extraordinario.

Cuando estacioné finalmente el auto, el papá tuvo que bajar a la calle a poner unas moneditas en el parquímetro porque me di cuenta de que había olvidado mi cartera en casa. De forma que, a fin de cuentas, necesité más ayuda de la que pude proveer.

Cuando entré a la casa ella estaba acurrucada con su recién nacido prendido al pecho... sorprendida, deslumbrada y un poco ensangrentada. El papá, adorablemente desgreñado, le había acercado un agua de coco y revolvía los cajones en busca de lo que ella iba solicitando... una cobija determinada, una camisa para arroparse... El hermanito mayor, mientras tanto, escribía planas con el nombre del recién llegado y la placenta, apoyada en un recipiente sobre la cama, completaba una escena simplemente perfecta.

Ella quiso darse una ducha y mientras disfrutaba de la caricia del agua caliente en la espalda, el papá aprovechó para acurrucarse al morrito en el pecho un rato. No tenían ni pañales por lo que, tras acomodar unas cosas en la cocina y abrirle la puerta al pediatra, la recién parida se encargó de hacer el pedido a la farmacia, sentada frente a la computadora de su cuarto, con su hijo mayor sobre las piernas, que la ayudaba a elegir lo que se necesitaba.

La tijera para cortar el cordón, a falta de alcohol, se esterilizó con mezcal y la tripita colgante se ató con una tira hecha de gasa. Mientras el ginecólogo reparaba un desgarro superficial en la vagina de ella, yo me fui a pedir hielos a algún vecino para ayudar a que la vulva se desinflamara. El papá, entre tanto, jugaba al futbol en la sala con sus dos chamacos, asegurándose de que el pequeño que tenía en brazos no recibiera ningún pelotazo.

El parto es un evento fisiológico pero, ante todo, es una fiesta. Nos lo recuerdan estas experiencias fantásticas en las que no se requiere más que de una madre valiente y un bebé determinado a llegar al mundo. Es increíble que la posibilidad de que el parto nos sorprenda resulte tan aterradora cuando, en realidad, es un regalo que se reserva solo a un puñado de afortunadas.

Nacimiento de Diego

Diego nació a las 7:43 am del 18 de noviembre, un día antes de mi fecha probable de parto. El proceso fue muy diferente a lo que yo había imaginado.

 Basado en lo que aprendimos con ustedes, Gerardo y yo queríamos pasar el mayor tiempo posible haciendo labor de parto en casa, llegar al hospital más adelante para evitar intervenciones innecesarias, tener un parto lo más natural posible. Por lo mismo, decidimos contar con el acompañamiento de una Doula, que nos apoyara durante el proceso.

Mi fuente se rompió en la madrugada dos días antes de mi fecha probable. A partir de ahí empezaron a cambiar nuestros planes. Nosotros sabíamos que si era la fuente (no estábamos seguros) aún había oportunidad de esperar un poco a que iniciara por sí sola la labor de parto.

La oficina de mi doctora me pidió ir al hospital a checar si era la fuente. Nosotros pensamos que sería una visita rápida y que en caso de ser la fuente nos darían una ventana de tiempo para regresar, pero no fue así. Cuando confirmaron que era la fuente (ya eran las 3 pm) me dijeron que tenía que quedarme y que me tenían que inducir el parto a las 4 pm. Esto fue un shock para mí ya que yo iba con la idea de que iba a regresar a mi casa, no estaba lista para quedarme en el hospital y la intervención, además de que Gerardo y yo sabíamos que todavía podíamos esperar.

 Tomó mucho valor, pero decidimos irnos a casa de nuevo, al menos para terminar la maleta, ganar un poco de tiempo y regresar con otra vibra al hospital.

Los médicos nos asustaron mucho, nos dijeron todo lo que podía salir mal, nos hicieron firmar un alta en contra de la recomendación médica. Aún así nos fuimos, regresé caminando por el parque con mi mamá (que vino para estar con nosotros) a ver si eso me ayudaba a que iniciaran contracciones. Yo no había tenido contracciones, solo unas cuantas muy muy menores en la madrugada cuando se rompió la fuente.

 Cuando llegue a mi casa, cenamos, terminamos la maleta, nos bañamos, y decidimos regresar ya con otra vibra al hospital. En casa empecé a tener contracciones, todavía bastante menores. Cuando llegamos al hospital mis contracciones empezaron a ser mucho más fuertes y seguidas cada vez me costaba más aguantar el dolor, mi Doula aún en camino. Sólo aguanté 2 horas así, aún en triage, y pedí la epidural.

Honestamente, todavía me persigue un poco la pregunta de por qué no logré aguantar, pero al menos ya no tuvieron que inducirme. Cuando me pasaron al cuarto de labor para ponerme la epidural ya había dilatado 5 cms, ya eran como 9 pm. La epidural me permitió dormir un poco.

A las 4 am llegue a los 10cms y fue momento de empezar a pujar. Esto fue lo más cansado, mis contracciones eran muy largas y espaciadas, de 3 min la contracción, 6 -7 min entre contracciones, yo creo que fue por la epidural. Estuve pujando por 3 horas, al final los médicos hablaban ya de empezar a considerar cesárea, ese fue mi impulso final para lograr sacar a mi bebé vía vaginal, que nació grandísimo y sano. Pesó 3.730 kg y midió 53cms.

 El proceso no fue como lo imaginé, pero tuve lo que más quería que fue no inducción, parto vaginal, piel con piel naciendo mi bebé

Logramos establecer lactancia materna en seguida. Hasta ahora he dado únicamente leche materna con pecho y vamos bien, a las 2 semanas mi bebé pesó 4.1 kg.

 De todo corazón les agradezco todo lo aprendido, y pues sé que mandé un texto muy muy largo 😅 pero quería compartir mi historia con ustedes.

Carla y Gerardo

Deslizarse en la nieve

Por Mercedes Campiglia

Hay partos de fuego y partos de miel; por lo general se alternan para que probemos tanto el rigor como la dulzura y podamos extraer los aprendizajes de ambos.

El nacimiento de su primer hijo había sido complicado. Como si un tornado la hubiera despojado precipitadamente de cualquier fantasía de control, se vio de pronto llevada por los aires entre fragmentos de estructuras arrancadas del suelo que zumbaban a su alrededor amenazantes... carreras, desmayo, fórceps, desgarro severo y un bebé con el que apenas pudo conectarse porque la adrenalina que acompañó la sacudida le había adormecido la consciencia. Le toma un tiempo al alma regresar al cuerpo por completo cuando el zarandeo es tan intenso.

Compensando, este segundo nacimiento se pareció al armonioso deslizar en esquí por la pendiente suave de una montaña recién nevada cuando el sol empieza apenas a despuntar el alba. Su cuerpo hizo el recorrido sin tropiezos, zigzagueando con destreza de un extremo a otro de la rampa para evitar que el viaje adquiera velocidades vertiginosas.

En un banco de parto, sostenida por su compañero, dio el canteo final sobre la blanca nieve y parió a este niño que había hecho el recorrido entero en el abrazo acuático de su cuerpo. Estalló la vida, empapando la semana de belleza, y bañando de pies a cabeza al médico que la recibía humildemente sentado en el suelo.

El lenguaje de los cuerpos

Por Mercedes Campiglia

Cuando nos encontramos a tomar café y me contaron acerca de la experiencia de nacimiento del torbellino de cinco años que llevaron al encuentro, supuse que este parto sería desafiante.

Charlamos poco porque resultaba prácticamente imposible mantener el hilo de la conversación en medio de la tormenta infantil. Pero logré enterarme de que ella había llegado al hospital con una dilatación avanzada y aún así tuvo que esperar prácticamente 12 horas hasta que la niña, a los jalones, finalmente terminó de atravesar por su cuerpo. Al parecer unos "huesitos extraños" fueron los responsables de que todo se complicara.

Le recomendé algunos ejercicios de estiramiento y posturas para ayudar a que la nueva nena se acomodara mejor de lo que lo había hecho su hermana e invitar a su cuerpo a que se fuera ampliando.

La pelvis es una estructura delicada y compleja, cuyo funcionamiento no necesariamente los médicos conocen. Pero yo sabía que la doctora que la había atendido entonces y que la atendería nuevamente ahora conocía bien el tema de la fidiología, de manera que quedé intrigada.

Llegó el día del parto y las interrogantes de mi cabeza cobraron la forma de un par de isquiones que se acercaran tanto entre sí como si quisieran besarse.

Le pregunté entonces a mis manos lo que debían hacer y ellas se entregaron a la labor de amasar músculos y desplazar huesos, guiadas por las instrucciones misteriosas que se susurran entre sí los cuerpos.

El proceso fue largo y laborioso... la niña buscaba el modo de resolver la encrucijada desde dentro y su madre lo hacía por afuera. Quienes las acompañábamos recurrimos a toda clase de estrategias para ayudar a que la mecánica funcionara y, finalmente, después de asimetrías, masajes, presión y vibraciones, llegó la posición "ganadora" que hizo a la niña deslizarse como un pescado entre las piernas de su madre.