Por Mercedes Campiglia

Cuando nos encontramos a tomar café y me contaron acerca de la experiencia de nacimiento del torbellino de cinco años que llevaron al encuentro, supuse que este parto sería desafiante.

Charlamos poco porque resultaba prácticamente imposible mantener el hilo de la conversación en medio de la tormenta infantil. Pero logré enterarme de que ella había llegado al hospital con una dilatación avanzada y aún así tuvo que esperar prácticamente 12 horas hasta que la niña, a los jalones, finalmente terminó de atravesar por su cuerpo. Al parecer unos "huesitos extraños" fueron los responsables de que todo se complicara.

Le recomendé algunos ejercicios de estiramiento y posturas para ayudar a que la nueva nena se acomodara mejor de lo que lo había hecho su hermana e invitar a su cuerpo a que se fuera ampliando.

La pelvis es una estructura delicada y compleja, cuyo funcionamiento no necesariamente los médicos conocen. Pero yo sabía que la doctora que la había atendido entonces y que la atendería nuevamente ahora conocía bien el tema de la fidiología, de manera que quedé intrigada.

Llegó el día del parto y las interrogantes de mi cabeza cobraron la forma de un par de isquiones que se acercaran tanto entre sí como si quisieran besarse.

Le pregunté entonces a mis manos lo que debían hacer y ellas se entregaron a la labor de amasar músculos y desplazar huesos, guiadas por las instrucciones misteriosas que se susurran entre sí los cuerpos.

El proceso fue largo y laborioso... la niña buscaba el modo de resolver la encrucijada desde dentro y su madre lo hacía por afuera. Quienes las acompañábamos recurrimos a toda clase de estrategias para ayudar a que la mecánica funcionara y, finalmente, después de asimetrías, masajes, presión y vibraciones, llegó la posición "ganadora" que hizo a la niña deslizarse como un pescado entre las piernas de su madre.