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Ella no podía dormir hacía tres noches; me cuenta que está desesperada porque su bebé no come y no ensucia pañales, que no consigue despertarlo para alimentarle por lo que ha empezado a darle biberones de fórmula. Me dice que tiene congestionados los pechos y que le duele todo el cuerpo desde el parto por lo que no ha conseguido levantarse de la cama.
Salgo a verla de inmediato. Cuando empezamos a charlar sobre su parto me cuenta que aunque dificultoso, fue una experiencia en la que se sintió cuidada y acompañada. Tomo al bebé que duerme enrollado en cobijas con las manos metidas en una especie de guantes; lo desnudo y lo pongo en el pecho de su madre porque entiendo que ese es el primer paso siempre... contacto piel con piel para activar las hormonas del apego que aceitan la maquinaria.
De inmediato el bebé se prende al pecho y veo que come perfectamente. "¿Ves que se duerme y no succiona? Los otros días chupaba mucho más fuerte" Dice ella. "Así comen los bebés", le contestó "chupan un poquito y luego descansan. Y come tranquilo porque te acaba de bajar la leche... tus pechos no están congestionados sino cargaditos de leche". "Pero no hace pipí", alega. Abro el pañal y lo encuentro pesado y caliente. "Este es un pañal mojado... claro que está haciendo. No va a salir empapado hasta dentro de unos meses, ahora su estómago es pequeñito como una canica y hace chorritos". Suspira de alivio. Le ayudo a acomodar a su bebé para que no se lastimen los pezones ni se canse la espalda ni se presione el piso pélvico y de pronto sus párpados empiezan a cerrarse hasta que queda dormida. Le pido al papá que se quede cuidándoles a ella y a su bebé y me voy a casa aliviada.


¿Es este un cuadro de depresión posparto, de síndrome de estrés postraumático? No! Se trata de una consecuencia del absurdo de la sociedad contemporánea que nos ha hecho creer que no necesitamos de nadie para la crianza, que podemos rascarnos con nuestras propias uñas entre las cuatro paredes de nuestras casas. Para criar a un niño se necesita una tribu. Aprendemos a amamantar viendo a otras mujeres lactando, aprendemos lo que es normal y lo que no cuando otras madres nos lo cuentan. Necesitamos tejer redes, acompañarnos unas a las otras y enseñarnos los saberes ocultos que sólo las mujeres que hemos tenido hijos conocemos. Susurrarnos al oído los secretos que pasan de las abuelas a las nietas y que nos confirman que sabemos cómo hacernos cargo de nuestros cachorros.
No necesitamos ansiolíticos ni antidepresivos, no necesitamos psiquiatras en la inmensa mayoría de los casos. Necesitamos a otras madres como nosotras, dispuestas a acercarse un rato a escucharnos y a contarnos que aunque parezca todo complicado ahora, ellas lograron sobrevivir a la experiencia de la crianza. Que los dolores que sentimos en el vientre son la buena señal de que nuestro útero está contrayéndose y que los bultos en nuestra senos nos advierten que leche ha bajado para llenarlos de vida. Que nos tranquilicen contándonos que nuestros bebés duermen porque se sienten satisfechos y no porque han perdido la energía.
Necesitamos unas de las otras para tejer juntas el telar de la vida.
Mercedes Campiglia