Por Mercedes Campiglia
8 de marzo de 2020, una marea de pañuelos y cantos bañó las calles de nuestra ciudad florecida de jacarandas.
Marchamos, compusimos canciones, inventamos gritos que lanzamos al viento para llenar el cielo de palabras.
Se escuchaban ya murmullos de la pandemia pero salimos a abrazarnos y llorar juntas de alegría y de rabia, en una suerte de ritual de despedida.
Y después este tiempo extraño; tras generaciones de pelear por el derecho a las calles, a las escuelas y los trabajos, al transporte público y las plazas, al día y la noche para caminar solas o con quien nos diera la gana... tuvimos que regresar a casa.
Las mujeres violentadas quedaron atrapadas con sus perpetradores, se duplicaron y triplicaron las jornadas; los enfermos en casa, los niños en casa.
Desde la madriguera vimos al personal de salud asustado, desolado, agotado... debatiéndose entre el esfuerzo, el miedo y la impotencia de sentir que a pesar del titánico esfuerzo la vida se le escapaba entre las manos.
Vimos cómo a nuestro alrededor la gente perdía su empleo, su escuela, su vivienda, sus amores.
Vimos también cómo se perdía el terreno ganado en tantas áreas... En la nuestra aumentaron las muertes maternas, las inducciones injustificadas, las cesáreas.
Vimos a mujeres pariendo rodeadas de desconocidos que las trataban como potencial fuente de contagio.
Las vimos también resistiendo, refugiadas en sus casas y rodeadas de sus afectos, empujando la vida desde sus húmedos vientres para acogerla en un tibio abrazo.
Vimos construirse auténticas barricadas para la defensa de la atención humanizada de los nacimientos, y nos atrincheramos en ellas a combatir descarnadas batallas.
Y desde nuestras casas vemos también llegar este 8 de marzo.
Las calles estarán seguramente más vacías este año, pero las jacarandas, felizmente, han decidido florecer una vez más para adornar la primavera de nuestra ciudad.
De una u otra manera habremos de acompañarnos, nuestros corazones marcharán enlazados y nuestras palabras volarán como pájaros que escapen por las ventanas.
Con o sin pandemia nuestras voces se levantan juntas para gritarle al mundo que las mujeres tenemos derecho a parir en amor y libertad.