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Por Mercedes Campiglia

Cuando llegamos a su casa la luz de la tarde entraba entre las ramas de los árboles del ventanal de la sala. Había un auténtico bufete dispuesto en la barra de la cocina amorosamente preparado para la ocasión. Nos recibieron, entre emoción y risa, la madre de ella que había viajado explícitamente para estar presente en el nacimiento de su segundo nieto y la hija de diez años que se había preparado para la ocasión tomando todas y cada una de las clases del curso psicoprofiláctico y ahora, cámara al cuello, se disponía a documentar el evento. Se asomó también a explorar el terreno un perro de edad respetable, que después de olernos y serciorarse de que non epresentabamos una amenaza, se refugió en su cama un poco intimidado por la cantidad de gente. 

Su doctora había llegado ya cargada con todos sus bártulos y empezaba el ritual de inflar y armar la tina detrás de un biombo que la familia había colocado para dar un poco de privacidad a la zona destinada al parto. Su fotógrafa tomaba imágenes con su cámara y un rato más tarde llegaría el pediatra para sumarse a la comitiva de recepción que, a estas alturas, estaba de fiesta. 

Tras terminar de instalar lo necesario, los padres se pusieron su ropa de parto y empezó el viaje. Ella es una mujer extraordinariamente fuerte. Había tenido a su primer hija en un parto muy veloz siendo muy joven y ahora apenas nos dábamos cuenta de que tenía contracciones cuando su cervix llevaba más de la mitad del camino andado. 

Una vez que el escenario estuvo listo y que encendió todas las lucecitas instaladas en la casa para la ocasión, se dispuso a parir. Trabajamos un rato en la habitación y en un instante cambió todo... el barullo inicial dio paso a los mantras, tomó su mala en la mano izquierda y empezó a recitar nombres que yo no conocía cuando las contracciones sacudían su cuerpo. 

Su hija mayor iba y venía -ella la llamaba para sentirla cerca- su compañero se clavó a su lado y su madre esperaba ilusionada guardando una distancia prudente de la escena. En muy poco tiempo supimos que el nacimiento estaba cerca. Suele ocurrir de esa manera cuando se permite que los procesos arranquen sin presiones. Ella tenía a estas alturas 41.3 semanas de embarazo, había sentido contracciones unos días atrás que se detuvieron sin que nadie se preocupara por ello, y en esta segunda ronda de trabajo el útero se encontró con un cérvix blando y dispuesto a abrir.

Entró al agua que entre su hija y su madre se encargaron de llenar de pétalos de rosa. Su marido se sumergió con ella abrazándola por la espalda y todos los demás nos colocamos alrededor de la tina curiosos de ver el espectáculo de la llegada de la vida. 

Después de parir a su niño y su placenta, lo cogió en brazos y se fue caminando, sin necesitar ninguna clase de ayuda, a sambullirse ahora en una cama de sábanas suaves, donde cabía toda la familia -hasta el perro- y ahí se fueron conociendo mientras se disputaban el derecho de tener un rato al bebé en brazos. 

Cuando se recibe a un niño de esta manera, se le está enseñando sutilmente desde el primer instante de vida, que el mundo al que llega es un banquete, que su arribo es una fiesta y que lo que le aguarda es amor y belleza. De verdad son algo especial los partos en casa. Gracias a los equipos de profesionales que los hacen posibles!!!

Foto: Itzel Mar