Por Mercedes Campiglia
Ella me pidió una consulta terapéutica hace meses con la intención de sanar la herida del nacimiento de su primer hija y abrirle paso al parto de la segunda, que para entonces crecía plácidamente en su vientre, sin saber nada de los contratiempos que habían acompañado la llegada de su hermana.
Un par de años atrás la historia había dado un vuelco haciéndoles pasar, de un momento al otro, del agua caliente de una tina a las carreras por los pasillos del hospital. No pudo pujar, no pudo tener a su niña en el pecho, no pudo siquiera conocerla hasta horas después de que hubiera nacido... recordaba a su doctora empujando a toda prisa la camilla hacia el quirófano... anestesia general, un minuto para nacer. Su esposo, a través de una pequeña ventana y con unos ojos empañados por el llanto, veía despedazarse sus sueños de parto como porcelana que se estrella contra el suelo. El cuerpo de su mujer se había transformado súbitamente en un borbotón de sangre.
Madre e hija salieron ilesas de la tormenta pero, aunque sus cuerpos se recuperaron plenamente, el miedo deja huellas ocultas en el alma. Supimos entonces que debíamos ser especialmente pacientes para este segundo nacimiento porque no solo a las fibras uterinas, sino también a las de nuestras emociones, les toma un tiempo encontrar el modo de funcionar tras haber sido cercenadas.
Primer arranque de contracciones... se detuvo; su doctora le llevó a la consulta un manojo de flores del jardín para contentarla. Segundo tiempo, contracciones que no terminaban de establecerse; su doctora pasó a visitarla a la casa e instaló amorosamente todas sus cosas para dejar listo el terreno... Cuando después de una noche de trabajo descubró desolada que tenía tan solo tres centímetros de dilatación, su doctora le secó las lagrimas, le acarició la pierna, le ofreció una cucharada de miel y se quedó a su lado para hacerla sentir segura. Esa es la clase de oxitocina que se requiere en estos casos.
Un nacimiento en casa, una casa llena de flores, dátiles y afectos. Su marido todo el tiempo a su lado, su mamá prudentemente cerca y su nena de dos años chapoteando a su lado en la tina de parto, cantando alegre y abrazándola, con menos sutileza de la que ella hubiera deseado pero con todo el amor necesario para derretirle el corazón.
Por momentos pensó que no podría pero encontró dentro de sí el empuje que necesitaba. Cuando nació esta niña grande y rosada sus padres rompieron en llanto y la hermana mayor corrió a buscar su estuche de colores para pintarle un par de dibujos que se convertirían en su primer regalo.
Otro bellísimo nacimiento de la contingencia que fue posible gracias a que estos padres valientes acallaron las voces del miedo... entre ellas la de un ginecólogo que les aseguró que resultaba imprescindible practicar una inducción en la semana 38 porque la bebé era tan grande que si seguía creciendo no podría nacer por parto. Y gracias también a qué se encontraron con una médica extraordinaria que permitió a la niña crecer lo que le dio la gana, sin apurar el proceso, para que naciera el día que le tocaba... interesantemente el día preciso en que su hermanita había anunciado su llegada. Ni muy tarde ni muy temprano, a las 10:20 de la mañana porque siendo domingo, tal como lo dijo su padre, “no es cuestión de madrugar”. El momento perfecto para desayunar unas deliciosas baguettes recién horneadas con crema de avellana.
Foto: Faride Schroeder