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Por Mercedes Campiglia

18 años, un embarazo y la decisión de seguir adelante con él para volverse madre. Nuestros caminos tienen tanto que ver con nuestra historia; regresamos a ella a repetir pero también a reparar y reescribir. Los recorridos con los que nuestro pie va trazando un sendero tienen que ver con los que otros pies caminaron antes que el nuestro y con las rutas que consideramos, quizá secretamente, que debieron haber escogido.

Era importante para ella poder elegir libremente y fue así que escogió a la doctora que la atendería, basándose en un criterio propio y confiando en su intuición. El padre de la nena decidió no formar parte de esta historian pero ella no estuvo sola, tuvo una compañera de viaje entrañable; su madre. Juntas llegaron conmigo y, acompañándose, cursaron una a una las clases del taller de preparación para el parto. Era importante construir un "nosotras" para recorrer este camino inquietante que ninguna de las dos conocía y al que me invitaron a acompañarlas.

Cosas fueron sucediendo en el transcurrir de las últimas semanas; anuncios prematuros de que el parto se acercaba, una bebé demasiado grande a juicio de la doctora que atendería el nacimiento, una frecuencia cardiaca "en el límite de lo razonable"... pero los días pasaban y las contracciones que los monitores detectaban como intensas resultaban apenas perceptibles para ella y su cérvix, que no estaba aun dispuesto a abrirse... una mala noche, dos, tres... la presión fue aumentando.

Decidieron intentar una inducción con prostaglandinas y, de no avanzar en esta vía, optar por la cesárea. Me pidieron que las acompañara; estaban asustadas. Como el trabajo de parto no llegó, pasamos la tarde tomando café. Charlamos y reímos tumbadas en los sillones de su casa, hablando de amores y desamores, de la escuela, de los pelos pintados de colores, de los "mirreyes" y los "freakys", de México, de Argentina y de la descomunal altura de mi hijo que cursa el mismo el mismo grado de preparatoria que la futura madre. Mientras tanto yo aprovechaba para masajear la planta de sus pies.

Fuimos al hospital a la hora prevista para la cirugía pero cuando llegó el momento de pasar al quirófano, todos los fantasmas atacaron juntos y lo único que ella quería era volver a casa, con sus 18 años y su barriga, a cenar. El ayuno la tenía despavorida de hambre y el miedo es buen compañero de los estómagos vacíos. Pero finalmente logró, haciendo despliegue de una valentía indescriptible, tirar las riendas a sus monstruos para que la acompañaran dócilmente al camino que había elegido recorrer. No es sencillo hacer algo como eso, no cualquiera logra apaciguar sus bestias cuando se amotinan y toman el control de la conciencia.

Pero ella, con sus 18 años, pudo... y estoy convencida de que ese hecho será un parteaguas. Las rebeliones interiores nunca cesan, pero quizá la madurez consista justamente en poder instalar mesas de negociación para establecer acuerdos con nuestros fantasmas.

Estuvimos a su lado todo el tiempo, acariciando su cabello que tenía anudadas a la raíz algunas hebras brillantes de colores. Pusimos la música que eligió, de forma que no se escucharon monjes tibetanos ni sonidos de la naturaleza cuando su nena llegó al mundo; sonaba "No Fear" y "Living in a world without you", canciones que a su madre le parecieron mucho más adecuadas, y yo coincido plenamente con su criterio. Así recibió la vida en su pecho, haciendo un esfuerzo monumental por mantener abiertos unos ojos pesados que insistían en cerrarse, para ver cómo su niña se alimentaba con su leche.

Nunca hubiera podido imaginar que lo más importante de este parto sería aquella charla con café. Ahí se tejió el vínculo que permitió que ellas construyeran la confianza en mí que más adelante necesitarían. Cuando la marea subió y tuvieron miedo de resultar arrastradas, yo sentí literalmente que sujetaba con firmeza esos lazos, afortunadamente resistentes, para remolcarlas hasta que lograron hacer pie nuevamente.

Entrañables experiencias que se van engarzando para formar un collar de perlas.