Este relato será largo porque la historia que le dio origen lo fue también. Son largas las odiseas y las epopeyas. Están llenas de victorias y derrotas, alegría y llanto. El camino empezó mucho tiempo atrás, cuando un muchacho de 15 le confesó a quien, aunque no lo sabía entonces, años más tarde sería su mujer, que su más grande sueño en esta vida era casarse y formar una familia. No se trata de un sueño clásico de 15 pero era el suyo.
Ella tenía sueños propios.. carrera, maestrías, doctorados, viajes. Su cabeza volaba entre invaluables libros antiguos y las historias que contaban, mientras su corazón resguardaba un terror oculto a la maternidad. Cuando pensaba siquiera en parir literalmente su cerebro se apagaba y perdía la conciencia.
Pero pasó la vida y llegaron las ganas. Las negociaciones entre el temor y el deseo tomaron su tiempo y la pareja pasó unos cuantos años intentando un embarazo que requirió de mucha valentía, el tatuaje de una higuera, el dolor de una pérdida y un empujón médico para finalmente producirse.
Cuenta la historia que una mujer, parada frente a un árbol de higos, debía elegir alguno de ellos porque, como se ha repetido hasta el cansancio, “en esta vida no se puede tener todo”. Pero ella lo quería todo entonces ilustró el libro de su piel imprimiendo una bella higuera con todos sus higos para obligar a la historia a que tuviera un desenlace diferente.
El embarazo llegó finalmente y llegó también la fecha para que el parto ocurriera pero el cuerpo no terminaba de decidir si esto era o no una buena idea. Pasaron 24 horas de contracciones que no se animaban a regularizarse. Estuve en su casa una madrugada con ellos; cuando pensamos que había llegado el momento fuimos al hospital para que la revisaran pero faltaba aun un lago trayecto. Volvieron entonces a casa a navegar por otras 24 horas de contracciones.
Como ello no ocurría se tomó la decisión de darle un empujón más al cuerpo para que terminara de arrancarse. Pasaron 12 horas entonces de oxitocina y cada vez que sentíamos que estábamos cerca, descubríamos que estábamos lejos. Su madre entró a la habitación a tratar de ayudar amorosamente: “Hijita, suelta el miedo. Tú niña ya puede nacer, ya está completita”, le repetís mientras palmeaba su cuerpo. Pero el nacimiento seguía demorándose y la familia, tras unas cuantas horas de espera, aceptó trasladar su ansiedad de noticias a un lugar más confortable que las frías bancas de los hospitales.
Pasó, entre tanto, una tormenta inesperada, un apagón de luz, todo un 14 de febrero de enamorados circulando por las calles. Cuando sentíamos que se agotaban las opciones y la fuerza, intentamos el agua. Metió a la tina sus piedritas de poder que elegía alternadamente para frotar con sus manos en las contracciones. “Llevo demasiado tiempo soñando con este momento”. Su marido entró con ella y la música y los rebozos y la aromaterapia... el pujo llegó incontrolable pero aunque el cervix se abría lentamente, no terminaba de ceder, hasta que empezó a inflamarse. Intentamos entonces la analgesia. Ella estaba absolutamente agotada. Cayó rendida en cuanto la sustancia empezó a circular por su cuerpo y detuvo el dolor con el que llevaba dos días y tres noches trabajando. Durmieron exhaustos y pensamos que ese empujón podría ayudar a que terminaran de ceder lar resistencias de los tejidos y del alma. Pero no fue así. Después de seis horas sin progreso se tomó la decisión de una cesárea.
Cuando Lucía llegó finalmente, después de semejante travesía, a los brazos de sus padres, la acompañó una explosión de amor, alegría y llanto. Nunca vi a un padre llorar tanto. “Tu sueño”, le dijo ella mientras él observaba enternecido sus perfectos brazos y sus ojos rasgados. El conjuro de la higuera se cumplió y ahora lo tenía todo. “No me arrepiento de nada” dijo.
¿Habrían podido elegir un atajo para evitar la pedregosidad del camino? En mi opinión no habría sido la mejor de sus opciones. Se agotó cada una de las posibilidades antes de dar el paso siguiente, poniendo una cuña debajo de la rueda para intentar desatascarla. La mayoría de las veces funciona y para las ocasiones en que no lo hace es que reservamos los recursos de la ciencia.
Las odiseas; parecen interminables, son agotadoras y están llenas de obstáculos y emociones encontradas. No se trata de viajes que pueda realizar cualquiera, se necesita arrojo para desafiar las adversidades y sobreponerse a ellas. Pero después de haberlas transitado la recompensa es inmensa. Son afortunados los viajeros que recorran aguas profundas, pobladas de monstruos marinos y sirenas.
No cabe duda de que la vida está llena de historias épicas que merecen ser vividas y contadas.