2a121acc-e720-48b6-8d45-138b04907f19.jpeg

“Siempre has conocido a una yo fuerte y decidida que piensa en algún plan para todo, pero hoy las cosas no podrán ser así. Hoy será el día en que yo me rinda, el día en que, con la mirada más sincera, te diré que ya no puedo más. Hoy te elijo a ti para entregarme en cuerpo y mente, porque en este momento tan vulnerable, no puedo confiar más en nadie más que en ti.

En este momento, a pesar de que no domines ni las técnicas ni la teoría, sabes lo que yo soy, lo que quiero; conoces los escondites de mi fuerza interna y las palabras y los matices que necesito en cada momento para despertar cada una de mis emociones. Te dejo a ti el timón sabiendo que sortearás cada ola con el instinto de un hombre que ama y el de un padre que protege.

Nosotros estaremos concentrados en nuestra labor, en un trance instintivo y quizá salvaje, esperando por reencontrarnos triunfantemente los tres con una sonrisa llena de descanso y de cariño. Éste será nuestro primer trabajo en equipo, el primero de nuestros retos, y lo haremos a nuestra forma, escuchándonos a nosotros mismos.”

Éste es un fragmento de una carta que ella había preparado para el momento de su parto. Él lo leía con la voz un poco quebrada mientras, entre contracción y contracción, descansaba los brazos para el siguiente masaje.

Las horas pasaron, la marea subía. Ella concentrada en sí. Y él... su labor era dura: alternaba entre ser el personaje que hablaba con el médico, los enfermeros, etc. y el marido que amorosamente protegía el mundo paralelo en el que su mujer se encontraba.

Masajes, vibraciones con el rebozo, besos, caricias, compresiones... las vocalizaciones subieron de tono y él las acompañaba con convicción aunque sin la desinhibición que el dolor inyecta. Ella estaba emocionada de pensar que ese dolor y esa sensación indicaban que el momento estaba cerca, pero el trabajo de él requirió más fuerza y más amor tras la desilusión de su mujer, a penas 4 de dilatación.

El calor de las aguas revelaron el comienzo de ese momento de quiebre del que ella hablaba en su carta, pero permitieron también que se le abriera camino a ese chiquito al que tanto deseaban. Ocho de dilatación. A ambos les brillaron los ojos y recargaron fuerzas para el verdadero momento de transición.

Parecía que ahora él se rendía también, pero no podía ser así, era él el capitán. Con los brazos deshechos, el corazón engrandecido y abrazado a la cadera de su esposa, permitió que pasaran las horas para que ella abrazara su momento. Así, llegaron por fin al pujo y el bebé llegó al pecho de su madre, tan tranquilo que parecía que había entendido el pacto que habían hecho entre los tres.

“Nuestro primer trabajo en equipo, mi luna de miel”, pensaba ella agradecida mientras regresaba a esta realidad.