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Por Mercedes Campiglia

Su doctora les dijo que tendría que programar una cesárea para el día siguiente debido a una serie de factores que le preocupaban: el tamaño del bebé y la placenta, la presión elevada de ella, el volumen de líquido amniótico, la frecuencia cardiaca... entendiendo que ésta era la mejor vía, los padres empezaron a prepararse para recibir a su hijo en lo que imaginaban sería una cesárea humanizada a la que insistieron en que les acompañara. Pensé que poco tendría para aportar en este nacimiento pero no pude estar más equivocada. 

En cuestión de horas todo fue cambiando precipitadamente... de forma fortuita descubrieron que su doctora tenía planes diferentes a los suyos, que no pensaba atenderla en el hospital pactado sino en otro en el que no estaba siquiera contemplada la posibilidad de que el padre estuviera presente en el nacimiento. Se fueron revelando una serie de engaños que les llevaron a perder la confianza y habiéndose perdido eso no hay vuelta atrás, algo sé rompe irremediablemente. 

Buscaron entonces alguien que pudiera practicar la cirugía en la institución que habían elegido, de modo que padre y doula pudieran estar presentes. Pero en el camino encontraron mucho más que eso... se toparon de frente con la atención humanizada: una médica que les recibió de inmediato en su consultorio y fue capaz de tranquilizarlos dejándoles saber que todo estaba en orden. Pero no se conformó con eso, buscando calmar a este par de padres aterrados acudió varias veces a su casa, de dia y de noche, para cerciorarse del sano progreso de un trabajo de parto que para entonces ya había iniciado. 

Con siete centímetros de dilatación el proyecto de tener un parto se transformó sorpresivamente en la decisión de apostar por un nacimiento en casa: “Confío en ti”, dijo ella, mirando a los ojos a esta médica recién llegada a su vida cuando le dijo que si quería permanecer en casa podía hacerlo porque ella tenía todo su equipo de atención domiciliaria a mano. 

Inflamos la tina, la llenamos de agua caliente, subimos el banco de parto, informamos del cambio de planes al equipo de pediatras y, en lugar del nacimiento programado para ocurrir en una plancha de quitófano en el que la mamá estaría completamente sola, la pareja recibió a su bebé en un abrazo húmedo y tibio en la habitación de su propia casa. 

La escena me catapultó a la experiencia del nacimiento de mi segundo hijo, 14 años atrás, cuando se me dijo a mí también que mi bebé estaba en peligro y tuve la fortuna de contar con una doula que me ayudó a pensar con calma y me acercó a un ginecologo que me acogió y me enseñó lo que era la atención humanizada, cambiando mi vida para siempre. También mi hijo nació en agua, escuchando la suave música que alguien puso para mi, recibido por las manos de su padre. 

No sabía francamente que el 30 de mayo era día internacional de la doula pero no veo mejor forma de festejarlo que ésta. Confirmando la relevancia de esta labor sencilla de escucha y acompañamiento que lleva a las mujeres a conectar con esa fuerza femenina que habitaba en su interior y de pronto se les sale de las piernas y baña el mundo de vida. 

Gracias siempre Guadalupe Trueba por haber estado para mí entonces. Gracias Ramon Celaya Barrera por haberme cachado y haber abierto la puerta maravillosa que sería tan central en mi vida. Gracias Itzel Mar adorada por ser siempre incondicional, amiga, cómplice y compañera. Gracias por tu confianza en el nacimiento que ha abierto tantas bellas experiencias para montones de mujeres. Gracias por tu compañía fresca!!! 

Y gracias Kepler por tu fantástica templanza y paz interior!!! Fundamentales!!!