Por Mercedes Campiglia

Las contracciones no llegaban y ellos empezaron a desesperarse. Al pasar las 40 semanas de embarazo, suelen entrar en escena las fechas límite y los escenarios medicalizados. No es sencillo transitar los últimos días para aquellos a los que les toca pasar de largo de la fecha probable de parto que comunicaron a amigos y familiares.

La presión empieza a crecer, los mensajes y llamadas caen en cascada y cada día que transcurre el escenario se vuelve más inquietante. Oxitocina y adrenalina son hormonas antagónicas, cuanto más de una menos de la otra, y los imaginarios de desenlaces fatídicos, quirófanos y goteos intravenosos no hacen más que alebrestar la segunda para inhibir la primera.

En esas estábamos cuando ella avisó que las contracciones habían iniciado espontáneamente. A mí me dio una inmensa alegría recibir el mensaje porque sé lo dificultoso que puede resultar transitar los últimos días con la marabunta de presiones que se atropellan unas a las otras. Y sé también de la importancia de esperar a que todas las piezas estén alineadas para que el proceso curse orgánicamente.

Nos encontramos en el hospital cuando las contracciones se volvieron un poco más intensas tras una dosis de prostaglandina que se decidió suministrar con el fin de que el proceso iniciado terminara de establecerse. Ella estaba sonriente y luminosa. Recibía en silencio las sensaciones de su cuerpo al contraerse para empujar a través de los tejidos a la pequeña habitante de sus entrañas.

Prácticamente no hubo palabras; recuerdo mis manos en su espalda que podían percibir los huesos y músculos abriéndose al otro lado de la piel. Deslizándose entre el balanceo y la pausa, llegó hasta un banco de parto en el que le vinieron ganas de pujar; ella no hizo otra cosa que responder a ellas.

Sabiendo que el nacimiento estaba cerca, eligió colocarse en cuatro puntos sobre la cama y me pidió un rebozo para sujetarse. Absolutamente concentrada en su centro empujó hasta que vimos aparecer la cabecita que permanecía aun recubierta por la bolsa que le había procurado una vida flotante de adentro del vientre.

Creo que nunca vi una parto tan suave; creo que nunca vi tampoco un cordón umbilical tan largo... dos y media vueltas hubo que desenredar del cuello de la pequeña antes de colocarla en el pecho de su madre. El papá lloró entonces.

La niña encontró rápidamente el pecho de su madre y succionó fuertemente de él para extraer la leche que le correspondía como si supiera que, teniendo dos hermanas mayores, debía espabilarse para que no la agarraran mosqueada por ser la más pequeña.

Hermoso nacimiento!!!