Por Mercedes Campiglia
Cerca de las 6:00 AM sonó el teléfono y me despertó de un profundo sueño que rayaba con la pesadilla, uno de esos sueños de los que agradeces despertar. Yo no sabía siquiera que las contracciones habían empezado y ahora la voz de un hombre, que me costó reconocer en medio del sopor que caracteriza el tránsito entre el mundo de la vigilia y el de los sueños, me ponía al tanto de que el proceso estaba avanzando rápidamente.
Salté de la cama a la ducha, preparé un té y salí hacia su casa cuando los pájaros empezaban a cantar. Segundo bebé, no podíamos esperar demasiado pero el plan era avanzar en casa la mayor parte antes de desplazarnos hacia el hospital que habían elegido para el nacimiento. En estos tiempos hacer el menor uso posible de las instituciones de salud se ha vuelto prioritario; su médico estaba de acuerdo así que estuvimos en comunicación para definir juntos el momento del traslado.
La casa estaba en penumbras; olía a sueño y sábanas revueltas. Algunos globos y carteles daban cuenta de que una niña había cumplido 4 años hacía unos días. En estos tiempos las fiestas no pueden tener invitados por lo que los padres las llenan de serpentinas para volverlas, a pesar de todo, alegres. Las contracciones eran intensas y se atropellaban unas con otras, definitivamente estábamos de parto.
Todos sabíamos que faltaba poco para que este bebé naciera pero los abuelos que cuidarían a la niña de los flamantes 4 años vivían realmente lejos, así que tardaron en llegar. Era importante esperarlos, la familia había guardado un riguroso encierro de dos semanas para asegurarse de que el encuentro fuera seguro; no habían siquiera salido a sacar la basura durante todo ese tiempo para evitar contactos. Y una madre no puede dedicarse en paz a dar a luz a su segundo hijo si no deja satisfactoriamente despachado al primero.
En cuanto los abuelos llegaron y ella supo que su niña era feliz pudimos salir. Las ganas de pujar se volvieron incontenibles en un trayecto en el que su marido, que no perdió el aplomo ni por un instante, condujo más civizadamente de lo que yo lo habría hecho. Mientras tanto, en el asiento trasero ella negociaba con su hijo: "espera un poquito mi amor, ya casi llegamos, lo estamos logrando".
Los médicos sabían que el nacimiento estaba cerca así que cuando llegamos nos esperaban en la puerta. Tenían la tina lista para que ella se metiera pero no logró más que apoyarse en el borde; el único que terminó disfrutando el agua tibia fue su esposo, que entró para ayudarla a dar ese paso que ya no fue posible. Estando de pie dijo: "aquí va a nacer" y vimos asomar la cabeza de Emanuel, todavía dentro del saco de líquido amniótico, entre sus piernas.
Fue un nacimiento perfecto, el médico puso sus manos simplemente para sostener al bebé y entregárselo a los padres. No había un pediatra en ese instante pero no se requería ser neonatólogo para saber que el niño estaba perfecto. Un abrazo largo siguió al nacimiento. No hubo prisas ni interrupciones, todos simplemente conmovidos nos sentamos a contemplar su encuentro.
Y así esta cuarentena interminable trajo otro más de estos nacimientos de mujeres poderosas que han aprovechado la coyuntura para apropiarse de sus cuerpos y sus partos.