Mi primer parto fue complicado, pero hermoso. La vida me puso en el camino a las personas correctas, para prepararme, armarme con información y herramientas, y encontrarme confiada en el proceso del embarazo y la conquista de mi parto.
El ambiente y acompañamiento, amorosos. Yo, entregada a la experiencia pero con el torrente sanguíneo al tope de adrenalina. Perseguida por el fantasma del recuerdo de un terremoto que se quedó cómodo en mis fibras. Estrés post traumático. La vibración de la ventana. El crujido de la duela de mi departamento. Las llaves colgadas en la puerta, siempre pendulando. El edificio de los vecinos, destrozado frente a mi ventana. Lista siempre para correr. Incómoda y temerosa con la desnudez que hasta antes del suceso disfrutaba.
Labor de parto. Compañía amorosa. Vino, sushi, velas. Risas entre contracciones. Velas, baño en pareja. Mimos. Ventanas, ruidos, ataque de pánico.
Contracciones que se intensifican y ganan ritmo. Después se pierden cuando me saluda el miedo desde la ventana. Regresan con las caricias. Se alejan cuando pasa un camión. Dos días de labor en casa y diez horas en el hospital. El cansancio me agobia y ya no siento el cuerpo. Solo quiero dormir. Entro al agua y duermo. El amor de la pareja me sujeta de la cara y literalmente no me deja hundirme. Entro a una zona oscura de miedo, dolor e incomodidad. Cansancio. Es tan difícil que es tentador entregarse a la muerte, que también está presente en la habitación. Decido entregar mi parto.
Que me inyecten, que me abran. Ya da igual. Se lo entrego a las personas correctas, que me abrazan y acompañan en las decisiones que quiera tomar. Que también me hablan con la verdad y con lo que debo esperar si decido cambiar de ruta. El Dr me rompe la fuente. Yo estoy acariciando la paz que me ofrece la muerte, duermo profundo entre contracciones, cuatro contracciones de tregua. El bebé empieza a bajar. Me ayudan a sentir su cabeza. Ya estoy ahí. Sin fuerza, sin instinto de pujo. Manos amorosas me rodean y ponen el cuerpo. Me ofrecen lianas para colgarme y pechos para patear. Manos amorosas me ofrecen energía de amaranto y agua de coco. Manos amorosas me sostienen y ponen el cuerpo conmigo. Un aliento amoroso y familiar me dice que todo va bien, que me ama y que está orgulloso de mí. Unas manos amorosas reciben a Leo. Unas manos amorosas lo llevan a mi regazo. Unas manos amorosas sostienen y cortan el cordón respetando los tiempos de la naturaleza. Unas manos amorosas nos limpian, nos calientan y nos curan.
Unas manos amorosas me devolvieron mi parto.
Dos años y medio después, llego al segundo, acompañada de estas manos conocidas. Con más confianza, fuerza y empoderamiento. Aliada del amor y también del miedo. Siete horas en total. Contracciones entre risas, comida, dibujo y baile con audífonos. El tono sube súbitamente. Un baño caliente y egoísta. Me muevo por toda la casa. El dolor y la incomodidad se apoderan de mí y la madre tierra me jala con su gravedad hacia ella. Solo en cuclillas encuentro consuelo. Grito, no me callo. Pido lo que necesito. Solo en cuclillas siento consuelo. Comienzan a llegar esas manos ya conocidas y amorosas. El cuerpo me pide pujar con fuerza. Las manos amorosas me acarician y me presionan con sabiduría. Pujo. Rompo fuente y la gravedad me llama con más fuerza. La madre tierra me pide hacer reverencias. Entro al agua con dudas. Siento que me rindo de nuevo. Veo de nuevo a la muerte, pero recuerdo que eso me hace estar más cerca. Manos amorosas me rodean. Pujo con todas mis fuerzas y al cabo de un rato, unas manos amorosas reciben a Luca. El dulzor de la vida nos abraza.