Por Mercedes Campiglia
Luna llena. Yo no lo sabía pero me enteré cuando los partos empezaron a atropellarse. Hace tiempo un muy querido amigo astrónomo me sugirió que hiciéramos un proyecto para corroborar si era estadísticamente cierto esto de que los partos se relacionaban con la luna. Nunca concretamos la iniciativa pero yo personalmente estoy convencida de que existe una relación oculta entre la redondez del astro y los vientres abultados de las embarazadas.
Estaba pendiente de una mujer que había iniciado contracciones hacía 10 horas, con todo listo para salir a su encuentro y esperando solo una última llamada, cuando escuché la suave voz de Itzel Marr anunciándome que estaba en la casa de otra de las mujeres que darían a luz en estos primeros días de agosto, inflando la tina y preparándolo todo para un nacimiento que pensaba que ocurriría pronto. Tomé la maleta que estaba lista para el otro parto, subí al coche y me dirigí a toda prisa a este nacimiento del que no tenía noticia de que hubiera arrancado, mientras veía entrar a mi celular los mensajes de la otra pareja avisando que las contracciones empezaban a ser fuertes y regulares.
Afortunadamente la vida me ha llevado al mejor de los equipos. Mientras conducía a toda prisa por la autopista siguiendo las indicaciones del Waze, logré contactar Guadalupe Trueba que se ofreció para acompañar a la pareja mientras yo me desocupaba. Ella, a su vez, contactó a Patricia Ochoa para pedirle que la supliera en la clase que tenía que impartir esa noche, quien contactó a Ana Maza para solicitarle apoyo logístico. 10 minutos, todos los planes cambiados, todos los flancos cubiertos. Una revolución ocurre cuando un parto arranca, así es siempre. La mente se muestra resistente a desordenarse pero cada vez que sus planes se derrumban resulta evidente que la vida es mejor que cualquier cosa que podamos planear.
El primer parto al que llegué era el segundo de una pareja a la que había acompañado antes y en cuyo proceso estuve íntimamente involucrada; era uno de esos nacimientos que sencillamente no me podía perder. Ella había pujado a su primer hijo rodeada de varones expertos que le daban indicaciones haciéndola sentir incapaz de vérselas con su cuerpo. Había tenido que librar una auténtica batalla interior y manifiesta hasta llegar a este momento, un parto en casa rodeado de mujeres: Itzel Mar y Penelope Antonieta Noriega Zapata a su cuidado.
Armó un refugio personalísimo con una manta tirada en el suelo y una película de su infancia corriendo como telón de fondo de sus movimientos de gata. Pidió agua primero y luego tierra hasta que encontró el modo de negociar con sus músculos, sus huesos y sus emociones sin que nadie le ordenara nada. Salió este niño de su cuerpo rompiendo todos sus miedos y liberándola de antiguos grilletes y fantasmas. En la habitación en la que dio a luz a su segundo hijo había una placa en honor a la desobediencia. Y así fue su nacimiento, desobediente ante las voces que intentaron a gritos amedrentarla cuando decidió que su cuerpo le pertenecía. Su compañero estuvo esta vez a su lado, solidario, absolutamente respetuoso y empático, acompañándola, amándola.
Ayudé a ordenar algunas cosas, les di un beso y salí a encontrar a la otra pareja que iba rumbo al hospital al cuidado de Guadalupe Trueba. Ella era perfecta para este segundo parto que estaría a cargo de su entrañable amigo y compañero, Ramon Celaya Barrera. Cuando la revisaron nos encontramos con la noticia de que tenía apenas dos centímetros de dilatación, contracciones que no terminaban de regularizarse y un bebé en posición posterior... supusimos que tendríamos un largo camino por delante, pensamos también que no podría haber dos doulas en un momento como éste en el que unos pocos hospitales permiten a gatas las entradas de una.
Pero, como dije, la vida tiene sus propios planes. Una manteada, un médico sabio, la apertura de una institución con la que hemos trabajado de forma cercana, el Sanatorio Durango y un golpe de buena fortuna acomodaron las cosas para que cuatro horas más tarde estuviéramos recibiendo a este bebé que nació en una sala llena de amor: Sus dos padres, dos doulas, dos ginecólogos porque Ramon Celaya Barrera se acompañó de la increíble Laura Bello, dos pediatras amigos de la familia y algunas enfermeras.
Me tenía reservada el destino la sorpresa de acompañar en un mismo día dos fantásticos nacimientos, uno de ellos al lado de quienes han sido mis dos grandes maestros en este camino, los que abrieron para mí las puertas de la atención humanizada. En verdad no conviene aferrarse a los planes porque la vida está llena de sorpresas que son siempre infinitamente superiores a nuestra idea limitada de lo que la realidad debería ser.