Por Mercedes Campiglia
Me encomendaron la tarea de presentar los resultados de tres años de trabajo del equipo de investigación-incidencia del que formo parte. La presentación se haría en un encuentro sumamente importante de responsables técnicos de proyectos prioritarios para el país. Yo estaba absolutamente aterrada sabiendo que era rana de otro pozo. Faltaban diez minutos para que me tocara el turno cuando entró en mi celular el siguiente mensaje: "Tengo 6 de dilatación, contracciones cada 15 min. Crees que puedas venir pronto por acá?"
Segundo bebé, parto en casa, tina instalada en medio de la sala... Mi cabeza se hacía cuentas... "Claro, en unos minutos salgo para allá". Las preguntas a la ponente que me precedía me parecieron infinitas. Pasé al frente del auditorio y expuse a toda velocidad, temblando, los resultados de mi proyecto. Respondí una pregunta como pude y salí a la calle corriendo en busca de un taxi que me llevara a casa a buscar las cosas que necesitaba.
En el camino llamé a mis dos hijos, uno se encargó de bajar a la puerta del edificio mi maleta de parto, tenis y una playera para reemplazar la ropa completamente inapropiada que llevaba puesta y el otro manejó de vuelta a casa, a toda prisa, para dejarme el auto que se había llevado.
Estaba tocando el timbre de su casa justo dos horas después del banderazo de salida de esta carrera loca. Crucé la puerta de su departamento y sentí a mi cuerpo y mi consciencia zambullirse en las aguas calmas y profundas del parto… mis aguas. Dejé en la entrada los zapatos y, junto con ellos, todas las herramientas de navegación que tenían utilidad en el mundo paralelo que había habitado hasta un segundo antes, pero que sabía completamente innecesarias para bucear en las profundidades que ahora me abrazaban. Sin escalas, sin forcejeos, como si hubiera tropezado con un agujero de gusano, crucé el portal entre dos mundos para entrar a la tierra de los balanceos y los susurros.
Ella, su compañero, las dos médicas que la acompañaban y yo charlamos un rato antes de que la intensidad de las contracciones impusiera sus sonidos y silencios. Eligió entonces entregar sus pensamientos y su vientre al arrullo tibio del agua, acompañada muy de cerca por las manos y los ojos amorosos de su esposo que nunca se apartaron. Funcionó por un tiempo, pero se asustó cuando supo que el final estaba realmente cerca; le había ocurrido lo mismo en su primer parto. Logró, sin embargo, sobreponerse al miedo y dar el salto imposible que lleva a las mujeres a Tártaro, para buscar a la vida en tierra de nadie. Nosotros la esperamos del otro lado del abismo, sujetando las amarras de su barco, ciertos de que regresaría victoriosa y satisfecha.
Y así fue, madre y niña pronto estuvieron abrazadas, aguardando en el cobijo tibio y húmedo del agua, la llegada del pediatra que vendría a confirmar lo que sabíamos todos, que la bebé estaba en perfecto estado. Los abuelos y la hermosa nena de cuatro años que esperaba ansiosa la llegada de su hermana llegaron al poco rato; ella quería ser quien cortara el cordón umbilical de la recién llegada. Le pareció hermosa, acarició su cabeza que encontró sorprendentemente suave y, en cuanto pudo, se aseguró de cogerla en brazos. La gatita de la familia, que había permanecido hasta entonces resguardada del jaleo en su cama, salió también a inspeccionar la escena y sumarse al regocijo adormilado completando una escena hermosa.
En su cama, con sus amores y vestida con el kimono elegido para la ocasión, la dejamos. Indescriptiblemente bellas las escenas del mundo paralelo de los partos, donde tengo la fortuna de poder sumergirme cada tanto. Inmersiones sanadoras para el alma.