Por Mercedes Campiglia

Una y otra vez la vida nos deja atestiguar que no podemos timonear nuestros barcos. Buscamos remansos y encontramos tempestades, buscamos intensidad y nos aguarda el sosiego. Nunca sabemos qué acecha al otro lado de nuestras decisiones. Pensamos que el caramelo rojo tendrá sabor a fresa y termina siendo de tomate.

Ella quería una experiencia suave. Y se encontró con un maremoto. Sentía que en su parto anterior había sido llevada más allá de sus límites y descubrió que la vida renegociaba sus fronteras. La piel, la paciencia, la confianza… todas se vieron estiradas más allá de lo imaginable. ¿Qué es lo que nos lleva al destino que nos aguarda? ¿Son los caminos que elegimos? ¿Son los que nos rodean? ¿Son los fantasmas que nos gobiernan?

A veces pienso que cualquier puerta que abriera Alicia conduciría a la misma escena. Como si no hubiera modo de escaparse de lo que nos toca vivir, sea miel o hígado de bacalao. Y pienso también que en las rutas que nos dejan llenos de polvo y raspones suelen ser las más importantes. Apreciamos los paseos por los jardines en una tarde fresca pero lo que nos forja son los ascensos escarpados de la montaña, las veces en que nos perdemos y nos desesperamos.

Nadie en su sano juicio elegiría un parto difícil; sin embargo los nacimientos complicados existen y hay a quienes les toca transitarlos. Porque el pujo fue agotador, porque algo se complicó con el bebé, porque se presentó una hemorragia, porque el desenlace fue una cesárea no deseada. Se trata de experiencias desafiantes que requieren enormes cantidades de esfuerzo, que ponen a prueba las convicciones más plantadas. Pero se trata también de los eventos que comprenden mayores enseñanzas.

En este caso la bebé no entró a la pelvis de la mejor manera y las meneadas que intentamos para reacomodarla no funcionaron del todo, las asimetrías y los cambios de posición no acabaron de servir para que la cabeza asomara, la anestesia no fue suficiente para resolver la fatiga de la madre, el cambio de rumbo para sacar a la niña por la panza cuando tenía ya un camino andado por otra ruta no fue sencillo, los tejidos sangraron más de lo esperado y la medicina que usó para resolver el problema generó una reacción alérgica en la madre que le hizo sentir que se cerraba su garganta mientras tenía el vientre abierto. Sintió miedo, sintió dolor, sintió ansiedad. Y nada de eso pudo evitarlo ni su atenta preparación ni nuestra dedicada presencia.

Juro que no me separé ni un instante de su lado; no comí más que una manzana y un puñado de almendras en todo el día para no dejarla sola porque sabía que necesitaba contención y presencia. Su marido no se apartó un solo momento; le dio besos y caricias por montones, se acostó en la cama con ella y se acercó decenas de veces a preguntar qué necesitaba y cómo quería seguir adelante. Le hicimos cariños, masajes, le dimos agua, gelatina y palabras de consuelo. Su médica fue absolutamente respetuosa de sus decisiones y le dejó por completo el comando de la experiencia.

Acompañarnos es lo único que podemos hacer ante la dificultad y tratar de aprender; no pensando en vacunarnos de futuras tempestades, sino aspirando a navegarlas, cada vez, de una mejor manera.