Por Mercedes Campiglia
Exhausta. No he logrado levantarme de la cama. Respirar comprende más trabajo que de costumbre, escribir cuesta, pensar cuesta. Fueron 24 horas las que transcurrieron desde las 4:00 am del primer día que llegamos al hospital hasta el mismo horario del día siguiente en que partí rumbo a casa.
Primera llegada: “El curso me sirvió muchísimo, esto es exactamente como lo había imaginado” dijo ella. Supe que el camino apenas empezaba. Tres centímetros de dilatación. De vuelta a casa. Ellos siguieron trabajando en su espacio. Yo tomé una pausa en el mío.
Segunda llegada doce horas más tarde, ella quiso ir al hospital porque sentía que ya no aguantaba, aunque el ritmo de las contracciones todavía no estaba del todo establecido. Cinco centímetros de dilatación. Nos quedamos.
Doce horas transcurrieron desde entonces hasta el nacimiento. Todos los recursos imaginables: alternativos, farmacológicos, mecánicos, de la partería, de la obstetricia. Un maratón. La conciencia se le extraviaba entre una contracción y otra. Su marido le sujetaba la cabeza para que pudiera perderse.
A las 12:00 pm se tomó la decisión de aplicar anestesia y prostaglandinas para ver si el cuello del útero terminaba de abrirse. Ella cayó rendida, yo salí a buscar algo de comer en medio de la noche y terminé sentada en la banqueta, frente al hospital, con unos burritos de frijol y un jugo embotellado. Una lluvia fina que empezaba a mojar las calles humedeció mi uniforme.
Volví al cuarto, el medicamento estaba funcionando y el proceso avanzaba. Llegó el momento del pujo. Le dimos rebozos para que se jalara, la ayudamos a bajar de la cama y colocarse en un banco de parto. Empujó a ese niño con toda el alma. Sentía que no iba a poder, pero lo consiguió. Él observaba la escena absolutamente conmocionado; una exclamación y una lágrima se le escaparon cuando el pequeño cuerpecito arrugado salió del cuerpo de su esposa finalmente. No se animaba a acercarse, pasó un largo rato hasta que se decidió a tocar al extraño recién llegado.
Parir nunca es nunca como lo imaginamos; es salvaje, extremo, brutal. No puede encajonarse en ningún compartimento. “Llegué a mi límite” dijo ella cuando estábamos ya viendo asomarse los pelos del niño. “Los límites están más allá de lo que pensamos”, recuerdo haberle contestado. El parto empuja nuestras fronteras a las patadas y nos hace más amplias. Ensancha, en primerísimo lugar, a quien da a luz, pero también, de alguna manera, a todos aquellos que la acompañamos.