Por Mercedes Campiglia
Yo me sumé al contingente cuando el camino había empezado hacía rato. Ellos estuvieron trabajando este parto por días y se internaron en el hospital cuatro horas antes de siquiera llamarme; estaba el alba por romper cuando llegué a la sala de labor a alcanzarlos.
Las contracciones eran intensas y frecuentes, pero la dilatación no las acompañaba. Hicimos entonces toda clase de intentos para corregir la postura de esta nena que intuíamos equivocada. Recuerdo haber tocado algo muy duro en su panza que ahora entiendo que eran, no las nalgas, sino las rodillas de la rebelde chamaca que se negó a cumplirle a sus padres el deseo de tener un parto.
Estuvimos juntos 14 horas en las que pasó de todo; desde música relajante, hasta meditaciones guiadas para producir oxitocina concentrando la atención en el hipotálamo y finalmente Luis Miguel a todo pulmón. Pasamos de la tina, hasta el banco de parto, los rebozos y las maniobras. Pasamos de la fruta a los sánwiches y las enchiladas. Del silencio a las conversaciones sobre la vida y las carreteras. De los masajes en la espalda hasta la anestesia. De la mañana lluviosa hasta el anochecer helado. De las cuclillas a las siestas y a los balanceos. De las manos de él masajeando su espalda y acariciando su frente, hasta las mismas manos sosteniendo las manos frías de ella que estaba preocupada por entibiarlas antes de recibir a su nena en brazos en una plancha de quirófano en la que no podía dejar de temblar.
En un parto pasan tantas cosas... Pasan el amor, la desesperación, el dolor, el alivio, el cansancio... Pasan los miedos y los sueños, las miradas anhelantes y las agotadas. Él cortó el cordón umbilical de su hija y dijo las palabras mágicas que hacen que los ojos cansados se llenen de lágrimas "te recibo, te acepto y te amo".
La bebé se prendió a los pechos de esta madre que la recibieron llenos de leche. Ella no habían podido amamantar a su primer hija, a la que tuvo a los 17 años tras una cesárea completamente injustificada. Dos tajos en el vientre fueron necesarios para traer a sus niñas a la vida, pero confío en que este haya sido un camino diferente; más amoroso, más conciente... Cuando se practica una segunda cesárea se remueve la cicatriz de la primera. Y yo confío en que está nueva marca, de algún modo, imprima una impronta diferente; en que, a pesar de su rudeza, la experiencia contenga oculto un bálsamo sanador que remueva los dolores asociados a la experiencia previa.