Por Mercedes Campiglia

Nos encontramos a las 2:30 de la madrugada en la puerta del hospital. Hacía un par de días que ella estaba con contracciones irregulares y, en cuanto la vi, supe que seguía en el mismo estatus. Su médico la revisó y le sugirió volver a casa. El trabajo de parto había empezado, pero quedaba un largo camino por recorrer.

Pasaron ocho horas antes de que regresara a la sala de labor. Cuando la revisaron nuevamente encontraron que había progresado, pero no demasiado, por lo que su médico le sugirió emplear oxitocina para ayudar al útero a que trabajara a un mejor ritmo. Ella estuvo de acuerdo.

Las contracciones se intensificaron y decidimos mover un poco con el rebozo para ayudar a que el bebé se acomodara. Pareció funcionar... un par de horas después teníamos un progreso significativo que nos levantó el ánimo. Seguimos andando: tina, amor, masaje, pelota, esencias...

Pero, aunque todo parecía fluir llegamos, sin saber cómo ni por qué, a un punto en el que el proceso se estancó. Vino la sensación de pujo, pero la dilatación no la acompañaba. El cérvix se había inflamado y el médico, previendo un escenario complicado, recomendó cambiar de planes.

Esta historia terminó con un tajo en la panza después de tres días de trabajo de parto espontáneo y 10 horas de goteo de oxitocina. Hay veces que el proceso simplemente no jala y el cuerpo nos pone un alto. No dio razones en este caso... ni cordón enredado, ni manita en la cara, ni bebé demasiado grande...

Unos pocos minutos después de haber entrado al quirófano, ella tuvo a su nene en brazos y le dio la teta. Su compañero, que había pasado tantas horas acompañándola amorosamente, la besó en los labios. La realidad es lo que es, no necesita ajustarse a lo que nosotros esperamos de ella. Es armoniosa y perfecta tal como sucede. No requiere maquillaje, uñas postizas ni peinados. La realidad es bella y está siempre lista para la fiesta.