Por Mercedes Campiglia

4:07 AM: "Buenos días,

Empecé con contracciones 2:30am.

Han estado cada 5 min desde esa hora. Yo o mi esposo les avisamos cómo vamos avanzando."

Su mensaje arrancó a mi conciencia del viscoso letargo en el que estaba suspendida. Me lavé los dientes, me até el pelo y veinte minutos más tarde mi auto se dirigía a toda velocidad rumbo a la ubicación que ella me había mandado al celular. Cuarta bebé, parto en casa.

Cuando llegué al sitio indicado su esposo salió en pijama a abrirme el portón que daba a la calle con una sonrisa: "Bienvenida". No había tensión alguna en esa voz ni en ese rostro. Una olla de cacao con hierbas hervía en la estufa de la cocina, llenando la casa de olor dulce y especiado. Su esposo estaba dedicado a la laboriosa faena del llenado de la tina que ocupaba casi toda la sala de esta pequeña casa. Dos de sus hijos jugaban con una multitud de munequitos que tenían formados en el suelo. Su mamá le acercó una taza de chocolate caliente y le acarició el brazo.

La ginecóloga había revisado ya dilatación y frecuencia cardíaca, cerciorándose de que todo estuviera en orden, de manera que su atención estaba por completo disponible para acompañar el proceso. Sentada frente a ella le susurraba lo que pensaba que podría allanarle el camino.

Ella, enrollada en una cobija gruesa y suave, escuchaba desde la distancia, como un ermitaño refugiado en su cueva; un velo se había corrido entre su mundo y el nuestro, de modo que participaba a medias de lo que a su alrededor ocurría.

La tina nunca llegó a llenarse lo suficiente como para reemplazar el mullido resguardo que la manta le proveía, de modo que fue desde esa esquina del mundo que se las vio con su cuerpo para parir a esta niña. Cuando se hizo evidente que el nacimiento estaba por ocurrir, la familia abandonó sus ocupaciones, cesaron el acarreo de ollas calientes y las negociaciones con el calentador y se acomodaron todos en torno a ella, convirtiéndose ahora en su resguardo y cobijo.

Unos pocos pujos en el banco de parto bastaron para completar el proceso que en total le había tomado tres horas con 15 minutos. Parió a su cuarta hija exactamente en el mismo lugar que había elegido para parir, dos años atrás, al tercero.

Los niños despertaron a la hermana que aún dormía y se fueron acercando, poco a poco, a inspeccionar a la recién nacida que había llegado para sumarse al clan.

Tomamos fotos, el pediatra revisó y pesó a la bebé, hicimos impresiones con la placenta que los niños embellecieron con dibujos de colores, conversamos un rato y nos fuimos de la casa junto con el papá, que salía rumbo a la primaria de su hija que no quería perderse el desfile del día de la bandera en el que le había tocado desempeñar un papel protagónico.

Ella se quedó exhausta y feliz en la enorme cama familiar —que en la sumatoria de colchones pegados unos a los otros abarcaba prácticamente toda la habitación— con la chiquita succionando enérgica de su teta, su hijo de 10 años acostado al lado para acompañarla y su madre cuidando que todo estuviera en orden.

"Dicen que necesitamos más espacio" me contaron el día en que fui a visitarlos por primera vez, "pero a nosotros nos gusta que la casa sea chiquita, porque así nos vemos". Un pequeño y apretado hogar que es el abrazo en el que esta numerosa familia ha elegido crecer. Una cueva cálida en la que resguardarse.