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Por Mercedes Campiglia

Hablamos ayer. Su doula acababa de avisarles que tenía que realizarse la prueba Covid y que sabría los resultados en un par de días. Ella los había acompañado en el nacimiento de su primer hijo y con ella tomaron el curso para preparar el nacimiento de éste que sería el segundo. Faltaban dos semanas todavía para la fecha probable de parto pero la familia no quería quedarse sin un plan B, que en este caso venía siendo yo, por lo que decidieron contactarme en cuanto recibieron la noticia. A veces el destino nos susurra al oído y hay quienes están atentos para escucharle.

Acordamos esperar un par de días y, en caso de que la PCR de su doula saliera positiva, programar un encuentro para conocernos. "Una doula no se elige como un plomero" recuerdo haber dicho, "es una cuestión de piel". De cualquier forma acordé apoyarles si su bebé decidía nacer antes de nuestro encuentro, lo que parecía poco probable. "Los niños eligen misteriosamente su comité de bienvenida de manera que en el parto están los que tienen que estar", dije finalmente, no para tranquilizarla sino porque en verdad lo creo.

Cuando no habían transcurrido ni 24 horas desde nuestra breve charla, recibí un mensaje de ella avisando que había tenido unas pocas contracciones y que la fuente acababa de romperse. Cinco minutos más tarde hablamos por teléfono y me dijo que las contracciones eran de pronto frecuentes. Salí disparada hacia la ubicación que acababa de entrar a mi teléfono; sería un parto en casa y yo no tenía idea siquiera de hacia qué zona de la ciudad me dirigiría el navegador... 28 minutos para llegar.

Durante el trayecto, mientras manejaba a toda prisa, pensaba que adoro este trabajo que me obliga a estar alerta, a mantener un diálogo espontáneo y fresco con la vida. No hay manera de aprender los diálogos de antemano, se trata de una conversación casual a la que el alma simplemente responde.

La primera a la que ví al llegar fue a Itzel Mar, la única persona a la que conocía en el lugar. Ella salía hacia su auto a buscar alguna cosa y me dijo que subiera las escaleras y entrara por la puerta del lado izquierdo para encontrar a la pareja. La dilatación estaba casi completa. Mis ojos se encontraron al entrar con los enormes ojos claros abiertos como platos de un hermoso nene de un par de años que era evidentemente el hermano mayor. Lo saludé lo más amorosamente que pude y corrí escaleras arriba.

Seguí los gemidos hasta un amplio baño en el que encontré una pareja a punto de parir. Él la miraba intensa y amorosamente mientras acariciaba su espalda. No nos habíamos siquiera visto antes, una llamada de 15 minutos había permitido que ella y yo nos reconociéramos las voces. Pero no era tiempo de presentaciones, tuvimos que confiar unos en los otros de forma instantánea. Llegaron las esencias que imaginé que podían ayudarle, la música, los masajes en la espalda, los apretones y algunos susurros. Una hora y dieciocho minutos después de que se comunicaran conmigo su bebé estaba naciendo en una tina a medio llenar. Bajé a buscar agua que su doctora había puesto a calentar en la cocina y le avisé al niño de los ojos claros que ya tenía un hermano casi tan guapo como él.

Un parto bellísimo en el que, como ya es costumbre, Itzel no hizo más que reforzar la confianza de la mujer en su capacidad para parir, asegurándose de que tuviera lo necesario para sentirse cómoda y feliz. Después de cersiorarse de que mamá y bebé estaban en perfecto estado, se dió a la tarea de llenar y calentar la tina dejando que ella se encargara de parir. Recuerdo que el papá le dijo en un momento: "no te preocupes ya por el agua, sino por lo que pasa acá" y ella le contestó con una bella sonrisa que le encendió los ojos "acá todo está muy bien".

Un bebé hermoso de 3.650 kg termino de nacer una vez que la doctora liberó la circular de cordón que llevaba en el cuello. Recubierto de una sustancia fantástica que lo volvió tan resbaloso como un pez hizo el viaje a través de la pelvis de su madre como quien se resbala por un tobogán enjabonado. Guardamos la placenta, vaciamos la tina, levantamos el desorden y la fantástica pediatra Penelope Noriega, después de revisar brevemente al bebé y serciorarse de que estaba perfecto, no hizo mas que ayudarle a qué se acomodara en el pecho de su madre. Fantásticas médicas dispuestas a dejar de hacer para permitir que el crédito se lo lleven las madres.

El papá bajó entonces a buscar al hermoso niño que esperaba escaleras abajo y le preguntó si quería conocer a su hermano. Los dejamos entonces a los cuatro juntos y listos para iniciar esta nueva etapa de la vida familiar. Adoro los partos en casa!!!