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Por Mercedes Campiglia

En la epidemia de COVID-19 entramos en fase tres, lo que sería equivalente a entrar en fase activa de parto. Y puede sentirse el cambio. Yo he tenido ganas de llorar a cada rato y me doy cuenta de que mi corazón está blandito y permeable, como un cérvix que empieza a abrirse. 

Todo cambio de escenario produce temor, desconcierto, pero no estamos más que recorriendo el camino que esperábamos y que otros han recorrido ya. Se acabó la ladera y estamos ahora subiendo la cuesta de la montaña; ha llegado el tiempo del esfuerzo. Y la brújula que va a guiarnos en el camino es la conciencia de que nada va a sacarnos de aquí más que nuestro propio empuje. 

Nadie puede recorrer el camino por nosotros y no existen helicópteros para llevarnos sin esfuerzo a nuestro destino. Sabemos cuáles son las recomendaciones para recorrer la ruta de mejor manera y tenemos que aferrarnos a ellas como a la cuerda que mantiene al alpinista a salvo: guardarnos y tratar de mantenernos saludables, para lo cual evitar la toxicidad del estrés no es, en absoluto, secundario. 

Tenemos, en esencia, lo que se requiere para realizar el viaje pero será de ayuda hacernos de aquello que pueda ayudarnos a recorrer el trayecto de mejor manera: mantener estrechos los vínculos con nuestros afectos y asegurarnos de tener a mano todo aquello que pueda servir para relajarnos, será de vital importancia: desde aceites esenciales hasta meditación, chocolate, amor, caricias y largos baños de agua caliente, música, aire fresco... Es más importante de lo que podría imaginarse en este momento introducir el placer en la escena para mantener a raya al miedo, que no es un buen compañero de ruta. 

Es tiempo de avanzar un paso a la vez, mirando exclusivamente el pie que camina y no el destino al que se espera llegar. Absoluta concentración. Poco a poco iremos tornando la mirada hacia nuestro interior para encontrarnos de frente con nuestras fortalezas y debilidades, nuestras pequeñeces y grandezas que tendremos que abrazar para seguir adelante y descubrir que tenemos mucho más amplitud interior de la que imaginábamos.

Foto de Nimbe Álvarez