Por Guadalupe Trueba
Si miramos con una camarita nuestras cuerdas vocales y hacemos lo mismo en el interior de nuestra vagina, vamos a notar una similitud. Ambas cavidades son muy parecidas.
Como todo está conectado, nuestras cervicales se relacionan con nuestras lumbares y el sacro a través de la columna vertebral.
Cuando relajamos nuestra mandíbula (que solemos tener tensa porque mordemos y tragamos palabras) inevitablemente repercute en nuestra cavidad vaginal ayudando a su relajación, a la del suelo pélvico y de la vulva.
Son dos bocas y canales de poder a través de ambas nos manifestamos con emociones, palabras, proclamaciones, poder, fluidos.
Si una está rígida es muy probable que la otra también. Y si no estamos diciendo algo o retenemos alguna emoción nuestros espacios se cierran. Si los abrimos, se relajan, y eso nos conecta con el placer.
Hagamos un ejercicio: acostadas o sentadas entreguemos todo el peso en el piso respirando profundo como si lleváramos el aire al vientre un par de veces, démosle espacio al útero. Estemos atentas que nuestras nalgas y nuestro suelo pélvico estén disponibles, livianos, sueltos.
Ahora relajemos la mandíbula, solo la soltamos y dejamos que caiga por su propio peso, dejamos también que la lengua ocupe todo el espacio que requiera dentro de la boca, relajando a tal nivel, que se perciba la humedad en la comisura de los labios
Así como estamos, percibamos la cavidad vaginal y la vulva, e imaginemos que podemos hacer lo mismo. Mientras más relajamos la mandíbula, mas se abre nuestra vagina.
El cuerpo se modifica, y la relajación nos conecta con nuestro propio placer.
Ese es un estado más natural que la rigidez y la velocidad que nos imponemos diariamente.
¡Ah! Y nuestra garganta, como nuestra vagina y matriz, ahora tienen más espacio, más aire, más disfrute y más apertura. A más escucha y más conexión con nuestro cuerpo, más disponibilidad, entrega, apertura y empoderamiento.
Tomado del taller de Karen Ritter “Canto Prenatal”
riakkaren@gmail.com