La tormenta

Por Mercedes Campiglia

Cuando vi el puñado de instrumentos de metal que asomaban de su vagina pensé: “esta es una escena que me perseguirá en los sueños”. Sabía que jamás habría de olvidarla. Su marido, tiernamente, le respondía cuando ella, desde el sueño extraño en el que la sedación sumerge a la conciencia, le decía que tenía hambre: “¿Y qué se le antoja de comer, algo picosito? ¿Y de beber, agua de limón o de naranja?”. Ella: “Quiero ir al parque a pasear con mi nena”. Él: “¿Y llevamos a las perritas o mejor las dejamos?” Ella: “Con las perras, quiero que la conozcan”. Charlaban de helado de chocolate y espaguetis con crema, de la playa a la que querían llevar a la niña para meterla un ratito al mar y otro a la alberca… “pero solo un ratito porque el agua tiene mucho cloro”.

Mientras tanto dos enfermeras sujetaban con firmeza tres espátulas de metal con las que abrían la vagina en la que la ginecóloga hurgaba buscando el origen del río de sangre que inundaba el cauce en el que se había convertido su cuerpo... Se empapaban, una a una, las decenas de gasas que entraban, sujetas a una pinza, por el orificio abierto en su entrepierna. Tres lámparas alumbraban el túnel de acero por el que la doctora introducía toda clase de instrumentos, dando puntadas aquí y allá en un intento por reparar el tejido roto.

La nena estaba en el cunero. Cuando nació, después de un parto sin mayores contratiempos fue colocada, como corresponde, en el cuerpo de su madre: “Tiene una flemita, déjame ayudarla”, dijo el neonatólogo al ver que no respiraba con la facilidad que todos hubiéramos esperado. “Vamos a darle un poquito de oxígeno”. “Vamos a llevarla a una cama calientita”. “Vamos a intubarla”. Las frases se sucedían unas a otras, como una cascada de piedras que caían sobre un lago rompiendo su superficie de espejo y sumiéndose hasta asentarse en el fondo de una conciencia que cada vez parecía más pesada.

Nada tenía sentido. Mi mente regresa una y otra vez a lo ocurrido, como un sabueso, en una suerte de compulsión por revisar los pasos rastreando el punto de quiebre que nos llevó al momento en el que nos encontrábamos:

15:08 Mensaje de ella avisando que las contracciones habían empezado hacía un par de horas.

16:18 Mensaje de él comunicando que eran más regulares: “Cara de parto todavía no tiene”.

17:31 Él: “Ya está cantando tibetano”.

17:54 “Ya vamos al hospital”.

18:35 Llegué al hospital y unos momentos después la vi bajar del auto, ya con cara y voz de parto.

"Espectacular. Seis centímetros de dilatación y muy buenas contracciones". Tuc-tuc, tuc-tuc, el corazón de la bebé perfecto.

“¿Por qué no te metes a la regadera un rato?” Dijo su médica, “el agua te puede ayudar”. Nos llevamos al baño algunas de las decenas de velitas eléctricas con las que habían llenado la habitación y una botella de Gatorade. Contracciones seguidas, contra-presión en la pelvis con cada una de ellas. Recuerdo el agua caliente salpicando mis brazos y mi zapato resbalando en el suelo mojado.

Empezamos a escuchar sonidos diferentes. Nueva revisión: “Ya vas en ocho. ¿Quieres meterte a la tina?” Tuc-tuc, tuc-tuc. “Tu bebé está perfecta, ya está muy cerquita, si quieres puedes tocarla.” Ella mete los dedos a la vagina y siente su cabeza; su marido está en el agua para sujetarla. Calor, paños fríos en la frente, esencia de cítricos, ganas de pujar. Le sugerimos que saliera porque empezó a sentirse sofocada. Un banquito, un rebozo y un espejo en el que pronto vimos que la cabecita asomaba.

20:58 “Nació” escribí a mi marido, como suelo hacer cada vez que voy a un parto.

22:37 “Acá todo se complicó” fue mi siguiente mensaje… cuando se habían llenado de pinzas su vagina y de miedo su corazón. “Qué bueno que decidí cambiar de médica” dijo ella entonces. Qué importante elegir a los profesionales en los que podamos depositar nuestra confianza aun en los momentos más difíciles, pensé.

Tomé una foto antes de que se llevaran la nena al cunero en el brevísimo instante en que estuvo en el pecho de su madre pero, por causas que no logro entender, se borró de mi celular. Nunca había ocurrido antes. Simplemente desapareció, de modo que ese encuentro quedó velado y solo vivirá en los ojos de quienes pudimos atestiguarlo.

Decenas de veces he estado en situaciones más complicadas, decenas de veces hemos esperado más allá de las 41 semanas para permitir que el parto iniciara por sí mismo, pero éste no fue el caso. Semana 40.4, ninguna señal de alarma durante nueve meses, una madre con músculos fuertes que hizo yoga para abrir su pelvis durante el embarazo. No hubo hormonas, no hubo suero, no se usó anestesia… nadie empujó, cortó, jaló ni apuró nada. Un parto absolutamente fisiológico, un recorrido que se ajustaba aun al más conservador de los criterios. Ninguna maniobra fue necesaria, ninguna manteada, ningún oxitócico natural o sintético. La doctora escuchó a esa bebé al menos cuatro veces durante las dos horas que pasamos en el hospital… recuerdo cada una de ellas y el latido era fuerte… la bebé se veía rosada al nacer. Todo lo que se requirió estuvo disponible; todo el equipo, toda la asistencia.

Todo se hizo bien y nada salió como hubiéramos esperado. Me doy cuenta de que escribo este texto como un repaso más, otro recorrido de mi mente que ha hecho la ruta de ida y vuelta decenas de veces. Como el obsesivo que repasa sus rutinas, siempre idénticas, buscando inútilmente controlar la realidad inatrapable que se le escapa entre los dedos.

“No logro entender”, le escribí al día siguiente a la neonatóloga cuando me enteré de que la niña estaba grave. “Pues yo tampoco” respondió ella. Quizá hay eventos que son sencillamente inexplicables. Si se hubiera tratado de un parto en casa, si el pediatra no hubiera llegado a tiempo, si yo hubiera hecho alguna maniobra extraña, como ha ocurrido tantas veces, habríamos estado convencidos de que algo de todo eso nos había llevado al punto al que mi memoria ha quedado anclada… la niña en el cunero, las pinzas asomando por la vagina de ella y él rememorando aquella boda a la que sus dos perras asistieron vistiendo smoking, mientras le recordaba a su mujer, de tanto en tanto, que respirara hondo y tragara saliva, como la anestesióloga había indicado.

Estaban en el mejor lugar posible, con el mejor equipo posible en todos los sentidos. Estaban lo mejor armados que se puede estar para enfrentar una tormenta. Tenían las más sólidas embarcaciones comandadas por los más experimentados marineros, pero la tormenta es la tormenta y no existe manera de acallar el rugir de los truenos ni la bravura del océano. No queda más que aferrarse a la extraña combinación de humildad y valentía, que se produce al atestiguar que el misterio de la vida es ingobernable.

Este es un texto que esperó largo tiempo por su desenlace; la historia empezó a escribirse, como siempre, el día después del parto, pero permaneció a medias, aguardando su final, durante casi un mes. Fue tejida como una red que aspiraba a atrapar en sus palabras los detalles de lo vivido, para evitar que se perdieran en el olvido, pero funcionó también como la lista que se escribe para exorcizar a la mente de la condena al eterno retorno: "un kilo de huevo, una barra de mantequilla, seis bolillos..."

El parto no concluye hasta que el bebé es entregado a los cuidados de su madre y hubo que aguardar muchos días para que eso ocurriera en este caso. Una auténtica odisea que comprendió tres días de hipotermia para poner a las neuronas en pausa y mantener a la pequeña Blancanieves inconsciente y congelada, reposando en su cajita de vidrio, hasta que el beso del amor llegó a despertarla de su sueño de muerte. Se practicaron análisis de todo tipo, tratamientos de infecciones indomables... Y hoy finalmente sale de la tempestad ilesa, gracias a un par de padres que hicieron acopio de toda su capacidad y fortaleza para sobrellevar la adversidad sin reclamos, sin culpas ni cuestionamientos, confiando en que saldrían a flote de la experiencia gracias a la orientación sabia del equipo que eligieron para acompañarles.

La nena no estuvo sola, fue arropada en todo momento por el amor de sus padres, que cobró la forma de las palabras dulces que llegaron a sus oídos desde el primer instante y la leche que nutrió su cuerpo… un par de gotitas primero, extraídas junto con unas cuantas lágrimas, y transportadas mediante una zonda hasta su estómago, y tres tomas diarias más tarde, que tenían a su madre casi todo el día rondando los pasillos del hospital.

Enormes pruebas con inmensas enseñanzas… Yo salgo de la experiencia deslumbrada de la grandeza de los maestros con los que la vida me provee constantemente. Mediante ellos se me han llegado los más valiosos aprendizajes. La exposición constante a la humanidad en su grandeza, en su valentía y su arrojo, en la más bella de sus formas, es algo que jamás podré agradecer lo suficiente.

Niño de cebolla

Por Mercedes Campiglia

Yo había estado con ellos en el parto de su primer hijo y ahora me invitaban al nacimiento del segundo. Su historia era una de esas inolvidables que quedan inscritas en el corazón con tinta indeleble y que, de forma misteriosa, amarran a las almas.

Hoy, cuando las contracciones arrancaron, ellos no las esperaba y yo tampoco. Nos tomaron por sorpresa en un momento que ninguno hubiera elegido. Pero la vida tiene sus rutas trazadas y no podemos hacer más que recorrer los senderos que nos presenta. Así que cuando el camino se reveló, simplemente decidimos que habríamos de recorrerlo juntos.

Llegué a su casa y la encontré en la regadera. Se balanceaba sobre una pelota bajo el agua tibia. Lloró un poco. El parto a veces trae consigo algunas lágrimas. "Lo mejor que puede pasarle a cualquier persona es darse cuenta de que no es el centro del universo lo antes posible", recuerdo haberle dicho para consolarla cuando confesó que vivía como una especie de traición la llegada del segundo hijo, que vendría a desplazar al primero de su puesto de estrella en la galaxia.

Pero creo que en realidad no lloraba por eso, sino por la suerte de melancolía que produce la vida cuando cambia y nos deja ver que lo que era ha quedado irremediablemente perdido para dar paso a lo desconocido. Comimos una porción de lasaña, le dio un beso a su niño, le anunció que se convertiría en hermano mayor esa misma tarde y partimos hacia el hospital.

La vez anterior una cadena de eventos inesperados se habían sucedido desde que ella puso un pie en la clínica hasta que su hijo hubo nacido, lo que convirtió al proceso en una montaña rusa que la llevó por cimas y precipicios durante incontables horas. En esta ocasión, por lo tanto, quería asegurarse de llegar cuando el trabajo de parto estuviera bien avanzado.

Esperamos a estar cerquita del final para trasladarnos, lo que convirtió al trayecto en una especie de carrera por la ciudad pilotada por el padre del niño que, a todas luces, había asumido por misión evitar que su retoño naciera en la Supervía. Entre un constante saltar de baches y la violenta ventolera que entraba por las ventanas sacudiendo hasta los pensamientos, arribamos a nuestro destino.

"No estaba lista para que llegaras, pero ya lo estoy", le confesó a su bebé, negociando la salida "ya quiero que nazcas". Y él nació, hermosamente, siguiendo la fuerza y la guía que le proveía el cuerpo de su madre.

Cubierto de grasa blanca fue puesto en los brazos de ella. Su padre lloró al verle... Un niño de cebolla, destinado a enternecer corazones. Se quedó un largo rato acurrucado plácidamente en el agua tibia, cobijado por la penumbra y el silencio, mientras todos a su alrededor contemplábamos conmovidos la hermosura del momento.

Abrazar la vida en tiempos de incendio

Por Mercedes Campiglia

Con y sin Covid, las mujeres embarazadas tienen derecho a vivir sus partos como procesos plenos, respetados, íntimos y saludables. Son pocos los espacios y los profesionales que lo permiten, porque el miedo al contagio termina primando sobre cualquier otra consideración. Pero para la familia que recibe un bebé es importante sentirse cuidada, apreciada, protegida, cobijada... ningún virus cambia eso.

Este parto ocurrió como todos los demás... en un entorno cálido y amoroso. Ella, sostenida por su esposo y un banco de parto, acompañada por el amor y la música que había elegido, estimulada por la caricia sutil de las esencias que se fueron sucediendo unas a otras, por las manos que masajearon su espalda y las suaves palabras de aliento de su doctora, parió la vida.

Su trabajo de parto completo debe haber durado tres horas, de las cuales menos de una transcurrió desde que llegó a la casa de nacimientos hasta que tuvo a su nena en brazos. ¿Se habría justificado practicarle una cesárea, trasladarla a un área quirúrgica, separarla de su compañero o llevarse a la niña a un cunero, como suele hacerse en estos casos? Yo pienso que no.

Ahora toca lavar la ropa con desinfectante, comer en mesa aparte unos días y usar cubrebocas para cuidar de los demás. Algo está mal cuando el cuidado de uno comprende el sacrificio de otro. Nos cuidamos juntos porque somos, al final de cuentas, un mismo cuerpo. Y no hay mano en su sano juicio a la que no le interese apagar el fuego si ve que la otra se está quemando.

Através del miedo

Por Mercedes Campiglia

Yo no había podido estar en su parto anterior porque un viaje se interpuso en nuestros planes, pero nos reunimos al recuento de lo ocurrido y la supe que la experiencia no había sido sencilla. Una ruptura de membranas, la decisión de inducir, muchas oxitocina sintética, horas y horas de contracciones en el hospital, jalones, empujones y tajos para sacar al niño del vientre y, para completar el cuadro, una infección que les llevó a pasar días separados...

Quien se ha quemado una vez le tiene miedo al fuego. Y así llegamos a este segundo nacimiento, con bastante susto y buscando aprender de lo ocurrido para trazar caminos nuevos. Cambio de médico, de sitio, de doula, de estrategias. Sabíamos ahora que convenía cultivar la paciencia y esperar a que el parto tomara su rumbo respetando el ritmo que le fuera marcando el cuerpo, sabíamos también que convenía tratar de abrir los espacios de la pelvis para ayudarle a esta bebé a acomodarse mejor de lo que lo había hecho su hermano y evitar así los forcejeos, sabíamos que el camino podía llegar a ser largo y que convenía transitar la mayor parte del recorrido en casa.

Ellos se prepararon, asumieron la de responsabilidad que les correspondía y se dejaron guiar, eligiendo confiar a pesar de sus temores... Terapia de suelo pélvico, ejercicios para ayudar a la pelvis a abrirse, estrategias para mejorar la posición del bebé en el vientre y regularizar así unas contracciones que tardaban en establecerse, paciencia para esperar en casa a que el proceso madurara lo suficiente...

"Siento que se está repitiendo la historia" dijo ella en un momento. Porque los miedos son difíciles de remover de nuestro sistema e insisten en cobrar la forma de fantasmas que nos asechan. Pero las historias no se repiten, son siempre frescas porque el caudal de la vida corre y se renueva. Esta historia no se parecía en nada a la previa.

"Tengo miedo de lo que siento" confesó entonces, abriendo su corazón. Y cuando se abre el corazón, el periné le sigue el paso, porque misteriosamente son músculos que avanzan de la mano.

Y sí, para parir no hay otra puerta más que la de atravesar el miedo; no existe camino alterno. Tenemos que lanzarnos valientemente al mar de sombras y sumergirnos, confiando en que nos alcanzará el aliento para llegar al otro lado de sus aguas. Así lo hizo y el resultado fue un nacimiento hermoso, adentro de una tina de agua, arropado por el amor y arrullado por música suave y olor a incienso.

Tú nos diste la pauta de tu recorrido....

Hace un par de meses recibí una llamada de una mujer pidiendo informes para prepararse al nacimiento de su segundo bebé, con la ilusión de vivir un parto vaginal respetado, sin intervenciones, informados, tomando decisiones basadas en evidencia y que nos los chamaquien….

Además, las circunstancias de la vida, compartimos momentos difíciles de salud que nos ponen en una situación tan vulnerable que de inmediato sentimos esa conexión especial en una llamada telefónica. No sé, fue una charla desde el corazón compartiendo nuestros miedos, sueños, incertidumbres……

Transcurrieron los meses de su embarazo, tuvimos la oportunidad de conocernos en el curso de preparación al parto. Con la certidumbre de que se les abrió un panorama muy distinto para intentar un trabajo de parto respetado y convencidos de recibir a su bebé de una manera mas amorosa y respetada. Y si, se vale cambiar de médico casi en el último momento, volver a replantearse, dudar y reconciliarse con las decisiones tomadas con responsabilidad.

En esta trayectoria de acompañar a parejas, no cabe la menor duda de que los momentos se acomodan y están quienes deben estar.

Cuál va siendo la sorpresa que ante una ruptura espontánea de membranas, su gineco y pediatra estaban fuera de la ciudad de México por lo que de inmediato son canalizados con otro equipo médico y les dan la opción de elegir quedarse en casa en el transcurso de la noche y esperar a que inicie el trabajo de parto.

Con casi 10 horas de haberse roto la fuente y sin contracciones establecidas se mueven al hospital. Es ahí en donde se intercalan estas primeras miradas . Sin prisas y presiones se da la propuesta de dar un empujón con oxitocina, cuidando siempre la dosis respuesta ya que su primera bebita había nacido por cesárea hacia unos años atrás.

La mujer que intuye, que defiende su cuerpo y a su bebé, reclama y pide con esa seguridad…. “déjenme levantarme y porfavor quítenme el monitor un rato. Si sigo acostada no tendré progreso”, además cabe mencionar que esta gorda estaba cómodamente acomodada como de ladito, tenía perdida la brújula de enfilarse hacia la salida correcta, ese primer anillo de la pelvis en donde el bebé debe encajarse e iniciar su recorrido.

Suficiente alzar la voz para empezar a buscar movimientos libres, balanceos, asimetrías, cuclillas….. dejarse llevar por las sensaciones de su cuerpo tratando de abrir espacio, en silencio y sin miradas que intimidan.

Pasó así un tiempo para evaluar si había algún progreso y esperando que la bebita se acomodara para empezar a transitar por la pelvis. Desafortunadamente sin ningún cambio y confiando en la experiencia del médico se decide la vía de la cesárea, pidiendo rescatar momentos importantes, “queremos ver nacer a nuestra bebé, te pedimos bajen el campo y contacto piel con piel”.

Fué así como llegó Isabel a este mundo , abrazada de inmediato por su madre y esas caricias tan delicadas de papá.

Me siento tan agredecida de haberlos acompañado, de su confianza depositada y ser testigo de tu fortaleza.

Patricia


La medicina del canto del viento

Por Mercedes Campiglia

La fuente se rompió al romper el alba del día de su cumpleaños, y el nacimiento de la niña niña que esperaba ocurriría tan solo unas horas más tarde. El destino, refutando las predicciones de las parteras y los astros, había elegido que madre e hija, a partir de ese momento, soplaran juntas las velitas del pastel cada 22 de junio.

El recorrido hasta encontrarse lo anduvieron en el espacio íntimo y cálido de una casa que parecía poblada por el espíritu de la selva... Un conejo saltaba de una habitación a otra entre plantas, altares, piezas arqueológicas, esculturas talladas en madera y colecciones de todo tipo. Montones de fotos, sujetas a lazos por pequeños ganchitos, hacían del sitio una suerte de tendedero de la memoria.

Cuando llegué humeaba ya el agua caliente de una tina, colocada en el corazón mismo de la casa, que acentuaba la sensación de humedad fértil y nutricia, envolviendo en su bruma a los sonidos inconfundibles del parto.

Un jugo de zanahoria que nadie bebió y un desayuno que nadie probó aguardaban en una pequeña mesa, mientras ella se refugiaba en el baño. Dueña de su cuerpo y de su proceso, comandó la experiencia con una sabiduría ancestral que le dictaron al oído las células que le heredaron sus abuelas.

"No sé si voy a poder" dijo en un momento, pero yo no tenía duda de que podría. Contaba con todo lo necesario... Un espacio íntimo en el que acurrucarse, rituales que la cobijaran, plena conciencia de su cuerpo y el acompañamiento absolutamente conmovedor de su pareja, cuyas manos, ojos y palabras sabían siempre cómo y dónde posarse. Acarició su frente, sus piernas y su vientre, le susurró arrullos y rezos, la sujetó cuando necesitaba un ancla y la empujó cuando hacía falta levantar el vuelo.

Fue tan hermoso verlos amarse para traer su niña al mundo, confiando el camino que les indicaba la brújula que el corazón tiene integrada por naturaleza. Pisaron el pasto con los pies desnudos para conectarse con al tierra, buscaron consuelo en el agua, tomaron energía de la miel y de sus ancestros, ayudaron al útero a cerrarse cuando sangraba comiendo un pequeño trozo de placenta cada uno...

Gracias "mujer medicina", me escribió ella a la mañana siguiente, pero la medicina la tenían en los ríos que corrían por sus venas, en el canto del viento y las cascadas que salía de su garganta, en la planta de los pies que habían andado por parajes bellos.

Llegó la niña después de que ella terminara de negociar con sus músculos y sus miedos, hasta convencerlos de abrirse. Se abrió paso, sin dejar un rasguño en el cuerpo de su madre, y encontró el camino hasta su pecho.

Se quedaron los tres abrazados en un pequeño colchón tirado en el suelo, cubiertos de mantas y reconociendo a la niña de los mil nombres para tratar de adivinar en sus ojos cuál era aquel con el que habrían de llamarla finalmente.

Yo los escuché, mientras levantaba el desorden, cantando las primeras mañanitas compartidas para celebrar la vida de estas dos mujeres que había quedado atada. Al cortar el cordón umbilical, tras desearle una vida bella y fácil a la niña, su padre afirmó: "Siempre vamos a estar juntos". Lo dijo sabiendo del poder iniciático que tienen las palabras enunciadas en el portal de la vida y produjo un poderoso e invisible amarre entre estas tres almas que se hicieron familia.

Un traje a la medida

Por Mercedes Campiglia

Ella era muy rápida para parir... Me lo advirtió desde nuestro primer encuentro. Había sorprendido a todo el mundo en el nacimiento de su primer hijo porque, como las contracciones nunca le resultaron largas ni intensas, nadie imaginó que llegaría al hospital con el niño a punto de nacer.

A pesar de haber transitado un camino tan sencillo, todo había salido de control en el momento de pujar; quería asegurarse esta vez de trazar una ruta distinta. Una episiotomía con un profundo desgarro en el periné... y en el corazón, le habían dejado como consecuencia un posparto dificultoso en muchos sentidos.

Se había quemado una vez y, como es natural, le costaba ahora tener confianza. Parte importante de su trabajo consistió justamente en permitirse confiar en su cuerpo y en quienes la acompañaríamos en este segundo nacimiento que eligió que ocurriera en casa.

Siendo fisioterapeuta, conocía una metodología especial, desarrollada por cadenistas musculares, para la protección del piso pélvico. Estaba sumamente interesada en tener un pujo con determinadas técnicas que se empeñó en enseñarme para que la asistiera adecuadamente. Creo que es la primera vez que en una entrevista me imparten una clase completa de fisiología... en esta vida siempre se aprende algo nuevo.

Cuando las contracciones se dejaron sentir ella salía del homeópata para dirigirse a una comida con su suegra, pero decidió cancelar la agenda sabiendo que su bebé estaba cerca de nacer. Apenas nos avisó corrimos hacia su casa y la encontramos ya con ganas de pujar. No hubo tiempo de nada. Eligió la posición que había estudiado y trajo al mundo a ésta, que descubriríamos que era una pequeña niña, mientras su marido recitaba en silencio los rezos de la tradición que les cobija.

Su hijo major entró a la habitación después del parto y, con una risa absolutamente conmovedora, se fue animando a acercarse a la recién llegada que descansaba en el pecho de su madre... preguntó por dónde había nacido, preguntó sobre la placenta y la capa de vérnix que cubría el cuerpo húmedo de su arrugada hermanita. Corrió a su cuarto a traer un pollito de cuerda y lo puso a andar para animarla.

Los externos levantamos, nos fuimos y dejamos a los cuatro que formaban esta familia, metidos en la cama, mirando la lluvia fresca caer por la venta, bebiendo agua de coco, comiendo dátiles y hablando por teléfono con conmovidos familiares que lloraban al otro lado de la línea. Bellísimos nacimientos en casa, hechos a la medida de cada corazón y arropados por la intimidad.

Paso a pasito

Por Mercedes Campiglia

Llegué a su casa... me gusta trabajar así. La casa de las personas es su territorio, el lugar en el que se sienten protegidas y seguras. Justo unas horas antes de que el parto arrancara se habían retirado los trabajadores que concluían los últimos detalles de un proyecto de remodelación que había tenido al sitio llena de polvo, ruido y visitantes durante meses. No cabe duda de que los bebés eligen, de manera sabia, el momento para hacer su entrada triunfal en el mundo.

Estuvimos un largo rato habitando el parto en este espacio que el papá del niño aprovechaba para desempolvar mientras esperábamos a que las contracciones llegaran a ser realmente intensas. Comimos arándanos, uvas y nueces, bebimos un delicioso jugo de frutos rojos, y fuimos viendo la luz palidecer en el jardín, a medida que la llama de la oxitocina ardía con más y más fuerza.

Cuando decidimos desplazarnos hacia el hospital ya no había cubetada de agua fría capaz de apagar el incendio de ese nacimiento; ni los baches del camino, ni el tráfico lograron interferir en el ritmo constante que las contracciones habían instalado en su cuerpo.

Paso a pasito fue avanzando en un camino pausado. Fueron 12 horas las que pasamos apretando su cadera, sujetando los rebozos que le servían de anclaje, bañando su espalda de agua caliente, masajeando su sacro y sirviendo de apoyo a sus piernas... "¿Estás muy cansado?" le preguntó amorosamente ella a su marido después del maratón... "No", respondió él; y estoy segura de que mentía. Yo llegué destruida a casa a dormir las dos horas que la vida me regalaría como descanso antes de abordar el siguiente nacimiento.

Un millón de cuentos en la piel

Por Mercedes Campiglia

Su cuerpo estaba lleno de dibujitos; había escorpiones, osos de peluche, una muela reluciente sujetando un cepillo de dientes, un cienpiés gigante y hasta una jarra de Kool Aid. El conjunto generó en mí un efecto hipnótico desde el primer día en que nos reunimos, en el enorme jardín de la casa que compartía con algunas de sus hermanas, a hablar de la posibilidad de que la acompañara en su parto.

Me contó que todas esas imágenes eran producto de intercambios con otros tatuadores como ella, así que seguramente cada una escondía, o contaba, una historia que yo nunca conoceré. La casa estaba llena de talleres porque las mujeres que la habitaban eran artistas del barro, del lienzo, de la tela y de la piel. El luminoso y bello espacio albergaba también a cuatro perros de diferentes formas y tamaños, que no respondían a los patrones de raza alguna, y que mostraban una particular simpatía hacia los visitantes. Prometía ser un entorno fértil para recorrer, al menos, la fase inicial del trabajo de parto.

El día que su matriz se echó a andar ella estaba un poco confundida. La desconcertaba un cúmulo de sensaciones inesperadas y tenía temor de no identificar oportunamente el momento de ir al hospital. Me ofrecí entonces a acercarme a su casa para ayudarla a descifrar las señales que le permitieran saber en qué parte del camino estaba.

Me recibió la comitiva canina. Moví un poco con el rebozo para ver si lograba acomodar mejor al bebé que estaba desencadenando una lluvia fina de contracciones breves y constantes en el cuerpo de su madre. Mientras trabajaba me observaban atentos un par de pequeños perritos que parecían pertenecer a la familia de las surikatas. Estudiaban mis movimientos, se sumergían luego bajo una gruesa manta hasta desaparecer por completo y salían disparados a toda prisa en cuanto algún ruido los alertaba.

Ella durmió un rato, pasó el resto de la mañana en casa y, cuando decidió que era momento de ir al hospital, la hermana elegida para acompañarla preparó un pequeño bolso con una muda de ropa, un par de bebidas, un paquete de gomitas y dos barras de chocolate. De los papeles y los estudios evidentemente no hubo quién se acordara.

Como cuando tenían 6 y 8 añitos, se dispusieron a recorrer juntas un camino que, a ambas, les producía esa mezcla de emoción y miedo que dan las historias de brujas y espantos. Qué particular es el vínculo entre las hermanas. Nada se le parece. Esa mezcla única de empatía e intimidad que solo puede alcanzarse cuando se han compartido habitación, baño, juegos, vacaciones y secretos.

Su piel pintada recorrió la habitación. Sumergió a Micky Mouse y a Melody en el agua caliente, los coloreó a todos de sangre, los paseo por el espacio y los recostó de a ratos... Se sentó finalmente en un banco de parto y -sujetada por el abrazo de su hermana que la sostenía en absoluta presencia, siendo un poco ella en cada pujo- metió los dedos entre sus piernas, tocó la cabeza del niño y consiguió atravesar la frontera del miedo para traerlo hasta el abrazo del libro de cuentos que era su cuerpo.

Él conocerá, con los años, las historias que a mí me habría gustado escuchar; podrá colorear los trazos impresos en la piel de su madre... Llega a una familia que lo esperó con susto, pero con amor; a una casa llena de artistas, a un bello jardín poblado de perros... La vida es hermosa y diversa. Muchas familias pueden criar... algunas de ellas no responden a los rasgos de ninguna especie; libres y alegres se forman como les da la gana.

"Su esposo puede traer los estudios cuando venga" le dijo la recepcionista al ingresar al hospital para tranquilizarla cuando descubrió que no tenía los papeles que se suponía que necesitaba. "Yo soy el esposo" contestó la hermana, congelando de tajo el esbozo de sonrisa amable en el rostro de la interlocutora que simplemente no supo cómo reaccionar ante la respuesta inesperada.

Irreverente, fresca y amorosa recibe la vida a Nicolás.

SOBRE PACIENCIA


Por Mercedes Campiglia

Esta niña tardó en llegar. Sus padres esperaron siete años sin hacer nada más que darle tiempo al proceso hasta que, cuando finalmente decidieron agendar una cita para evaluar la posibilidad de iniciar una fertilización asistida, se encontraron con la sorpresiva noticia de que se estaba gestando ya una niña en el vientre de ella.

El médico les recomendó una cesárea programada, como suele suceder en esos casos, para "evitar riesgos", pero ella decidió escuchar la voz de su cuerpo que le susurraba: "podemos". Tomó el timón del barco y cambió la ruta para llegar hasta una que la llevaría a la bella casa de nacimientos en la que un banco de parto, colocado debajo de un rebozo blanco que pendía del techo, se convertiría en el puerto del largo trayecto iniciado años atrás.

Evidentemente algo le enseñó la travesía sobre la paciencia, y la paciencia es en el parto la clave del éxito. Esperó a que la bebé iniciara su camino sin apresurarla y, cuando por fin estuvo lista, esperó todo lo que fue necesario hasta que el cérvix terminara de abrirse primero y la vagina siguiera sus pasos poco más tarde.

Un historia de confianza que reafirma en mí la idea de que en esta vida lo que te toca te alcanza.

El parto que ella no planeó

Por Mercedes Campiglia

Una cesárea programada le había sido ofrecida para el nacimiento de su primer hijo y deseaba intensamente que este segundo embarazo culminara con un parto. Cuando empezó a acercarse la fecha de término, se convirtió en rastreadora de potenciales señales que dieran cuenta del inicio del proceso... Creo que debe haberme contactado al menos cuatro veces pensando que había llegado el momento, pero su bebé decidió esperar, puntual, hasta el preciso día de la fecha probable de nacimiento antes de poner en marcha los motores.

Las contracciones iniciaron suavemente por la madrugada, pero se volvieron pronto seguidas e intensas hasta romper la fuente. Completamente empapada en líquido amniótico y notablemente incómoda recorrió el camino al hospital para encontrarse con dos noticias que no esperaba: su cérvix estaba prácticamente cerrado, a pesar del arduo esfuerzo, y a su nena el trabajo de parto parecía gustarle tan poco como a ella.

Tan solo unos minutos transcurrieron entre la sala de labor en la que la herida de la cesárea dolía cada vez más intensamente y el quirófano en el que recibiría el alivio de la anestesia y, poco más tarde, a una nena saludable y hermosa que había heredado las manos de su padre. El pediatra elegido para recibirla no pudo estar en la cirugía; la vida tenía sus propios planes y decidió obsequiarles la compañía de una pediatra que cuidó amorosamente del apego y la lactancia.

La recién llegada se acurrucó en el cuerpo de su madre, donde recibió palabras de amor y la lechita tibia que ya había empezado, hacía días, a brotar por los pechos. Ciertamente no fue el camino que esperaban, pero se trató de una ruta amorosa y segura que los llevó a encontrarse piel con piel.

LA VIDEOLLAMADA

Por Ana Maza

Cuando sonó el teléfono de madrugada, ni siquiera estaba dormida. Estaba esperando que ese parto iniciara en cualquier momento. Lo que sí me sorprendió fue lo que escuché en el trasfondo, al otro lado del teléfono.

Mientras Miguel me explicaba que se estaban preparando para a ir al hospital porque el parto había comenzado, yo sólo prestaba atención a los sonidos de Maguie. Cuando llevas casi dos décadas escuchando a mujeres dar a luz, reconoces los sonidos, las pausas, los silencios….

Interrumpí a Miguel para pedirle que cortáramos la llamada pero que antes de hacer otra cosa, me volviera a marcar, pero esta vez, por videollamada.

Me vestí casi sin pensarlo, bajé corriendo las escaleras y tomé mis llaves. Mi teléfono sonó y esta vez puede verlos.Maguie en cuatro puntos en el suelo, vocalizando…No había mucho más que hacer.

Le dije a Miguel que dejara el teléfono donde yo pudiera ver a Maguie y que fuera por alguna toalla o una cobijita. La bebé estaba por nacer y no había tiempo de ir a ninguna parte…. No había pánico ni angustia, solo la llegada inminente, inaplazable, contundente de Daia que se asomaba a la vida por entre las piernas de su mamá.Con voz pausada y tranquila, le pedí a Miguel que respirara y que se preparara para recibir a su bebé….

Y así los fui acompañando todo el parto.

Daia nació hermosa y fuerte. Su papá la tomó tibia y húmeda para ponerla en el pecho de su mamá en donde encontró sus pechos calientitos y comenzó a comer como si lo que pasó en la sala de su casa fuera algo común y corriente. Y es que así de extraordinaria y así de ordinaria es la vida.Así de natural y de sobrecogedora.

Un ratito después, Miguel cortó el cordón y las cubrió para que no tuvieran frío. Y así nos quedamos un rato largo hasta que llegó la doctora para revisarlas y a llevarlas a la clínica.

Corté entonces la llamada cuando los 3 se preparaban para irse y me quedé, ya con la luz del día en la puerta de mi casa, con una enorme sonrisa y bañada de oxitocina.

Fue un parto muy hermoso.

Y es que hemos olvidado que los nacimientos son procesos y eventos naturales, fisiológicos, normales….hermosos e inaplazables. Y que en realidad, no tenemos que hacer nada porque nuestros cuerpos saben hacerlo todo.

Días después nos reunimos para darnos un abrazo y conocer a Daia en persona!!

Gracias Maguie por la confianza y por la oportunidad de ser parte de esta nueva historia!!

Felicidades a tu doulo Miguel que estuvo todo el tiempo contigo y que mostró habilidades de pulpo, además de partero y camarógrafo !!!

Los llevo en mi corazón y recordaré siempre el primer nacimiento que acompañé por videollamada!!🥰🙏🏻💕

Un gran equipo

Como doula, acompañar a una mujer en su trabajo de parto es un camino desconocido y desafiante en tiempos, herramientas, desenlace y aún más cuando no conoces al médico tratante, su equipo y el hospital que han elegido los futuros papás.

Los papás en su embarazo, decidieron hacer cambio de médico y hospital, depositando su confianza y el corazón en busca de recibir un trato respetuoso y con prácticas basadas en evidencia científica.

El día de antier nos embarcamos todos en este gran viaje: La capitana nos reunió y nos supo dirigir a todos con el ritmo de sus contracciones, que se acompañaban con la fuerza de su voz, sus movimientos y sensaciones nuevas. Con observarla, escucharla nos sumergía en este oleaje cada vez más picado y furioso. Con esas pausas como suspiros que le permitían descansar, fortalecerse, reencontrarse y no perder su objetivo: el nacimiento de su bebé con un plan deseado.

Su pareja, como primer oficial, atento a lo que ella necesitaba y con esa mirada y sonrisa que delataba su amor por ella y su bebé, su preocupación y ocupación que lo llevaba a ocuparse de ella y a estar con ella.

En una embarcación, el segundo oficial se encarga de realizar la ruta según los criterios señalados por el capitán y es aquí en donde entra el trabajo y acompañamiento del médico y su equipo según mi mirada.

Debo reconocer y aplaudir que a pesar de ir contra corriente y en busca de generar un cambio entre sus colegas, reinó en la doctora y su equipo la paciencia, prudencia y permitieron que fuera su capitana quién marcara el ritmo y los tiempos de actuar. Sin importar las posiciones incómodas atentos a lo que la capitana indicaba con esas pocas palabras, gemidos y movimientos que caracteriza a una mujer pariendo impregnada por las hormonas que la acompañan, protegen y ayudan al trabajo de parto.

Apoyada con apretones en la pelvis , tragos de agua, esencias, la regadera, distintas posiciones, jugosas uvas y dátiles fueron algunas de las herramientas que le ayudaban a transitar este viaje.

El tiempo transcurría y todos los que estábamos abordo esperábamos con paciencia. Los gemidos se fueron incrementando en tono, fuerza y tiempo. Empezamos a escuchar ese sonido que indica que el bebé esta anunciando su llegada, entre gruñido, pujidos fue la capitana la que nos mostró que posición y en donde se sentía un poco mejor. Un par de sugerencias…….., fue la silla de parto y el rebozo los que se convirtieron pieza clave, acompañado de sorbos de agua y esa mirada cálida de su pareja.

Su pareja frente a ella que la cuidaba y apretaba sus rodillas y los médicos a un lado atentos a todo lo que ocurría.

Así fue como se fue asomando su bebé, respetando sus tiempos sin que nadie dirigiera. Sentados todos en el piso esperando.

Una gran sorpresa para los papás conocer el sexo de su bebé, un NIÑO hermoso de 3,600 gr y 51 cm llenó el cuarto de felicidad y alegría. Bienvenido chiquito a este mundo, te comparto que tu mamá es una gran capitana, tu papá un oficial muy amoroso y los segundos oficiales muy respetuosos.

Regresé a casa casi a media noche, viajando por una carretera poco transitada que me permitió reflexionar y agradecer . Gracias Erika y Erwin por su confianza y por compartir con ustedes unos de los días más importantes en sus vidas. A la Dra. Leticia, su equipo y Jesús por poner su granito de arena buscando cambios en beneficio de la mujer, su bebé y la familia que esta naciendo. Que sean ejemplo y enseñanza de muchos nacimientos respetados, un gran equipo.

Patricia Ochoa

Toda la fuerza y toda la sutileza

Por Mercedes Campiglia

Fue su segundo parto, el primero en el que me toca acompañarles. La vez anterior un viaje se interpuso en nuestra intención de recorrer juntos el camino, así que se me quedaron atoradas las ganas. El plan en esta ocasión sonaba genial! Segundo bebé después de un nacimiento en agua, una pareja hermosa, súper equipo, gran lugar y una doula, amiga de la mamá, como apoyo a lo largo del proceso.

El bebé anunció que se acercaba su momento de nacer cuando cayó la noche. Ellos, sin embargo, decidieron quedarse trabajando en casa casi hasta romper el alba, acompañados de su amorosa amiga-doula que durmió a su lado, mecida por los vaivenes con que sacude las embarcaciones el oleaje de la llegada de la vida.

Cuando yo los encontré en la habitación bella y acogedora que habían elegido para recibir a su niño, las contracciones eran ya muy intensas y frecuentes; prácticamente no había pausa. Las células de mi cuerpo iniciaron entonces el ritual al que la oxitocina las convoca... rebozo, pelota, banco, presiones, masajes, música, esencias... siempre igual, siempre diferente. Como los conjuros que susurran las hechiceras, como los mantras que recitan los monjes, como el rosario de las abuelas, como los juegos de los niños; esa suerte de repetición rítmica que aquieta la cabeza y pone el corazón al mando.

Para ella no fue tan sencillo como yo esperaba, no fue tan sencillo como ella misma hubiera creído. Se trató de un trabajo intenso y desafiante que la llevó a exclamar, aliviada, cuando tuvo a su niño en brazos: "¡Lo logramos! ¡Estoy viva!"

Nuestros huesos, nuestros músculos, nuestros tendones, nuestros miedos, nuestras expectativas... hacen que cada nacimiento sea único e irrepetible. Suele ocurrir que los segundos partos resultan más sencillos que los primeros, porque el cuerpo conoce el papel que le toca; pero no necesariamente sucede así.

A ella estas 11 horas le costaron más que los dos días del nacimiento previo. Y eso no quiere decir que nada haya estado mal, simplemente se trató de una ruta requirió de enorme esfuerzo; tanto para ella como para el niño. La pendiente se volvió tan pronunciada al final que tuvieron que valerse de picos y cuerdas para conseguir escalar el último trecho.

Pero lo consiguieron... llegaron, exhaustos e ilesos, a disfrutar del aire en los cabellos que solo puede sentirse cuando se ha conquistado la cima de una montaña. El niño bebió sediento de la leche del pecho de su madre hasta quedar satisfecho, la madre comió un trozo de chocolate con almendras que la pediatra sacó de su bolso y el padre se recostó junto a ellos en una cama amplia que le contemplaba como parte del nido. Se tomaron fotos hermosas, se dijeron palabras dulces. Llegaron los cobertores, los masajes en los pies, el licuado de placenta, las risas y los primeros recuentos del evento.

Un audio con el llanto del recién nacido le hizo saber a la pequeña niña de dos años que su hermano había llegado. Respondió con un dulce mensaje a media lengua, de esos que solo los padres de niños pequeños logran descifrar con lo que, aun a la distancia, los hermanos se escucharon por primera vez. Y la dulzura de sus amorosos bablbuceos se nos quedó en los labios, dibujando una sonrisa, que enmarcaría con su encanto los profundos rugidos que la precedieron.

Así los partos, toda la fuerza y toda la sutileza reunidas en un mismo evento.

Ser río

Por Mercedes Campiglia

Los partos siempre nos sorprenden; por eso son tan encantadores. No hay manera de apoltronarse cómodamente en el sofá para ver pasar la vida. Su realidad caótica y perfecta trae una y otra vez al centro de la escena, la verdad ineludible de que no tenemos la más pálida idea acerca de qué va a tratar cada día.

Yo me acosté anoche teniendo programada una inducción que iniciaría a las 8:00 am. Me ofrecí entonces para llevar la ronda de mis hijos a la escuela, pensando en quedar liberada temprano de las responsabilidades maternas. Pero no llegó a sonar la alarma de mi celular, programada para hacer a tiempo de preparar desayunos y salir al colegio, porque me despertó a las 5:20 un mensaje que decía: "Ya estamos en el hospital". Qué temprano llegaron, pensé.

En realidad tampoco habían sonado el despertador de ellos para avisarles que era momento de subir la maleta al auto y disponerse a iniciar el viaje que les llevaría a recibir a este niño que esperaban hacía 41 semanas. Su bebé escogió una ruta diferente a la planeada. Decidió que a él nadie iba a marcarle el ritmo y puso a trabajar el útero de su madre durante la última noche que le quedaba antes del desalojo. Así que a esas alturas de la mañana, cuando decidieron contactarme, las contracciones eran ya intensas y frecuentes.

Salté a la ducha, cogí mi maleta, le encomendé una vez más los críos a mi marido y manejé a toda prisa hasta el hospital. Cuando estaba cerca recibí otro mensaje: "9 de dilatación". Pensé que llegaría a felicitar a los padres, a quienes esperaba encontrar con un bebé en brazos... pero no fue así. Menos de una hora había tardado el cuerpo de ella en avanzar 4 cm y 4 horas le tomaría dilatar el último.

Todo estaba bien, simplemente requería paciencia. Ella pasó un rato metida en la tina con él muy cerquita acompañándola. Cuando salió del agua decidió arroparse con una bata satinada de flores que había pertenecido a su abuela y que la abrazaría suavemente el resto del viaje.

En un momento pensó que no lo lograría... lo pensamos todas... Porque el parto en realidad es imposible. Es una tarea que nadie puede realizar; de manera que no queda más que rendirse. Y es justo ahí que sucede la magia; pasas de ser grieta a convertirte en río, cuando una fuerza que eres y no eres te desborda con su caudal de vida y te trae un niño hasta los brazos.

La dejé descansando en la orilla de sí misma, abrazada de su bebé húmedo y bañada por la tibia luz de la sonrisa del amor. Recordé entonces que anoche había soñado que recorría los rápidos de un caudaloso río... justo como los de este nacimiento, en el que ella se convirtió en un cauce torrencial y nos permitió navegar en sus aguas.

La sinfonía de las estrellas

Por Mercedes Campiglia

Ella eligió su camino, no es el que yo hubiera escogido para mí, pero eso qué importa. Mi trabajo consiste en acompañar a las mujeres en las rutas que cada cual traza, no en tratar de llevarlas a todas a recorrer mis senderos favoritos.

Siendo hija de una educadora perinatal experimentada y habiendo parido a su primer hijo, contaba con toda la información necesaria. Después de valorar las opciones, revisar entre sus archivos mentales y consultarlo con sus fantasmas vagabundos, definió que quería una inducción para este segundo nacimiento.

Su parto anterior avanzó rápidamente y, en esta ocasión, le inquietaba la posibilidad de no llegar a tiempo al hospital porque su médico le había anunciado que el cérvix estaba ya cinco centímetros dilatado antes de que las contracciones siquiera comenzaran.

Así que lo organizó todo: eligió el día y la hora, dejó a su hijo mayor al cuidado de la abuela, empacó sus cosas, se aseguró de que tuviéramos todos las pruebas Covid que la insitutción exigía y se fue hacia el hospital decidida a parir a su niña. Se vistió con una coqueta bata de parto que su madre le había regalado, puso a sonar la música de ópera cuidadosamente seleccionada para la ocasión e impregnó el lugar con el aroma de las esencias que le resultaban más agradables.

Al principio charlamos alegres por el reencuentro y entusiasmados por la aventura del viaje que se avecinaba. Luego las contracciones se dejaron caer con toda su fuerza y ella fue pasando de la risa al llanto y del llanto al gemido; de la pelota a la tina y de la tina a los rebozos... arropada por la tierna mirada y la suave caricia de su fantástico compañero de viaje, que danzó acoplándose delicadamente a los movimientos de esta coreografía inventada sobre la marcha, que los llevaría al punto en el que, de rodillas, terminaría por parir a la niña que llevaba en las entrañas.

Si algo me ha enseñado este camino es que no hay maneras correctas o incorrectas de hacer las cosas, de forma que cada cual debe escuchar lo que su corazón le dicta y dejarse guiar por la brújula de la intuición. Ella lo hizo y acertó, porque tuvo el parto con el que soñaba. Y yo acerté también al acallar mis propios fantasmas, esos que me invitan a pensar que sé lo que conviene cuando en realidad no tengo la más pálida idea de nada.

Este no es un camino de capitanes ni remeros que mueven las embarcaciones a voluntad por una ruta previamente trazada... se trata más de una ruta embrujada en la que hay que preguntarle a las estrellas y los vientos el camino que conviene elegir. Resulta necesario agudizar la escucha para detectar los sonidos sutiles, como lo hacen los entrenados oídos de los músicos; percibir las voces delicadas que susurran verdades desde los mundos interiores.

Somos viajeros de un sendero habitado por hadas y duendes, poblado de pasadizos secretos, hechizos y pociones mágicas. Así que lo mejor es recorrerlo descalzos y atentos, desprendiéndonos de los ropajes de las concepciones prefabricadas y aprendiendo a escuchar, no solo con los oídos, sino con la piel, con la mirada, con las yemas de los dedos... para descubrir la sinfonía perfecta que compone cada nacimiento.

Disfrutar el paisaje

Por Mercedes Campiglia

Ellos eran bellos, sus gestos eran hermosos y el espacio había sido amorosamente embellecido con flores y pequeñas lucecitas colocadas por el papá cineasta para ambientar la locación de la filmación que nunca podría realizar porque la vida le llamó a tareas más importantes: "Deja ya eso, sé que para ti es importante pero déjalo." Atendiendo el llamado de su mujer hizo a un lado las cámaras y se sumergió en la marea de vaivenes del parto. Tendrá que conformarse ahora con las imágenes que mi celular alcanzó a tomar durante el hermoso recorrido que ocurrió entre una tina y un banco de parto, pero sobre todo con las escenas imborrables que habrá capturado su corazón.

Fue un viaje armonioso y perfecto. Ella lo recorrió guiada por su cuerpo al ritmo suave que le fue marcando. Dos días completos tardaron las contracciones en establecerse, dos noches pasó entregada al vaivén de su oleaje: "Confío en mi cuerpo y en mi bebé. Se me hace muy bonito que vaya calentando motores. Así soy yo en mi vida."

Y así, suavemente avanzando y sujetada de un rebozo que su marido sostenía para anclarla firmemente, llegó hasta el punto en que dijo: "Ya está, ya va a nacer." Y con un par de empujones le sacó de su cuerpo: "Perdón, me tardé" le susurró a su bebé al oido cuando finalmente lo tuvo en brazos. Pero no tardó, tomó el tiempo que necesitaba... su tiempo.

¿Cómo fue que se nos infiltró la prisa al parto? ¿Quién le abrió la puerta? El parto no tiene por qué ocurrir velozmente, no es una carrera ni un viaje en el metro, sino un bello recorrido en canoa en un lago hermoso rodeado de montañas. No queremos que ocura rápidamente, queremos disfrutar del paisaje.

Sin prisa, porque no había nada más importante que hacer, nos sentamos alrededor de la cama a comer almendras y dátiles, mientras brindábamos con espumante en unas hermosas copas talladas con flores, celebrando la belleza de la vida.

Linajes

Por Mercedes Campiglia

A inicios de año los padres de ella habían fallecido. Decidieron, sin embargo, buscar este embarazo. La vida sigue su marcha, abriéndose paso entre el dolor a machetazo limpio. Muchos no lograron entenderlo... no entendieron tampoco su deseo de tener un parto en casa, pero ellos estaban decididos y su corazón arraigó a la idea.

Eligieron confiar y, cuando asomaba la mañana a través del manto oscuro de la noche, después de haber permanecido en vela mecidos por los balanceos del vientre, nos buscaron. Fuimos llegando de a poco a su encuentro, en nuestras escobas, las brujas.

A ella le gustaba conversar, así que al inicio charlamos de la vida, del amor, de la fuerza... las ideas se hacían palabras que salían fluidamente de nuestras bocas para interrumpirse cuando llegaba una contracción y retomar su hilo luego. Gradualmente el parto fue imponiendo sus propios sonidos y silenciando el relajado y alegre chachareo. Aferrada al cuerpo y a la mirada de su marido recorrió el resto del trayecto. Tres veladoras de colores acompañaron su camino.

Tuvieron una hija. Ella recordó que había soñado con una niña de piel muy blanca, como la que acababa de parir, que llevaba una diadema en el cabello: "Se parece a su abuela" dijo al verla. Él estaba cierto de que tendría una hija; su madre se lo había anunciado desde que era un niño. Y le había dicho también que sería conversadora como la mujer con la que terminaría por casarse. Una sentencia vieja le alcanzaba en este momento, esa palabra embrujada, enunciada años atrás, que le destinaba a vivir rodeado del canturreo perpetuo de voces femeninas.

Los linajes nos marcan, nos acompañan, nos arropan y nos empujan. Estuvieron presentes en este parto, lo están en todos. Las abuelas lograron infiltrarse a través de los relatos y los recuerdos. Arrojando su lanceta por los telares de cintura de las tramas familiares, fueron creando la urdimbre del delicado rebozo que entrelaza la muerte con la vida.

El aquelarre

Por Mercedes Campiglia

"Ahora sé por qué me decían que todavía no era tiempo de venir al hospital esta mañana" dijo ella cuando el parto empezó a tomar forma. Trabajó arduamente con cada una de las contracciiones, balanceándose entre el dolor y el placer, por siete horas, hasta que llegó el punto en que las olas la llevaron a la rompiente y empezó a comer arena.

Pidió entonces una analgesia y, cuando yo salí de la habitación un momento después de que se la aplicaran, le dijo a su ginecóloga que tenía miedo de decepcionarme. ¿En qué momento se asumió que las doulas vamos a los partos a evitar que las mujeres se apliquen un bloqueo? ¿Por qué se ha arraigado la idea de que un parto humanizado es uno en el que no se requiere hacer uso de anestesia?

Yo sencillamente no acepto la encomienda de tratar de evitar que las mujeres se valgan de los recursos de que les de la gana para traer a sus niños al mundo. Me niego, además, a pensar que las 13 horas de trabajo que requirió este nacimiento fueron inútiles por el hecho de que ella haya decidido hacer uso de analgesia, ejerciendo el derecho a decidir sobre su cuerpo y la manera en que prefería lidiar con el dolor.

Pienso que acompañar es otra cosa, es estar disponible para recorrer el viaje que otro elige, es sostener cuando haga falta... prestar los ojos, la mirada, las manos... poner el tiempo, el cuerpo y el corazón a disposición de un proceso que no es el propio. Y acompañar este nacimiento fue hermoso y perfecto. Fue bellísimo ver llegar el alivio y la alegría a los ojos de ella cuando se le habían extraviado.

Su parto fue hermoso y gentil, acompañado con respeto y amor. Su marido estuvo sosteniéndola. La anestesióloga, la ginecóloga y la pediatra que acompañaron este nacimiento son mujeres fantásticas y fueron desplegando su propia colección de hechizos cuando llegó el momento; no como en una suerte de competencia de talentos en la que cada cual quisiera sacar un conejo más gordo de su galera de mago, sino en una suerte de cónclave de brujas.

Yo, personalmente, me quedo deslumbrada con la belleza de su arte, de sus modos y de sus cabellos. Contenta de haber podido hacer lo mío y de haber visto a las demás preparar en sus calderos las pócimas que yo jamás podría ofrecer, para arropar la llegada de la vida húmeda, tierna y ensangrentada.

El hilado fino del amor

Por Mercedes Campiglia

Eligieron una casa de partos porque eso permitía que su hijo estuviera presente en el nacimiento de esta bebé que llegaría a convertirlo en hermano mayor. En cuanto vi al enano de cuatro años entrar a la habitación vestido con una camisa especialmente elegida por él para la ocasión, entendí por qué era tan importante su presencia.

Debe haber entrado y salido del cuarto en el que estaban sus padres un millón de veces; iba acompañado por la abuela que tenía claro que su papel principal era el de entretenerlo. Saltó sobre la pelota de parto que era "su planeta Marte", comió palitos de chocolate, dibujó e iluminó todo con su alegría absolutamente irresistible para la concurrencia. Cuando escuchaba a la mamá quejarse durante las contracciones, le decía con ternura y unos ojitos que se le ponían tristes por un momento: "Tranquila mamá, no quiero que llores."

En cuanto se enteró de que se preparaba una tina calentita para que su hermanita naciera, se apuntó al plan y, mientras su mamá aprovechaba el agua para reducir la intensidad del dolor de las contracciones, él buceaba y hacía monerías con un trasto.

En un intento por prepararlo para la ocasión, le habían mostrado montones de partos de mamíferos de diversas especies, por lo que sabía que habría sangre involucrada en el proceso, lo cual no le gustaba ni un poquito. Estaba bien atento para asegurarse de que ese relleno líquido que las personas tenemos dentro, no fuera a tocarlo cuando saliera del cuerpo de su madre.

Cuando la bebé nació él había sido secado y arropado por su abuela y miraba intrigado desde la orilla. Su papá ocupó el espacio que dejó disponible abrazando con su cuerpo el de esta mujer que empujaba a la vida en un espacio que parecía haber sido diseñado especialmente para ellos. Una vez que esta criatura arrugada estuvo en los brazos de su madre, el nene preguntó si podía tocarla... le agarró un pie. Y, para su sorpresa, descubrió que la sangre no duele cuando la tocas, porque el agua se había pintado de rojo para entonces, anunciando que nacería la placenta.

En este parto la abuela cuidó del niño para que el padre pudiera cuidar de la madre que, a su vez, cuidaba el proceso del nacimiento de la pequeña niña que llegó al mundo envuelta en el fino hilado del amor. Todo parto debería ocurrir arropado por el delicado tejido que crean las hebras de los corazones cuando se enlazan unos a otros.