HISTORIAS DE PARTOS — Experiencia MX

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Qué fortaleza

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Me siento afortunada de haber acompañado a una pareja, una mujer, a presenciar el milagro de la vida y del nacimiento de una familia. Con una ruptura espontánea de membranas de casi 24 horas y un médico que confió en ella y en lo que indica la evidencia científica, cuidándolas y apoyando emocionalmente.

La mayor parte del trabajo de parto transcurrió en casa, con el apoyo de su marido y la señora que ayuda con las labores del hogar, y se aseguró de que no hiciera falta nada Fue fundamental para ello contar con el apoyo y voto de confianza de su médico, el Dr. Elías Charúa.

En silencio, cubierta por una cobija pesada y sentada en la pelota la encontré. Ya con esas oleadas de contracciones intensas, concentrada, trabajando con cada una que llegaba.

Preparamos un chocolate caliente para el parto. Con movimientos, apretones de pelvis y silencio la fuerza del útero se fue incrementando hasta que ella pidió que nos trasladáramos al hospital, media noche con la luna casi llena.

El recorrido lo conocía, pero nunca me había percatado de la cantidad de topes que había en él, así que nos tomó casi media hora llegar al hospital. Su marido cada vez que se podía hacía alto total para que la contracción fuera más tolerable.

Nos instalamos en la habitación que les asignaron para trabajar cada oleada; se empezaron a escuchar vocalizaciones de esas que salen del alma, concentración, más apretones. Pidió la ayuda de un bloqueo que le dio espacio para descansar y soltar por un momento, permitiendo que su cuerpo, junto con el trabajo de su bebita, la llevaran a la dilatación completa.

Qué desafiante fue el expulsivo, 1 2, 3 horas de descenso y su gorda en el mismo sitio. Se empezaron a discutir opciones y ella, como toda una guerrera, no se daba por vencida. Así que sacó fuerzas de los rincones más escondidos hasta tener a su bebita en brazos. Su marido, que tenía un brazo inmovilizado a causa de una cirugía, estuvo en todo momento amoroso y pendiente de que ella estuviera lo mejor posible. Durante el pujo fue pieza clave para ayudar con anclajes y sostenerla tanto física como emocionalmente.

Su médico estuvo siempre cuidando de las dos, escuchando los deseos de la madre, sin poner en ningún momento a ninguna de las dos en riesgo. Es fundamental en esos momentos el apoyo de un equipo médico que basa su práctica en evidencia científica y que nunca olvida que el centro en la atención son la mamá y su bebé.

Dos días después pasé a verlos a su casa, estaban en la recámara de su gorda con el sol entrando por la ventana, es delicioso aprovechar los primeros baños de sol. Charlamos de cómo había sido su recorrido, lo desafiante y cansado; de su equipo médico, de lo poderosa que se sentía y lo completamente enamorada que estaba de su bebita cuando llegó y se quedó en su regazo por un largo tiempo, calienta, pegajosa.

Al poco rato llegó una de sus hermanas con sus cuatro hijos, la mayor quizá de unos siete añitos. Un lavado de manos y los zapatos en la entrada. La abuela ya los estaba esperando. Esas caritas de alegría y sorpresa nunca las voy a olvidar. Uno de ellos quería compartir su cuento, otro preguntaba si le habían abierto la panza, ya que todos ellos habían nacido de esa manera, la mayor preguntaba cómo había llegado su bebé a la panza… buena tarea que tendrían sus padres por delante… se sentía tanta alegría.

Me siento tan afortunada de haber presenciado el nacimiento de Joyce y tan agradecida por la confianza que Jaqueline y Jacobo depositaron en mí, mil gracias!!!

Patricia

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¿Qué se requiere para parir?

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Por Mercedes Campiglia

Ella María, él José... como era de esperarse necesitaban un pesebre para recibir la vida. No habría podido ocurrir de otra manera. La tina estaba al lado pero no quisieron usarla; entre toallas y sábanas blancas armaron su nido en el suelo del hospital. Sujetada con fuerza ella empujó a la niña que salió de su cuerpo para encontrarse con las primeras manos que la tocaron, las mejores manos posibles, las de su padre.

¿Y qué de los especialistas? ¿Y qué de la tecnología y el sofisticado mobiliario hospitalario? ¿Qué de las camas térmicas y el oxígeno? Fueron, en este nacimiento, respetuosos testigos de la labor de los cuerpos de esta mujer y esta niña que no necesitaron de nada ni de nadie.

Fue idea del ginecólogo que el papá recibiera a su hija y, entre susurros, lo orientó gentilmente para sostener este pequeño cuerpo resbaladizo entre sus manos. Una vez que arribó a los brazos de su madrea, la pediatra se acercó sutilmente para asegurarse de que todo estuviera en orden y cuando le preguntaron cómo veía a la niña respondió "muy guapa", invitando a los padres al enamoramiento y la confianza. Orientó sus dedos para que se encontraran con el mágico pulso del cordón que aun conectaba el cuerpo de la niña con el de la madre hasta que nació la placenta y dejó de latir por completo. Colocó entonces las tijeras en la mano de él y le dijo con voz clara y firme para que repitiera: "Te recibo, te acepto y te amo"; palabras afiladas que se clavaron en su pecho, rompiendo la fuente de su alma, para dejarle empapado en lágrimas.

Bellos profesionales capaces de no hacer cuando no hace falta; dispuestos a ceder los reflectores a los verdaderos protagonistas de la escena, dejando al descubierto la belleza de la llegada de la vida para hacer posible, como lo bautizó el padre de esta historia, un #PartoEstelar.

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Hebras de colores

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Por Mercedes Campiglia

18 años, un embarazo y la decisión de seguir adelante con él para volverse madre. Nuestros caminos tienen tanto que ver con nuestra historia; regresamos a ella a repetir pero también a reparar y reescribir. Los recorridos con los que nuestro pie va trazando un sendero tienen que ver con los que otros pies caminaron antes que el nuestro y con las rutas que consideramos, quizá secretamente, que debieron haber escogido.

Era importante para ella poder elegir libremente y fue así que escogió a la doctora que la atendería, basándose en un criterio propio y confiando en su intuición. El padre de la nena decidió no formar parte de esta historian pero ella no estuvo sola, tuvo una compañera de viaje entrañable; su madre. Juntas llegaron conmigo y, acompañándose, cursaron una a una las clases del taller de preparación para el parto. Era importante construir un "nosotras" para recorrer este camino inquietante que ninguna de las dos conocía y al que me invitaron a acompañarlas.

Cosas fueron sucediendo en el transcurrir de las últimas semanas; anuncios prematuros de que el parto se acercaba, una bebé demasiado grande a juicio de la doctora que atendería el nacimiento, una frecuencia cardiaca "en el límite de lo razonable"... pero los días pasaban y las contracciones que los monitores detectaban como intensas resultaban apenas perceptibles para ella y su cérvix, que no estaba aun dispuesto a abrirse... una mala noche, dos, tres... la presión fue aumentando.

Decidieron intentar una inducción con prostaglandinas y, de no avanzar en esta vía, optar por la cesárea. Me pidieron que las acompañara; estaban asustadas. Como el trabajo de parto no llegó, pasamos la tarde tomando café. Charlamos y reímos tumbadas en los sillones de su casa, hablando de amores y desamores, de la escuela, de los pelos pintados de colores, de los "mirreyes" y los "freakys", de México, de Argentina y de la descomunal altura de mi hijo que cursa el mismo el mismo grado de preparatoria que la futura madre. Mientras tanto yo aprovechaba para masajear la planta de sus pies.

Fuimos al hospital a la hora prevista para la cirugía pero cuando llegó el momento de pasar al quirófano, todos los fantasmas atacaron juntos y lo único que ella quería era volver a casa, con sus 18 años y su barriga, a cenar. El ayuno la tenía despavorida de hambre y el miedo es buen compañero de los estómagos vacíos. Pero finalmente logró, haciendo despliegue de una valentía indescriptible, tirar las riendas a sus monstruos para que la acompañaran dócilmente al camino que había elegido recorrer. No es sencillo hacer algo como eso, no cualquiera logra apaciguar sus bestias cuando se amotinan y toman el control de la conciencia.

Pero ella, con sus 18 años, pudo... y estoy convencida de que ese hecho será un parteaguas. Las rebeliones interiores nunca cesan, pero quizá la madurez consista justamente en poder instalar mesas de negociación para establecer acuerdos con nuestros fantasmas.

Estuvimos a su lado todo el tiempo, acariciando su cabello que tenía anudadas a la raíz algunas hebras brillantes de colores. Pusimos la música que eligió, de forma que no se escucharon monjes tibetanos ni sonidos de la naturaleza cuando su nena llegó al mundo; sonaba "No Fear" y "Living in a world without you", canciones que a su madre le parecieron mucho más adecuadas, y yo coincido plenamente con su criterio. Así recibió la vida en su pecho, haciendo un esfuerzo monumental por mantener abiertos unos ojos pesados que insistían en cerrarse, para ver cómo su niña se alimentaba con su leche.

Nunca hubiera podido imaginar que lo más importante de este parto sería aquella charla con café. Ahí se tejió el vínculo que permitió que ellas construyeran la confianza en mí que más adelante necesitarían. Cuando la marea subió y tuvieron miedo de resultar arrastradas, yo sentí literalmente que sujetaba con firmeza esos lazos, afortunadamente resistentes, para remolcarlas hasta que lograron hacer pie nuevamente.

Entrañables experiencias que se van engarzando para formar un collar de perlas.

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Ser miel y ser roca

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Por Mercedes Campiglia

Ellos habían armado en su casa una habitación con hamacas, lianas, tapetes y un difusor de esencias que fácilmente podrían alquilar, a buen precio, como sala de partos. Pusieron un altar en la sala e incluso elaboraron atuendos para la ocasión con tela que eligieron, cortaron y cosieron por sí mismos.

Cuando llegué a su santuario estaban sonrientes y bañados en oxitocina; ella se preguntaba por qué se le ocultaba a las mujeres todo el placer que acompañaba al dolor del parto. Mientras la escuchaba, a través del bellísimo ventanal que tenía a sus espaldas, veía flotar las primeras hojas amarillas del otoño que los árboles han empezado a dejar caer de sus ramas. La belleza de los nacimientos es un secreto muy bien guardado, se le ha recubierto con toneladas de desinfectante, cientos de campos estériles y una bruma de miedo que lo han vuelto casi impenetrable. Pero cuando nos atrevemos a retirar el desagradable envoltorio descubrimos que esconde el brillo radiante de una joya.

Ella había tenido, a lo largo de su vida, tres operaciones de columna en las que le colocaron y retiraron, alternadamente, una estructura metálica que su poderoso organismo insistía en torcer. A los 15 años, cuando ni siquiera sabía si algún día querría ser madre, le anunciaron que difícilmente podría tolerar un embarazo y que un parto sería algo prácticamente imposible para su cuerpo a causa del severo problema de columna que la aquejaba.

Pero nueve meses de gestación habían transcurrido sin mayores contratiempos y ahora se complacía cantando y explorando el mundo con su cuerpo parturiento, colgada de lianas y mecida por el balanceo seductor de la música que había elegido para recibir la vida. Su compañero la acompañaba cercano, sonriente y lleno de ternura, desde su atuendo de parto, bajo el que asomaban un par de calcetines de colores. Así fueron avanzando, juntos, suave y armoniosamente.

Poco a poco llegaron todos los invitados. La primera fue Itzel Mar, su doctora, que ya había ido unas horas antes a revisar que todo estuviera en orden y alistar la tina de parto. Casi inmediatamente después de ella, Faride Schroeder, con su cámara pronta para capturar la belleza del nacimiento y compartirla con ojos que, de otro modo, jamás habrían podido atestiguarla. Un ratito más tarde Ceci, la madrina conchera, que prendió las velas del altar, guió a los padres a sembrar un cirio para el alma que se acercaba, nos dio a todos cacao con miel y tomó a su cargo el comando energético de la experiencia. Finalmente, cerquita del final, Penelope Noriega, quien llegó a encargarse de recibir al pequeño viajero que estaba recorriendo el tránsito entre dos mundos, guiado por el sonido de las conchas, el olor del incienso, la voz de sus padres y las decenas de velas encendidas en la casa.

Enmantillado nació, adentro de una tina de agua caliente en la que sus padres, abrazados, le recibieron. Cuando estaba en sus brazos Itzel retiró el velo que aún cubría su rostro para que pudiera respirara por vez primera el fresco aire de esta tierra. En el agua se encontraron, se reconocieron, se hablaron; en el agua nació también la placenta, cuando llegaron las ganas de empujarla. Su doctora la puso a flotar junto a ellos, en un recipiente con un par de flores, para que pudieran permanecer todo el tiempo que quisieran disfrutando del tibio y húmedo abrazo que sostenía sus cuerpos.

¿Qué papel tiene la doula en un parto en el que hay un par de médicas extraordinarias encargadas del bienestar de mamá y bebé, una pareja sensible y empática a cargo de la contención afectiva, una guía espiritual que se aboca a atender el componente energético y una cineasta que se asegurará de capturar y compartir la belleza de la experiencia? No lo sé... habrá que pensar en ello.

"Qué fuerza tienes" me dijo la madrina cuando nos despedimos, "la fuerza necesaria para sostener la muerte y darle paso a la vida". La frase quedó retumbando en mi cabeza. "Eres una roca, pude sostenerme en ti cuando sentí que me derrumbaba" me había dicho otra mujer a la que acompañé en un nacimiento hace unos días Afirmaciones enigmáticas, e interesantemente parecidas, que no logro aun comprender del todo; imaginarios de solidez.

Quizá cuando descendemos a los sótanos de la existencia, cuando nos lanzamos del filo de un acantilado, necesitamos además de aliento, amor y empatía, anclar firmemente una cuerda que nos permita saber que regresaremos a salvo; el tronco de un árbol viejo, un trozo de tierra firme, una piedra sólida. A veces toca ser miel, a veces abrazo, a veces conciencia y otras veces quizá también hay que ser fuerza.

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Están los que tiene que estar

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Por Mercedes Campiglia

Hablamos ayer. Su doula acababa de avisarles que tenía que realizarse la prueba Covid y que sabría los resultados en un par de días. Ella los había acompañado en el nacimiento de su primer hijo y con ella tomaron el curso para preparar el nacimiento de éste que sería el segundo. Faltaban dos semanas todavía para la fecha probable de parto pero la familia no quería quedarse sin un plan B, que en este caso venía siendo yo, por lo que decidieron contactarme en cuanto recibieron la noticia. A veces el destino nos susurra al oído y hay quienes están atentos para escucharle.

Acordamos esperar un par de días y, en caso de que la PCR de su doula saliera positiva, programar un encuentro para conocernos. "Una doula no se elige como un plomero" recuerdo haber dicho, "es una cuestión de piel". De cualquier forma acordé apoyarles si su bebé decidía nacer antes de nuestro encuentro, lo que parecía poco probable. "Los niños eligen misteriosamente su comité de bienvenida de manera que en el parto están los que tienen que estar", dije finalmente, no para tranquilizarla sino porque en verdad lo creo.

Cuando no habían transcurrido ni 24 horas desde nuestra breve charla, recibí un mensaje de ella avisando que había tenido unas pocas contracciones y que la fuente acababa de romperse. Cinco minutos más tarde hablamos por teléfono y me dijo que las contracciones eran de pronto frecuentes. Salí disparada hacia la ubicación que acababa de entrar a mi teléfono; sería un parto en casa y yo no tenía idea siquiera de hacia qué zona de la ciudad me dirigiría el navegador... 28 minutos para llegar.

Durante el trayecto, mientras manejaba a toda prisa, pensaba que adoro este trabajo que me obliga a estar alerta, a mantener un diálogo espontáneo y fresco con la vida. No hay manera de aprender los diálogos de antemano, se trata de una conversación casual a la que el alma simplemente responde.

La primera a la que ví al llegar fue a Itzel Mar, la única persona a la que conocía en el lugar. Ella salía hacia su auto a buscar alguna cosa y me dijo que subiera las escaleras y entrara por la puerta del lado izquierdo para encontrar a la pareja. La dilatación estaba casi completa. Mis ojos se encontraron al entrar con los enormes ojos claros abiertos como platos de un hermoso nene de un par de años que era evidentemente el hermano mayor. Lo saludé lo más amorosamente que pude y corrí escaleras arriba.

Seguí los gemidos hasta un amplio baño en el que encontré una pareja a punto de parir. Él la miraba intensa y amorosamente mientras acariciaba su espalda. No nos habíamos siquiera visto antes, una llamada de 15 minutos había permitido que ella y yo nos reconociéramos las voces. Pero no era tiempo de presentaciones, tuvimos que confiar unos en los otros de forma instantánea. Llegaron las esencias que imaginé que podían ayudarle, la música, los masajes en la espalda, los apretones y algunos susurros. Una hora y dieciocho minutos después de que se comunicaran conmigo su bebé estaba naciendo en una tina a medio llenar. Bajé a buscar agua que su doctora había puesto a calentar en la cocina y le avisé al niño de los ojos claros que ya tenía un hermano casi tan guapo como él.

Un parto bellísimo en el que, como ya es costumbre, Itzel no hizo más que reforzar la confianza de la mujer en su capacidad para parir, asegurándose de que tuviera lo necesario para sentirse cómoda y feliz. Después de cersiorarse de que mamá y bebé estaban en perfecto estado, se dió a la tarea de llenar y calentar la tina dejando que ella se encargara de parir. Recuerdo que el papá le dijo en un momento: "no te preocupes ya por el agua, sino por lo que pasa acá" y ella le contestó con una bella sonrisa que le encendió los ojos "acá todo está muy bien".

Un bebé hermoso de 3.650 kg termino de nacer una vez que la doctora liberó la circular de cordón que llevaba en el cuello. Recubierto de una sustancia fantástica que lo volvió tan resbaloso como un pez hizo el viaje a través de la pelvis de su madre como quien se resbala por un tobogán enjabonado. Guardamos la placenta, vaciamos la tina, levantamos el desorden y la fantástica pediatra Penelope Noriega, después de revisar brevemente al bebé y serciorarse de que estaba perfecto, no hizo mas que ayudarle a qué se acomodara en el pecho de su madre. Fantásticas médicas dispuestas a dejar de hacer para permitir que el crédito se lo lleven las madres.

El papá bajó entonces a buscar al hermoso niño que esperaba escaleras abajo y le preguntó si quería conocer a su hermano. Los dejamos entonces a los cuatro juntos y listos para iniciar esta nueva etapa de la vida familiar. Adoro los partos en casa!!!

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La clase de escafandra que quieres a tu lado cuando vas a dar a luz

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Por Mercedes Campiglia

Cuando llegué a su casa estaba, ilusionado por participar de la aventura que se avecinaba, un pequeño astronauta de fantásticos cuatro años al cual me había tocado, hace algún tiempo, ver nacer. Ayudó en todo... a llenar la tina, acomodar el equipo médico, conseguir objetos diversos y masajear la espalda de su madre con pomada para aliviar el dolor de las contracciones. En sus ratos libres se abocaba a la tarea de colorear la nave espacial de cartón que su abuela había elegido regalarle para la ocasión.

Escrito en la ventana, con muchos colores, habia un cartel de bienvenida y en la pared podía verse un montón de papelitos con frases importantes para recordar. "Ábrete cuerpo para que Vera pueda nacer" decía ella como un mantra, y su cuerpo obedeció sin repelar distendiendo tejidos y desplazando huesos para abrir paso a esta robusta nena que llegaría a sumarse a la vida famiiar.

El nacimiento ocurrió en un banco de parto colocado en la habitación más pequeña de una casa grande. Justo ahí, por ser la más cálida, en tres futones extendidos sobre el suelo se acurrucaban cada noche los miembros de esta pequeña familia a la que se sumaria la recién llegada. El parto es parte de la vida, parte de la intimidad de una familia. Parir y nacer en la habitación en la que habrás de vivir es la mejor manera de restituir la naturalidad a la experiencia del nacimiento al que hemos alejado de nuestros hogares.

105 nacimientos en casa ha atendido hasta el momento Penelope Noriega , la fantástica pediatra que nos acompañó en éste, cómo en tantos otros. Hasta el momento solo dos de los 105 niños que ha recibido fuera de los hospitales ha requerido atención hospitalaria. Las complicaciones ocurren -afortunadamente pocas veces- tanto en casa como en los hospitales. Pero cuando las cosas no salen como esperábamos al interior de las instituciones sentimos que no son imputables a lo que equivocadamente se califica como una "decisión irresponsable" y eso pacífica nuestra conciencia. Esta familia decidió acallar las voces del miedo y apostar por la confianza y el amor.

El parto en casa de mujeres saludables, atendido por profesionales capaces, con un plan claro de traslado, es una opción segura, pero no es solo eso... es la más bella de las maneras de reconocer al nacimiento como parte del flujo de la vida que corre natural y libremente por la tierra.

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Me preparé con ustedes en línea y comparto desde Australia la llegada de mi bebé.......

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Un parto Australiano, Argentino y Mexicano. 

 

Apenas me enteré que estaba embarzada, estaba feliz. Pero tambien me despertaba a la mañana o después de una siesta y pensaba que tenia que atravesar el parto. Se me aparecía como algo obviamente inevitable, pero que me daba nervios, miedo, pensamientos de dolor. Asi que decidí informarme y empezar a mirar videos, a leer. Por mas de que cada parto es único e impredescible, me di cuenta que podía prepararme y crear un plan con cosas que me gustaría, modos, posiciones y demás. Llevo dos años y medio viviendo en Melbourne, Australia y con Nacho confíamos en el hospital público, el Royal Womens Hospital. Contrario a lo que hubiese pasado en Argentina, en cada visita al hopsital me atendía una partera u obstetra diferente y el día del parto era el día donde iba a conocer a mi partera u obstetra. 

La experiencia en el hospital fue un lujo. A causa del COVID-19, se suspendió el curso de pre-parto y Mamá tuvo la genial idea de contactarme con Patricia, una amiga mexicana, doula, quien estaba ofreciendo el curso de preparto “Experiencia” por ZOOM a causa de COVID-19. El grupo en México se conectaba los lunes y por Australia el horario quedaba para martes. 

Fue una preparación especial, donde el parto se presentó como una experiencia a atravesar y en lo posible, un momento donde yo podia sentar las bases para tener el parto que me imaginaba. Por sobre todo se hablaba de que la mujer y su cuerpo, saben parir y que era un trabajo en conjunto con el bebé. A partir de ahi el parto me emocionaba, sin saber mucho que iba a pasar, el nacimiento de Rafael iba a ser un momento único. 

 

21/07/20

11:30 PM

Le dije a Nachito: “Yo aunque rompa bolsa termino este asadito y despues me voy al hospital”. Nos estabamos yendo a dormir, todo normal, hasta que sentí un chorro de agua que corría por mis piernas. “Chino….” le dije desde la otra punta del pasillo. “Creo que rompí bolsa…” Nos encontramos en el baño, unos nervios, un tembleque, me metí adentro de la bañadera para no manchar. Unas sonrisas nerviosas los dos. Llamamos al hospital, la partera me hizo un par de preguntas y me dijo que empiece a caminar y que la llamara en una hora… Empecé a caminar por la casa y caía el agua y arrancaban las contracciones. Ahí me subí a la pelota en el cuarto, era impresionante como se acentuaban las contracciones y empezaba el trabajo. Se espaciaban cada dos minutos, duraban un minuto. Nacho prendió un hornito con Oleo 31 y me contaba las contracciones desde la cama, mientras yo me movie arriba de la pelota. Era tal la mezcla de nervios, de emoción, de intriga, de sentimientos nuevos. Respetamos la hora, llamamos y nos hicieron ir. En el auto se hicieron mas fuertes. Cuando llegamos a Emergencia se empezaban a acentuar. Tardaron un ratito en atendernos, y tal vez era poco pero parecia mucho! Nacho me hacia presión en la espalda cada vez que venían. No tardaban mas de dos minutos en llegar. Yo me apoyaba contra la pared, metía la cabeza entre mis brazos, cerraba los ojos, le decia: “Ahi vienen ahi vienen”. Él en un segundo estaba haciéndome masajes. Me revisaron en un cuarto sin Nacho por COVID-19 y me costó muchísimo porque me dejaron pasar alrededor de seis tandas de contracciones sin él. Ya empezaba a hacer un poco de gemidos por el dolor, hasta que lo dejaron entrar. Ahi nos vino a buscar Molly, quien atendio nuestro llamado y nos fuimos a una sala en el hospital a que ella me revisara. Frenábamos a cada minuto en el pasillo por las contracciones, ella iba atendiendo en su celular a las mujeres que llamaban para contar que habían roto bolsa o que habían arrancado con contracciones. Me acostó en una cama, me hizo una evaluación y salió un montón de agua. Me dijo que estaba 4 cm dilatada y que pasaba a la sala de partos. ¡¡¡Que nervios!!! Antes de entrar me pregunto si tenía alguna idea de como me imaginaba el parto. Le dije, muy nerviosamente y ya con mucho dolor, básicamente como podia, que me imaginaba un parto activo, usando la pelota, la ducha, la bañadera y que no sabía si iba a aguantar o no, pero que no quería la epidural. La idea de un parto sin anestesia fue una idea que anduve reflexionando durante un tiempo largo. En el curso me habían contado sobre como el cuerpo y la mujer sabian parir, como era mejor evitar cualquier tipo de medicación que le llegara tanto a Rafael como a mi, y como mi recuperación iba a ser más veloz. Además, iba a poder sentir todo lo que pasara, iba a poder estar en movimiento y participar activamente del nacimiento de Rafael.  

 

22/07/20

1:30 AM aproximadamente.

Gracias a Dios la sala de parto sólo quedaba a dos pasos, pero las parteras tardaron devuelta un poquito en llegar y a mi me parecían años. “Porque no llega nadie?” le decia a Nacho bastante desesperada. Seguro que no tardaban nada pero, ¡a mi me parecian siglos! Y llegaron Olivia y Nun, mis dos parteras de turno, fueron increíbles. Nun, una estudiante de medicina. Ahi, ya muerta de calor y con el cuerpo que hacia de las suyas, tratando de atajarle el ritmo, me habia sacado toda la ropa, y estaba arriba de la pelota, moviéndome para poder pasar las contracciones. Habiamos decidido no bajar las valijas; donde teníamos ropa, Gatorades, barritas de cereales, gomitas, todos elementos para atravesar el parto, por si nos mandaban devuelta a casa. Nacho todavia tenía que ir al auto a buscar las valijas, me daba terror el sólo pensarlo. Pero al final estuvo bueno. Antes del parto, me daba vergüenza pensar en vocalizar o de ver que era lo que mi cuerpo pedía para poder atravesar el dolor. Al tener que pasar varias tandas de contracciones sin Nacho me tuve que concentrar con todas mis energías y agarrar alguna herramienta para atravesarlas. La elegida: la voz! Apenas se fue Nacho, me dejaron pasar a la ducha y ahi estuve trabajando un rato, empecé a vocalizar. Si es que se puede decir vocalizar. Era mas bien acompañar el dolor con un ruido que me salía de adentro. Trataba de hacerlo grave porque me habian enseñado que eso me iba a ayudar. Era durísimo estar sin Nacho y empezar a experimentar las contracciones, pero el agua me hacia tan bien. Hacia sentadillas abajo del agua cuando venian, respiraba y acompañaba cada contraccion con este gemido. Y llegó Nacho, seguro que no entendió nada cuando me vio gimiendo, haciendo ruidos y con los ojos cerrados, agarrándome de la varanda del baño como si fuese lo último que me salvara. No podia perder la concentración. Nacho ahí me dejó un espacio, y estuvo más que bien. Estaba con el traje de baño puesto, listo para entrar pero siento que percibió que no nos veia a los dos ahí, yo tenia que atajarlas con todo mi cuerpo. Después me hicieron pasar a la bañadera. Me daba un miedo cambiar de posición, en eso Nacho me ayudó un montón. Sin él, nada hubiera pasado. Y fuimos a la bañadera, me pusieron una toalla en la cabecera, me acosté, Nacho sentado al lado de mi cabeza. Me agarraba la cabeza, me hacia mimitos, me tiraba agua fría, me daba agua, gatorade, todo. Siempre ahí. Respiraba conmigo, vocalizaba conmigo, gritaba conmigo. Me decía que venía muy bien. Las parteras me guiaban, y el cuerpo, impresionantemente también. Se me dió por empezar a hacer un vaivén de lado a lado para atravesar cada tanda. A veces, era tal la intensidad del movimiento de cada contracción, de lo que hacía mi cuerpo, que derrepente me quedaba sin aire, como si convulsionara. Ese era el pico, y gritaba un poco. No lo decidia yo, era lo que salia, lo que me ayudaba a expresar y sacar para afuera, y atravesar… Y Nacho y las parteras me alentaban. Cuando entré al cuarto me di cuenta de que quedaba en frente a la recepción de las parteras y graciosamente, a veces pensaba en ellas, pobres, que me estarían escuchando. El dolor obviamente que era doloroso, pero lo que más me preocupaba era el CANSANCIO. Entre contracción y contracción (o período de contracciones, porque no era una, era un set de olas) me relajaba, Nachin me ayudaba, casi que llegaba a dormirme, hasta que sentía que venia devuelta, me daba miedo, pero trataba de pensar en ir de a poco, usaba la cabeza para eso. “Ahi viene ahi viene” Primero la primera, y la que sigue, respirando, viene esta, sigue la otra y después empieza a bajar. Pensaba en Patricia, mi gran profesora de parto, en Flor, una amiga que me habia hablado de las contracciones como “intensidades”, en Mamá que tuvo siete hijos y en la epidural. A esta última no la quería ni mencionar ni gastar mucha fuerza de pensamiento en ella. Tenía que usar toda la energía para focalizarme. Y Nacho me decía que venía bárbaro, eso me alentaba tanto. La idea de tener un parto sin medicamento fue una decisión compartida, entrábamos como equipo, los dos teníamos que estar de acuerdo. En la mitad del baño me tomaban la presión, lo escuchaban a Rafael. En la mitad, o en algún momento, no lo se, me hicieron otra evaluación. Eso fue de lo peor. Acostada de costado, mojada en la cama, con las contracciones que venían, sin el calor del agua, casi que me atragantaba del dolor. Olivia, me preguntaba antes de contarme, si queria saber cuanto estaba de ditalada. 

 

7 cm de dilatacion a las 4 AM. 

Pasaba el tiempo en un reloj enorme al lado de la bañadera, no quería ni mirarlo, igual casi que no lo mire, estaba tan concentrada, todo el tiempo con los ojos cerrados, pero siempre que quería mirarlo a Nachito, el estaba ahí. Devuelta a la bañadera. Y después de un tiempo, que ya no habia mucho descanso entre contracciones, o eran tres sets seguidos, a Rafa no se le escuchaba muy bien el ritmo del corazón, me hicieron salir de la bañadera, y pasar a la cama. Después me enteré que habia estado tres horas metida en el agua…

 

Alentando una nueva posición, cuatro patas que no me gustó para nada, termine arrodillada agarrándome de la cabecera de la cama. Nachito siempre al lado, abria los ojos y estaba ahi. No sé cuanto tiempo pasé en esa posición. Nacho me hacía masajes en los pies, en las piernas. Le pusieron como un marcapasos a Rafa en la cabeza, se escuchaban sus latidos en todo el cuarto. Momentos duros donde me pusieron acostada para evaluarme. Y en un momento las parteras me invitaron a pujar. Cuando venia la contracción, la sensación era pujar como para ir al bano. Fue raro, una presión fuertísima que bajaba por todo mi cuerpo, pero así se hicieron mas llevaderas. Nunca escuché, pero Nacho me contó despues que estaba completamente dilatada, claramente por eso arranque a pujar. Las luces del cuarto siempre estuvieron bajísimas, creando una atmósfera de intimidad especial, y miraban el progreso con una linterna y un espejo. Al principio seguía pujando con ruido, pero le pedí a Olivia que me guíe. Me dijo que el sonido me sacaba fuerza, que pruebe respirar, contener y pujar con todas mis fuerzas. Pujamos arrodillados, pujamos en cuclillas, de ambos costados con una pata levantada. Ahi Nachin me agarraba de la mano y me apoyaba en el para hacer fuerza y pujar. Pujamos un ratazo largo largo, puje tanto y con tanta fuerza que al final del parto me quedaron pequitas de sangre por toda la cara. Digo “pujamos” porque eramos Rafael, Nacho y yo, un trabajo en equipo. Después de un tiempo, vino la jefa de las parteras y me recomendó que hiciésemos una episotomía. Siempre preguntando, sugiriendo. Diciéndome todos que ya estaba ahi, que faltaba poco, que Rafael ya llegaba. Mientras preparaban todo, seguia pujando, con fuerzas renovadas asi tal vez, podia evitar la intervención. Me palpaban el perineo y me lo abrian de a poco, como para ir estirandolo. Nacho me invitó a rezar y rezamos un poquito agarrados de la mano. A la epidural nunca me la ofrecieron y nunca la pedi. Seguían los latidos de Rafa y pensaba en lo que cansado que el seguro tambien debia de estar ahi adentro. Vino una obstertra e hizo la episotomía, me dijo que me podía doler…Ni me la acuerdo, un pinchacito, lo que sea para que llegue Rafael que seguia tardando pero que estaba cada vez más cerca. Yo transpiraba ya por todos lados de la fuerza. Y como el corazón de Rafael se empezaba a cansar, empezaron a entrar más médicos. A esta parte no me la acuerdo mucho, pero Nacho me dijo que la sala se convirtió en un estadio donde aparecieron mas obstetras para mirar, aconsejar y hacer. En mis momentos de descanso, los médicos se presentaban con su nombre y me pedian permiso para verme pujar. Agarrada a una palanca y a la mano de Nacho mientras él me agarraba de una pierna para ayduarme a hacer fuerza, di los ulitmos pujes. No tenía mas fuerza pero igual, me pedían que puje, y yo pujaba. Esta vez me aconsejaron que pujara más despacito , y salió la cabeza… pero se le trabaron los hombritos!!  Médicos y parteras me sostuvieron y mientras pujaba, lo empujaron a Rafael también presionando mi panza. Ya no escuchaba mucho los latidos de Rafael, no se si era el cansancio del trabajo o la inevitabilidad del momento o no escucharlo y le dije a Nacho: “Que lo saquen ya!!!” Pobre Nacho, que miraba todo, que podia hacer el!! Lo mas importante es que se quedo al lado mio… Y…..SALIO!!!!! 

 

6:45 AM

Todo calentito, pegajoso, chiquito, amoroso. Me lo pusieron arriba de la panza. A esos ojitos que me miraban desde la panza, con un llanto amoroso y tembloroso y las manitos que iban para todos lados, no me lo olvido mas. Hola Rafael!!! Me presente: soy Elisa tu mamá, el es Nacho tu papá, te queremos mucho Rafael, te estabamos esperando…

 

 

Despues de una hora, donde Nacho cortó el cordón, me cosieron y estuvimos en contacto piel con piel con Rafael, me levanté de la cama y me fui a bañar, como si nada hubiera pasado. Nos fuimos los tres, Nacho con las valijas, yo empujando a nuestro tesorito en su carrito, caminando victoriosos al cuarto de recuperación. Volvería a repetirlo todo devuelta…

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Corazón de mangle

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Por Mercedes Campiglia

Estuvimos una noche entera en su casa... mi rebozo pasó de sus caderas a mi espalda cuando la madrugada llegó esa hora cerca del amanecer en que la noche se congela. "¿Te toca velar muy seguido?" Me preguntó él mientras jugueteaba con uno de los dos gatos que ya habían examinado atentamente mi maleta y mis intenciones hasta concederme su confianza. "A los bebés les gusta nacer de noche" contesté.

Pero no nació de noche Julia, rompió el alba y nos encontró tomando té con galletas de miel y dormitando tirados en los sillones de la casa entre una contracción y otra... por más posiciones, jalones y meneadas, el útero no terminaba de regularizar su marcha.

Su médico la citó en el hospital y ya no pude seguirles en este último paraje que recorrieron en tierras estériles y asépticas. Julia terminó llegando al mundo, unas horas más tarde, a través de un tajo abierto a las carreras en el vientre de su madre. Su médico marcó mi teléfono ya dentro del quirófano para que la ayudara a relajarse porque estaba aterrada. La placenta se había desprendido minutos antes ¡Qué tiempos más extraños! Yo la miraba llorando y trataba de que mi mirada viajara a través de la pantalla para posarse al lado de su cabeza. Trataba de abrazarla con palabras cálidas que la arroparan mientras temblaba de frío y de miedo. 

Nació su nena, llegó a su pecho, les mandé un beso y corté la llamada para que pudieran disfrutar del encuentro entre los que de verdad estaban. Qué retos nos plante este tiempo enrarecido en que los corazones han tenido que extender sus ramas para llegar a enlazarse con los otros, a pesar de la distancia, como se extienden las raíces de los árboles para beber el agua formando manglares.

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La luna y el vientre

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Por Mercedes Campiglia

Luna llena. Yo no lo sabía pero me enteré cuando los partos empezaron a atropellarse. Hace tiempo un muy querido amigo astrónomo me sugirió que hiciéramos un proyecto para corroborar si era estadísticamente cierto esto de que los partos se relacionaban con la luna. Nunca concretamos la iniciativa pero yo personalmente estoy convencida de que existe una relación oculta entre la redondez del astro y los vientres abultados de las embarazadas.

Estaba pendiente de una mujer que había iniciado contracciones hacía 10 horas, con todo listo para salir a su encuentro y esperando solo una última llamada, cuando escuché la suave voz de Itzel Marr anunciándome que estaba en la casa de otra de las mujeres que darían a luz en estos primeros días de agosto, inflando la tina y preparándolo todo para un nacimiento que pensaba que ocurriría pronto. Tomé la maleta que estaba lista para el otro parto, subí al coche y me dirigí a toda prisa a este nacimiento del que no tenía noticia de que hubiera arrancado, mientras veía entrar a mi celular los mensajes de la otra pareja avisando que las contracciones empezaban a ser fuertes y regulares. 

Afortunadamente la vida me ha llevado al mejor de los equipos. Mientras conducía a toda prisa por la autopista siguiendo las indicaciones del Waze, logré contactar Guadalupe Trueba que se ofreció para acompañar a la pareja mientras yo me desocupaba. Ella, a su vez, contactó a Patricia Ochoa para pedirle que la supliera en la clase que tenía que impartir esa noche, quien contactó a Ana Maza para solicitarle apoyo logístico. 10 minutos, todos los planes cambiados, todos los flancos cubiertos. Una revolución ocurre cuando un parto arranca, así es siempre. La mente se muestra resistente a desordenarse pero cada vez que sus planes se derrumban resulta evidente que la vida es mejor que cualquier cosa que podamos planear. 

El primer parto al que llegué era el segundo de una pareja a la que había acompañado antes y en cuyo proceso estuve íntimamente involucrada; era uno de esos nacimientos que sencillamente no me podía perder. Ella había pujado a su primer hijo rodeada de varones expertos que le daban indicaciones haciéndola sentir incapaz de vérselas con su cuerpo. Había tenido que librar una auténtica batalla interior y manifiesta hasta llegar a este momento, un parto en casa rodeado de mujeres: Itzel Mar y Penelope Antonieta Noriega Zapata a su cuidado. 

Armó un refugio personalísimo con una manta tirada en el suelo y una película de su infancia corriendo como telón de fondo de sus movimientos de gata. Pidió agua primero y luego tierra hasta que encontró el modo de negociar con sus músculos, sus huesos y sus emociones sin que nadie le ordenara nada. Salió este niño de su cuerpo rompiendo todos sus miedos y liberándola de antiguos grilletes y fantasmas. En la habitación en la que dio a luz a su segundo hijo había una placa en honor a la desobediencia. Y así fue su nacimiento, desobediente ante las voces que intentaron a gritos amedrentarla cuando decidió que su cuerpo le pertenecía. Su compañero estuvo esta vez a su lado, solidario, absolutamente respetuoso y empático, acompañándola, amándola.

Ayudé a ordenar algunas cosas, les di un beso y salí a encontrar a la otra pareja que iba rumbo al hospital al cuidado de Guadalupe Trueba. Ella era perfecta para este segundo parto que estaría a cargo de su entrañable amigo y compañero, Ramon Celaya Barrera. Cuando la revisaron nos encontramos con la noticia de que tenía apenas dos centímetros de dilatación, contracciones que no terminaban de regularizarse y un bebé en posición posterior... supusimos que tendríamos un largo camino por delante, pensamos también que no podría haber dos doulas en un momento como éste en el que unos pocos hospitales permiten a gatas las entradas de una. 

Pero, como dije, la vida tiene sus propios planes. Una manteada, un médico sabio, la apertura de una institución con la que hemos trabajado de forma cercana, el Sanatorio Durango y un golpe de buena fortuna acomodaron las cosas para que cuatro horas más tarde estuviéramos recibiendo a este bebé que nació en una sala llena de amor: Sus dos padres, dos doulas, dos ginecólogos porque Ramon Celaya Barrera se acompañó de la increíble Laura Bello, dos pediatras amigos de la familia y algunas enfermeras. 

Me tenía reservada el destino la sorpresa de acompañar en un mismo día dos fantásticos nacimientos, uno de ellos al lado de quienes han sido mis dos grandes maestros en este camino, los que abrieron para mí las puertas de la atención humanizada. En verdad no conviene aferrarse a los planes porque la vida está llena de sorpresas que son siempre infinitamente superiores a nuestra idea limitada de lo que la realidad debería ser.

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Un nacimiento inolvidable

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Por Mercedes Campiglia

La vida es verdaderamente sorprendente; no hay manera de amodorrarse en ella porque de una sacudida te espabila y te levanta. Se elaboró un plan de parto para este nacimiento; ocurriría en un hospital porque ella había tenido varias pérdidas antes de lograr el embarazo, padecía además de un problema de coagulación y había sufrido una perforación uterina por cuestiones que no viene al caso explicar en este relato. Habíamos acordado con su médico, sin embargo, avanzar lo más posible en casa. Las contracciones no tardaron en regularizarse así que me fui a verla unas pocas horas después de que hubieran empezado y la encontré metida en la tina de su cuarto con enormes ganas de pujar:

- "Debemos prepararnos para salir al hospital".  
- "No creo que sea capaz de levantarme". 

Le pedí que me dejara ver entre sus piernas y cuando las separó encontré un mechón de pelo que me hizo saber que no podríamos ir a ninguna parte: "Está por nacer, avisa al médico", alcancé a decirle al padre.

Salió la cabeza y mis manos estuvieron ahí para sostenerla mientras corrían por mi mente todas las imágenes de tantas otras manos que había visto recibir niños bajo el agua. "No debe salir la cabeza al aire hasta que el cuerpo haya terminado de nacer" apareció como un relámpago en mi cabeza. "Esperemos a que rote", creo haber dicho, y sentí como esa cabecita grasosa y pequeña giraba entre mis mis palmas... El cuerpo no salió de inmediato y mis dedos hicieron los movimientos que alguna suerte de memoria misteriosamente, impregnada en sus yemas, les dictaron. Recorrieron el cuello en busca de una circular de cordón, la encontraron, la sujetaron firmemente y la deslizaron través de la cabeza liberando el cuerpo que terminó entonces por nacer.

"La bebé al pecho de su madre, mantenerlos calientes es lo más importante"; lo he dicho cientos de veces y ahora simplemente las manos se encargaban de hacer lo que la lengua había repetido en tantas ocasiones. Mis dedos constataron, el cordón bombeara sangre: "Nacen con su propio tanque de oxígeno, qué alivio". No lloraba. Sé que no todos los bebés lloran al nacer, especialmente después de un parto sencillo, pero ésta nena estaba, por azares del destino, a mi cargo. 

El ginecólogo venía en camino, no había pediatra. Las sequé muy bien y nos mudamos a la cama. Mis manos manotearon el teléfono y marcaron. Necesitábamos una voz autorizada para que nuestros corazones recuperaran el ritmo. ¡Qué inmensa alegría tener a quien llamar! ¡Qué inmensa alegría contar, entre los contactos, con los datos de aquellos en cuyas manos pondrías sin dudar la más preciada de las vidas! Llamé y contestaron, solidarios, calmos, empáticos, los compañeros de siempre, con los que hemos caminado tantos nacimientos lado a lado. Nunca podré agradecer lo suficiente que recibieran mi llamada a pesar de estar fuera de la ciudad descansando, que nos dijeran que todo estaba en orden después de una primer consulta express por videollamada, que encontraran quién pudiera apoyarnos a pesar de que tenían otros dos nacimientos en curso y todos los equipos ocupados. Respiramos. "¿Tienen un calefactor a mano?" Afortunadamente había uno en el que fuimos calentando mantas para mantener tibias a la niña y a la madre.

Media hora más tarde llegaron los ginecólogos a recibir la placenta, misma que los padres sembraron en una maceta unos días más tarde para que después de haber alimentado a su hija, nutriera ahora una nueva vida. Entraron a la habitación sonrientes y relajados, dándole la bienvenida a lo inesperado en lugar de fingir que podían comandar al mundo. Nos sentamos alrededor de la cama de la familia a charlar y esperar que llegara la pediatra, a la que le tomó un par de horas recorrer la ciudad. Mientras tanto yo aprovechaba para darle a ella una sobadita en las piernas, no sé bien si para relajarla o para relajarme.

Esta niña no estaba dispuesta a que su llegada pasara inadvertida y, como la realidad anda tan escandalosa en estos tiempos, ella se puso a tono y decidió hacer una entrada triunfal en nuestras vidas.

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De pronóstico reservado

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Por Guadalupe Trueba

Un parto de pronóstico reservado, fluyó increíble gracias a la “reboceada” de Mercedes, la actitud de total colaboración de la mamá, el amor y entusiasmo del papá y un equipo fenomenal conformado por el genio del Dr. Ramon Celaya y de la Dra. Ana Laura Bello.

El Universo se confabuló para que lo que se pronosticaba como un parto muuuuy largo y difícil, se convirtiera en uno de esos ejemplos en los que la naturaleza decide contribuir.

Tras 15 horas de haber iniciado contracciones la realidad al llegar al hospital era que el cuello del útero tenía dos centímetros de dilatación, estaba posterior y el bebé estaba posterior también. Un escenario no era muy favorable que digamos; sabíamos que nos esperaba una noche y madrugada de trabajo sin la certeza de que ello fuera suficiente para que el bebé se acomodara para nacer. Pero con ayuda de los movimientos, masajes en el abdomen y manteadas, realizados por Mercedes, la siguiente exploración del doc Celaya una hora más tarde nos sorprendió gratamente a todos. Dilatación de cinco centímetros y sugerencia de romper membranas para saber cómo estaba el líquido amniótico. Nuevamente el Universo se confabuló porque a escasos instantes de introducir el amniotomo, se rompieron espontáneamente mostrando un líquido claro que todos celebramos. En la siguiente exploración se rechazó el labio anterior del cuello, el bebé iba girando y acomodando su cabecita para nacer. 

La mamá aceptaba toooodo y realizando cuanto se sugería hasta que logró empujar a su bebé para conocer este mundo. Con sus pujos en cuclillas logró acomodarlo en la posición adecuada para nacer. Aún no sabían si era niño o niña… 

Cuando la fatiga se hizo evidente durante el pujo le ofrecí un Gatorade para que tuviera mas energía y se lo bebió casi completo poco antes de que naciera la belleza de criatura. Los latidos de su corazón hasta poco antes de nacer eran más que confiables para seguir en el camino. Y el doc. Celaya -con la sabiduría que le distingue- guió un expulsivo perfecto para que no hubiera laceración alguna en sus genitales.

Bebé en perfecto estado de salud al nacer que fue colocado piel con piel con su mamá... un papá conmocionado que decía una y otra vez que no habían palabras para describir lo que estaba presenciando.

Tiempo total desde la llegada al hospital hasta el nacimiento cuatro horas!!! Algo que parecía imposible lograr.

¿Y cómo terminamos después de este hermoso y revelador nacimiento? Abrazándonos y festejando la vida. No hay forma de detener la felicidad de un nacimiento así... con o sin COVID 

El Universo es tan poderoso que todos los implicados en este parto, si bien cuidamos y nos cuidamos... sabemos de corazón y por intuición, que estaremos bien y saludables para seguir en el camino de promover el parto fisiológico que sorprende y además confirma que lo que es es y lo que no, pues no.

Yo no puedo dormir... es mucha la emoción y gratitud con la vida y la profesión que me ha elegido. La oxitocina es gruesa... se trasmite... se derrama para cada uno de quienes estuvimos presentes en el nacimiento de Lucas y atestiguamos la felicidad de Claudia y Rodrigo.

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Un nacimiento inesperado

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Por Guadalupe Trueba

Cómo me habrá visto Paula de cansada que al despedirme de ella me dijo mirándome a los ojos con inmensa pena “perdóname por todos los jalones”. Y es que para apoyar en el parto hay que poner el cuerpo además de amor, pasión, entrega, compasión y kilos y kilos de fuerza física para sostener, jalar, cargar cuando la mamá te extiende los brazos y te mira para que vocalices con ella, para que la sostengas si sube, si baja, se inclina o se te deja caer peso completo.

Manolo también dijo lo suyo “vas a necesitar un spa para mañana”. Pero nada… la oxitocina que se derrama para todos los que estamos presentes, hace de las suyas, y al día siguiente lo único que sentía era una paz y alegría inmensas por haber dado todo y haber tenido el privilegio de apoyar con lo que pude. 

Tenía más de 18 meses sin acompañar partos -a mis 72 años no es fácil renunciar a esta sublime experiencia- pero así lo había decidido después de 4 décadas y más de 2500 partos.

El llamado de Mercedes esa mañana me sacudió y a la vez me llenó de alegría “querida me vas a suplir en el parto que recién inició”.

Llegué a un hogar que emanaba alegría, entusiasmo y una inmensa confianza por como el trabajo de parto progresaba, lento pero seguro, mientras Itzel escuchaba los latidos del corazón de Danna.

La tina de agua caliente -como suele ocurrir- daba el alivio al dolor que Paula requería. Por momentos se iba a la cama y el descanso entre almohadas que se colocaba en todos los puntos que necesitaban apoyo parecían aliviarla y permitirle un descanso del intenso trabajo. 

Los masajes fueron llegando desde los pies, piernas, caderas y espalda con la pomada de Doña Queta. Pero nada aliviaba más que las caricias y besos de su compañero que se fueron convirtiendo en voces de “tu puedes… lo estás haciendo increíble… síguele… sí así…”. 

La pelvis se abría como podía para dar cabida a una nena que pesó cuatro kilos 250 gramos.

Vocalizó y todos con ella… gritó y todos con ella… hasta que con fortaleza y decisión dijo “yo ya me voy… yo ya me quiero ir…yo ya no puedo más aquí”. Si bien ya llevaba pujando más de dos horas, estaba ante un parto desafiante y no podemos dejar de escuchar los deseos -que son derechos- de la mujer en cuanto a la forma en que desea ser apoyada para finalizar la intensa tarea.

El traslado al hospital tomó 10 minutos, la Dra. Itzel revisó nuevamente el ritmo del corazón de Danna y después de un bloqueo muy suave que le permitió a Paula pujar en cuclillas, sobre el banco de parto y con una fuerza impresionante, apareció buena parte de su cabecita por la vulva. De ahí, y como es natural que ocurra, viene la felicidad extrema, el abrazo y el descanso.

Gracias Paula, Manolo, Itzel, Penelope, Faride, Nuri por haberme recibido en el equipo.

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Avanzar en casa

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Por Mercedes Campiglia

Cerca de las 6:00 AM sonó el teléfono y me despertó de un profundo sueño que rayaba con la pesadilla, uno de esos sueños de los que agradeces despertar. Yo no sabía siquiera que las contracciones habían empezado y ahora la voz de un hombre, que me costó reconocer en medio del sopor que caracteriza el tránsito entre el mundo de la vigilia y el de los sueños, me ponía al tanto de que el proceso estaba avanzando rápidamente. 

Salté de la cama a la ducha, preparé un té y salí hacia su casa cuando los pájaros empezaban a cantar. Segundo bebé, no podíamos esperar demasiado pero el plan era avanzar en casa la mayor parte antes de desplazarnos hacia el hospital que habían elegido para el nacimiento. En estos tiempos hacer el menor uso posible de las instituciones de salud se ha vuelto prioritario; su médico estaba de acuerdo así que estuvimos en comunicación para definir juntos el momento del traslado. 

La casa estaba en penumbras; olía a sueño y sábanas revueltas. Algunos globos y carteles daban cuenta de que una niña había cumplido 4 años hacía unos días. En estos tiempos las fiestas no pueden tener invitados por lo que los padres las llenan de serpentinas para volverlas, a pesar de todo, alegres. Las contracciones eran intensas y se atropellaban unas con otras, definitivamente estábamos de parto.

Todos sabíamos que faltaba poco para que este bebé naciera pero los abuelos que cuidarían a la niña de los flamantes 4 años vivían realmente lejos, así que tardaron en llegar. Era importante esperarlos, la familia había guardado un riguroso encierro de dos semanas para asegurarse de que el encuentro fuera seguro; no habían siquiera salido a sacar la basura durante todo ese tiempo para evitar contactos. Y una madre no puede dedicarse en paz a dar a luz a su segundo hijo si no deja satisfactoriamente despachado al primero. 

En cuanto los abuelos llegaron y ella supo que su niña era feliz pudimos salir. Las ganas de pujar se volvieron incontenibles en un trayecto en el que su marido, que no perdió el aplomo ni por un instante, condujo más civizadamente de lo que yo lo habría hecho. Mientras tanto, en el asiento trasero ella negociaba con su hijo: "espera un poquito mi amor, ya casi llegamos, lo estamos logrando". 

Los médicos sabían que el nacimiento estaba cerca así que cuando llegamos nos esperaban en la puerta. Tenían la tina lista para que ella se metiera pero no logró más que apoyarse en el borde; el único que terminó disfrutando el agua tibia fue su esposo, que entró para ayudarla a dar ese paso que ya no fue posible. Estando de pie dijo: "aquí va a nacer" y vimos asomar la cabeza de Emanuel, todavía dentro del saco de líquido amniótico, entre sus piernas. 

Fue un nacimiento perfecto, el médico puso sus manos simplemente para sostener al bebé y entregárselo a los padres. No había un pediatra en ese instante pero no se requería ser neonatólogo para saber que el niño estaba perfecto. Un abrazo largo siguió al nacimiento. No hubo prisas ni interrupciones, todos simplemente conmovidos nos sentamos a contemplar su encuentro.

Y así esta cuarentena interminable trajo otro más de estos nacimientos de mujeres poderosas que han aprovechado la coyuntura para apropiarse de sus cuerpos y sus partos.

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La flor del durazno

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Por Mercedes Campiglia

Ella es hermosa, tiene una de esas bellezas que se arraigan en el alma y se extienden más allá de la piel, floreciendo como el durazno. Su sonrisa tiene la cualidad peculiar, que he visto en algunas pocas, de iluminar con un sutil brillo a la opaca materia, como si estuviera dotada de una especie de bioluminisencia. 

Su parto entonces, como era de esperarse, fue la primavera. Ocurrió de día como si la vida retirará todos los velos para no perder detalle del espectáculo. El proceso avanzó suavemente en su cuerpo hasta que estuvo lista y rodeada de sus afectos; su madre sosteniéndole la mano, su esposo metido al agua junto a ella y su entusiasta morrito de dos años saltando para hacer olas y dejarnos a todos empapados y sonrientes. 

En una tina con algunas flores y un montón de juguetes Emma salió de su cuerpo, rosada y perfecta como un durazno. Y es que así es la verdadera belleza, fresca y ligera; poco tiene que ver con la perfección y nada en absoluto con las ideas prefabricadas y rígidas que nos hacemos de ella. La belleza no es materia, es luz; la que irradian algunos seres, esa que tiene la capacidad de encender con su brillo nuestras almas. 

No podré nunca agradecer lo suficiente por toda la belleza que a mis ojos se les ha permitido en esta vida contemplar.

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La voz interior

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Por Mercedes Campiglia

16 horas pasé ayer metida atrás de una mascarilla N95 y unos goggles, acompañando a una mujer en trabajo de parto. Tuve una probada mínima de lo que el personal de salud enfrenta cada día: dificultad para respirar, visor que se empaña, temor de tocar superficies porque cualquiera de ellas podría estar infectada, sed y miedo de retirarse la mascarilla para beber agua, lo que conduce a que la garganta esté cada vez más reseca, hambre y temor de salir a comer porque alrededor del hospital circulan los enfermos y sus parientes; campo minado, gotas de sudor deslizándose por el cuerpo y la cara... pero, ante todo, la dificultad inmensa que comprende establecer un vínculo a través de semejante parafernalia. El otro, visto como potencial fuente de contagio, conduce a levantar barreras... y, en medio de las murallas, una mujer desnuda, como una ciudad sitiada, intentaba parir un hijo. 

La fuerza de esa madre y el amor de su pareja para sostenerla en su deseo de parir, a pesar tenerlo todo en contra, me resultó absolutamente conmovedora. El nacimiento no se arrancó por sí solo... ¿cómo habría de hacerlo si sabemos hace tiempo que oxitocina y adrenalina son hormonas antagónicas? Y quienes acompañamos partos en estos tiempos hemos constatado cómo una y otra embarazada pasan de largo de la semana 41 porque no hay quien se anime a ponerse vulnerable en un momento en el que las personas se refugian en sus casas porque saben que el miedo cabalga desbocado por las calles. 

Un “empujoncito” de oxitocina suele bastar para que el cuerpo se anime a iniciar el viaje, le dijo su médico, pero no resultó así en este caso, lo cual es completamente razonable considerando el hecho de que los padres eran asistidos por una doula apenas reconocible tras su coraza, que evocaba un pato y un médico que portaba una careta de Ironman. 28 horas de goteo de oxitocina -yo nunca antes había visto algo semejante- todas las posiciones, todas las maniobras y un avance microscópico pero constante. Cuando, con dilatación completa tras el titánico esfuerzo, vimos que el bebé se negaba a descender, el médico recomendó rotarlo con una ventosa: “guiar la cabeza puede ayudar para que finalmente nazca“; sonaba razonable intentarlo pero ella dijo NO. Lo dijo desde un lugar rotundo y contundente que no quedaba más que escuchar; sencillamente no quería seguir adelante. Y un parto humanizado comprende, ante todo, escuchar a la mujer y atender su deseo.

“Pensé que era más fuerte, estoy acostumbrada a conseguir lo que me propongo; lo había planeado tanto" dijo con los ojos llenos de lágrimas por primera vez cuando vio acercarse el fin de su largo y desafiante viaje. Sus palabras penetraron las murallas y estallaron, como si se tratara de cristales, todas las barreras que pudieran permanecer en pie, dejando mi corazón desnudo. 

No hay nada más que ella hubiera podido hacer, no hubo estrategia alguna que no intentara... decir NO en ese contexto era simplemente un acto de fidelidad con la voz interior que le gritaba desde las entrañas que había llegado el momento de cambiar de ruta. No se trató en absoluto de un acto de cobardía, sino de la más valiente de las decisiones, la de renunciar al proyecto al que se había dedicado en cuerpo y alma. Peleó como una leona, incansable, y pelear es también reconocer cuando se está ante una batalla que resulta preferible no librar. 

Escuchar nuestras voces, las que nos lanzan a contracorriente de lo que anhelamos, no es cosa sencilla. Requiere de enorme valentía. El parto es un camino que no queda más remedio que recorrer a ciegas, avanzando un paso a la vez, sin conocer de antemano el desenlace de la historia. Las decisiones se toman bajo el velo de una neblina espesa que impide ver lo que hay adelante de manera que nunca podremos saber el destino al que nos hubiera llevado una desviación que no elegimos. 

No queda entonces más remedio que caminar mirando el pie que avanza, dar cada paso considerando la información que tenemos disponible en el momento y recurriendo, con frecuencia, a la brújula de la intuición. Existen criterios para tomar decisiones, guías de práctica clínica que indican en qué escenario se recomienda qué cosa. Pero desafortunadamente no hay guía capaz de vacunarnos de todo riesgo por lo que la voz más importante a escuchar es la de las mujeres a las que acompañamos. 

Son ellas quienes pondrán el cuerpo y quienes se llevarán a casa los arañazos de la batalla, así que son ellas quienes deben estar todo el tiempo a cargo. Pero no es sencillo para nadie escuchar la voz de su intuición cuando no está alineada con el deseo.

Quienes las acompañamos humildemente aceptamos que no podemos más que caminar a su lado, haciendo uso de lo que nos dejan conocer nuestros saberes para asesorarlas, pero reconociendo de antemano que no somos dueños del destino de las almas. El desenlace será victorioso siempre que la mujer haya sido dueña de su cuerpo y capitana de su embarcación, independientemente de la tormenta que le toque atravesar, y habremos naufragado cada vez que intentemos tomar el timón por ella

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Hoy fui la doula que hace años alguien fue para mí

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Por Mercedes Campiglia

Su doctora les dijo que tendría que programar una cesárea para el día siguiente debido a una serie de factores que le preocupaban: el tamaño del bebé y la placenta, la presión elevada de ella, el volumen de líquido amniótico, la frecuencia cardiaca... entendiendo que ésta era la mejor vía, los padres empezaron a prepararse para recibir a su hijo en lo que imaginaban sería una cesárea humanizada a la que insistieron en que les acompañara. Pensé que poco tendría para aportar en este nacimiento pero no pude estar más equivocada. 

En cuestión de horas todo fue cambiando precipitadamente... de forma fortuita descubrieron que su doctora tenía planes diferentes a los suyos, que no pensaba atenderla en el hospital pactado sino en otro en el que no estaba siquiera contemplada la posibilidad de que el padre estuviera presente en el nacimiento. Se fueron revelando una serie de engaños que les llevaron a perder la confianza y habiéndose perdido eso no hay vuelta atrás, algo sé rompe irremediablemente. 

Buscaron entonces alguien que pudiera practicar la cirugía en la institución que habían elegido, de modo que padre y doula pudieran estar presentes. Pero en el camino encontraron mucho más que eso... se toparon de frente con la atención humanizada: una médica que les recibió de inmediato en su consultorio y fue capaz de tranquilizarlos dejándoles saber que todo estaba en orden. Pero no se conformó con eso, buscando calmar a este par de padres aterrados acudió varias veces a su casa, de dia y de noche, para cerciorarse del sano progreso de un trabajo de parto que para entonces ya había iniciado. 

Con siete centímetros de dilatación el proyecto de tener un parto se transformó sorpresivamente en la decisión de apostar por un nacimiento en casa: “Confío en ti”, dijo ella, mirando a los ojos a esta médica recién llegada a su vida cuando le dijo que si quería permanecer en casa podía hacerlo porque ella tenía todo su equipo de atención domiciliaria a mano. 

Inflamos la tina, la llenamos de agua caliente, subimos el banco de parto, informamos del cambio de planes al equipo de pediatras y, en lugar del nacimiento programado para ocurrir en una plancha de quitófano en el que la mamá estaría completamente sola, la pareja recibió a su bebé en un abrazo húmedo y tibio en la habitación de su propia casa. 

La escena me catapultó a la experiencia del nacimiento de mi segundo hijo, 14 años atrás, cuando se me dijo a mí también que mi bebé estaba en peligro y tuve la fortuna de contar con una doula que me ayudó a pensar con calma y me acercó a un ginecologo que me acogió y me enseñó lo que era la atención humanizada, cambiando mi vida para siempre. También mi hijo nació en agua, escuchando la suave música que alguien puso para mi, recibido por las manos de su padre. 

No sabía francamente que el 30 de mayo era día internacional de la doula pero no veo mejor forma de festejarlo que ésta. Confirmando la relevancia de esta labor sencilla de escucha y acompañamiento que lleva a las mujeres a conectar con esa fuerza femenina que habitaba en su interior y de pronto se les sale de las piernas y baña el mundo de vida. 

Gracias siempre Guadalupe Trueba por haber estado para mí entonces. Gracias Ramon Celaya Barrera por haberme cachado y haber abierto la puerta maravillosa que sería tan central en mi vida. Gracias Itzel Mar adorada por ser siempre incondicional, amiga, cómplice y compañera. Gracias por tu confianza en el nacimiento que ha abierto tantas bellas experiencias para montones de mujeres. Gracias por tu compañía fresca!!! 

Y gracias Kepler por tu fantástica templanza y paz interior!!! Fundamentales!!!

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Sanar desde el parto

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Por Mercedes Campiglia

Ella me pidió una consulta terapéutica hace meses con la intención de sanar la herida del nacimiento de su primer hija y abrirle paso al parto de la segunda, que para entonces crecía plácidamente en su vientre, sin saber nada de los contratiempos que habían acompañado la llegada de su hermana. 

Un par de años atrás la historia había dado un vuelco haciéndoles pasar, de un momento al otro, del agua caliente de una tina a las carreras por los pasillos del hospital. No pudo pujar, no pudo tener a su niña en el pecho, no pudo siquiera conocerla hasta horas después de que hubiera nacido... recordaba a su doctora empujando a toda prisa la camilla hacia el quirófano... anestesia general, un minuto para nacer. Su esposo, a través de una pequeña ventana y con unos ojos empañados por el llanto, veía despedazarse sus sueños de parto como porcelana que se estrella contra el suelo. El cuerpo de su mujer se había transformado súbitamente en un borbotón de sangre. 

Madre e hija salieron ilesas de la tormenta pero, aunque sus cuerpos se recuperaron plenamente, el miedo deja huellas ocultas en el alma. Supimos entonces que debíamos ser especialmente pacientes para este segundo nacimiento porque no solo a las fibras uterinas, sino también a las de nuestras emociones, les toma un tiempo encontrar el modo de funcionar tras haber sido cercenadas. 

Primer arranque de contracciones... se detuvo; su doctora le llevó a la consulta un manojo de flores del jardín para contentarla. Segundo tiempo, contracciones que no terminaban de establecerse; su doctora pasó a visitarla a la casa e instaló amorosamente todas sus cosas para dejar listo el terreno... Cuando después de una noche de trabajo descubró desolada que tenía tan solo tres centímetros de dilatación, su doctora le secó las lagrimas, le acarició la pierna, le ofreció una cucharada de miel y se quedó a su lado para hacerla sentir segura. Esa es la clase de oxitocina que se requiere en estos casos. 

Un nacimiento en casa, una casa llena de flores, dátiles y afectos. Su marido todo el tiempo a su lado, su mamá prudentemente cerca y su nena de dos años chapoteando a su lado en la tina de parto, cantando alegre y abrazándola, con menos sutileza de la que ella hubiera deseado pero con todo el amor necesario para derretirle el corazón. 

Por momentos pensó que no podría pero encontró dentro de sí el empuje que necesitaba. Cuando nació esta niña grande y rosada sus padres rompieron en llanto y la hermana mayor corrió a buscar su estuche de colores para pintarle un par de dibujos que se convertirían en su primer regalo. 

Otro bellísimo nacimiento de la contingencia que fue posible gracias a que estos padres valientes acallaron las voces del miedo... entre ellas la de un ginecólogo que les aseguró que resultaba imprescindible practicar una inducción en la semana 38 porque la bebé era tan grande que si seguía creciendo no podría nacer por parto. Y gracias también a qué se encontraron con una médica extraordinaria que permitió a la niña crecer lo que le dio la gana, sin apurar el proceso, para que naciera el día que le tocaba... interesantemente el día preciso en que su hermanita había anunciado su llegada. Ni muy tarde ni muy temprano, a las 10:20 de la mañana porque siendo domingo, tal como lo dijo su padre, “no es cuestión de madrugar”. El momento perfecto para desayunar unas deliciosas baguettes recién horneadas con crema de avellana.

Foto: Faride Schroeder

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Nacer entre pétalos de rosa

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Por Mercedes Campiglia

Cuando llegamos a su casa la luz de la tarde entraba entre las ramas de los árboles del ventanal de la sala. Había un auténtico bufete dispuesto en la barra de la cocina amorosamente preparado para la ocasión. Nos recibieron, entre emoción y risa, la madre de ella que había viajado explícitamente para estar presente en el nacimiento de su segundo nieto y la hija de diez años que se había preparado para la ocasión tomando todas y cada una de las clases del curso psicoprofiláctico y ahora, cámara al cuello, se disponía a documentar el evento. Se asomó también a explorar el terreno un perro de edad respetable, que después de olernos y serciorarse de que non epresentabamos una amenaza, se refugió en su cama un poco intimidado por la cantidad de gente. 

Su doctora había llegado ya cargada con todos sus bártulos y empezaba el ritual de inflar y armar la tina detrás de un biombo que la familia había colocado para dar un poco de privacidad a la zona destinada al parto. Su fotógrafa tomaba imágenes con su cámara y un rato más tarde llegaría el pediatra para sumarse a la comitiva de recepción que, a estas alturas, estaba de fiesta. 

Tras terminar de instalar lo necesario, los padres se pusieron su ropa de parto y empezó el viaje. Ella es una mujer extraordinariamente fuerte. Había tenido a su primer hija en un parto muy veloz siendo muy joven y ahora apenas nos dábamos cuenta de que tenía contracciones cuando su cervix llevaba más de la mitad del camino andado. 

Una vez que el escenario estuvo listo y que encendió todas las lucecitas instaladas en la casa para la ocasión, se dispuso a parir. Trabajamos un rato en la habitación y en un instante cambió todo... el barullo inicial dio paso a los mantras, tomó su mala en la mano izquierda y empezó a recitar nombres que yo no conocía cuando las contracciones sacudían su cuerpo. 

Su hija mayor iba y venía -ella la llamaba para sentirla cerca- su compañero se clavó a su lado y su madre esperaba ilusionada guardando una distancia prudente de la escena. En muy poco tiempo supimos que el nacimiento estaba cerca. Suele ocurrir de esa manera cuando se permite que los procesos arranquen sin presiones. Ella tenía a estas alturas 41.3 semanas de embarazo, había sentido contracciones unos días atrás que se detuvieron sin que nadie se preocupara por ello, y en esta segunda ronda de trabajo el útero se encontró con un cérvix blando y dispuesto a abrir.

Entró al agua que entre su hija y su madre se encargaron de llenar de pétalos de rosa. Su marido se sumergió con ella abrazándola por la espalda y todos los demás nos colocamos alrededor de la tina curiosos de ver el espectáculo de la llegada de la vida. 

Después de parir a su niño y su placenta, lo cogió en brazos y se fue caminando, sin necesitar ninguna clase de ayuda, a sambullirse ahora en una cama de sábanas suaves, donde cabía toda la familia -hasta el perro- y ahí se fueron conociendo mientras se disputaban el derecho de tener un rato al bebé en brazos. 

Cuando se recibe a un niño de esta manera, se le está enseñando sutilmente desde el primer instante de vida, que el mundo al que llega es un banquete, que su arribo es una fiesta y que lo que le aguarda es amor y belleza. De verdad son algo especial los partos en casa. Gracias a los equipos de profesionales que los hacen posibles!!!

Foto: Itzel Mar

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Yo no lo sentí así

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Por Mercedes Campiglia

41 semanas de embarazo, inducción, prostaglandinas. Después de la segunda dosis, con dos centímetros de dilatación, su cuerpo se puso a trabajar a marcha forzada. Ningún recurso resultó a partir de entonces suficientemente bueno para mitigar la inquietud interior que construye el trabajo sin descanso. Aún así, ella fue abriendo una brecha por la que transitar; abrió su cerviz pero también su intención a la experiencia.

Avanzamos con dificultad, con resistencia, haciendo camino con un machete en medio de la maleza... la dilatación progresaba de forma acelerada, tanto que las emociones no lograban alcanzarla. Masajes, posiciones, agua, suspenciones, amor... todo funcionando a medias porque ningún recurso era tan veloz como el ritmo de su cuerpo. 

Cerca del final una pequeña zarandeada con una toalla que hizo las veces de rebozo porque el mío tiene, por el momento, prohibida la entrada a los hospitales. La cabeza chueca de su bebé se enderezó y pronto vimos su pelo asomando tímidamente en el sexo de su madre. Pujo, pujo, pujo... agotamiento, agua fría en la cabeza. Pujo, pujo, pujo... esfuerzo máximo, aire fresco, esencias. Esfuerzo máximo, mínimo progreso.

Salida del agua, ella en la cama, todos nosotros rodeándola. La niña tenía que nacer pronto, no había tiempo para sutilezas. Usamos nuestros cuerpos como apoyo, como polea, como soporte, para optimizar al máximo en el esfuerzo, mirando de reojo la ventosa que estaba ya desempacada y a mano, deseando no tener que hacer uso de ella. Un último empujón en el que dejó el alma, todos alentándola, mucho ruido en la habitación. Nació finalmente la cabeza, meconio, circular en el cuello. Un pujo más y se deslizó el resto de su cuerpo. Tuvieron que llevarla a una mesa al lado de la cama de su madre y darle un pequeño empujón hasta que finalmente se puso rosada y fuerte. Su madre la consolaba diciéndole “eres valiente hijita, vas a estar bien” mientras sentía salir una cantidad abundante de sangre de su cuerpo.

La pediatra impecable, en cuanto vio a la niña recuperarse la puso en el pecho de su madre donde rápidamente se las arregló para encontrarse con la leche. Paró el sangrado. Todos respiramos. 

"Te digo la verdad, creo que mi cuerpo no produce oxitocina. No sentí eso que dicen que se siente en los partos. No me sentí en drogas, no experimenté de forma instantánea el amor más intenso de mi vida. Estoy feliz pero tranquila, como algo zen". "Te digo la verdad... yo tampoco lo sentí", le respondi acordándome del nacimiento de mi primer hijo que ocurrió en circunstancias muy similares. 

Me pidió un minuto, me tomó de la mano en silencio, cerró los ojos y finalmente las emociones lograron alcanzar la carrera desbocada que había emprendido su cuerpo. Un par de lágrimas salieron de sus ojos, no supe lo que lloraban. le di un beso y me fui a casa exhausta.

Cada parto es único, no hay una buena y una mala manera de parir, parimos desde lo que somos, desde lo que nos ocurre. Parimos desde la verdad más absoluta de nuestro ser y eso es lo que hace de los nacimientos un acto absolutamente humano; revelador, agotador, potente y fantástico. Hoy ella no es diferente, no tendría por qué serlo... es la misma que siempre fue, pero con un cuerpo y un alma que fueron expandidos.

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Maternidad

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Por Mercedes Campiglia

Este 10 de mayo inició para mí con una de las escenas más bellas que la vida me ha dejado atestiguar. No existen palabras suficientes para narrar la hermosura de este nacimiento. 

Ella ginecóloga, madre de un niño de cinco años nacido por cesárea, me llamó hace un par de semanas para pedirme que la acompañara en su segundo nacimiento que estaba planeado para ocurrir en casa. No lo había pensado así originalmente pero sus compañeros, ante la situación que estaban viviendo en los servicios de salud, le aconsejaron, en lo posible, mantenerse alejada de los hospitales. 

Ellos vivían muy lejos de cualquiera de las instituciones que su doctora ocupaba como alternativa en caso de traslado, así que se instalaron para el parto en casa de la familia de ella, por lo que en el nacimiento estuvieron presentes no solo su hijo mayor sino también un hermano, una cuñada, una sobrina que estudiaba medicina y hasta una cineasta que está documentando partos en casa durante la pandemia a la que le concedieron el privilegio de estar presente en un momento tan íntimo. 

Cuando llegamos Mari temblaba como una hoja y estaba tomada por el pánico. Tenía cuatro centímetros de dilatación, un bebé al que le faltaba descender y un cervix que parecía resistirse a ceder. Ella sabía perfectamente lo que todo eso significaba. Pero aun así empezamos a trabajar, las dos solas en una habitación oscura de la casa, mientras el resto de la familia y su doctora inflaban y llenaban la tina que habría de instalarse en la sala. 

“De lo único que me acuerdo es que me dijiste que había que bajar al séptimo suelo a buscar al hijo y traerlo desde ahí hasta la vida y me pregunto en qué piso estoy ahora”. Y así es realmente, los hijos los tienen que ir a buscar las mujeres a lo más profundo de su ser para arrastrarlos de esa cueva oscura hacia la existencia. 

Algo especial sucedió entones entre nuestros corazones, se enlazaron de una misteriosa forma; ella decidió sumergirse y se dejó llevar de la mano en un viaje profundo y sutil que recorrimos a traves de sus reinos. Cambiaron los sonidos, el temblor dio paso a los balanceos y acompañadas por una bellísima música que había elegido nos entregamos a la tarea de abandonarnos. Pocas veces he visto mujeres transitar tan dramáticamente de la resistencia a la absoluta entrega.

Cuando finalmente se apagaron los infladores y las mangueras, cuando dejaron de subir y bajar cubetas de agua y ollas calientes, cuando se instalaron el banco de parto y las flores y el altar que ella había armado en lo que algún día había sido un comedor, la familia se escondió discretamente en las habitaciones para dejarle la casa a ella. Nosotras bajamos a esta bellísima sala de partos que había nacido en el corazón de la casa desplazando mesas y sillones y ella se sumergió en un agua caliente llena de flores y olor a lavanda. 

El primero en asomar fue su niño, que de inmediato se acercó curioso a observar cómo gemía su madre quien, para entonces, rugía ya como una fiera. De a poco fue asomando el resto, la sobrina se sentó junto al niño y los demás encontraron la manera de participar amorosa y sutilmente de la escena apoyando en la tarea de mantener caliente el agua y accesible lo que se necesitara. Su compañero se instaló directamente frente a ella, la tomó de las manos; de a ratos le sonreía y de a ratos a su hijo mayor; les contaba al oído cosas que ninguno de nosotros pudo escuchar pero que eran sin duda las cosas indicadas. 

No hubo ni una pisca de miedo o desconfianza, no hubo ninguna clase de imporsación ni estridencia. Todo fue prístina y absolutamente auténtico. Un ir y venir entre negociaciones con el hijo que nacería, mentadas de madre y súplicas de ayuda al dios de sus altares. Ella se tocó y sus ojos se iluminaron cuando pudo sentir lo que había sentido tantas veces en la vaginas de otras mujeres, la llegada estaba cerca. 

Dudó primero y luego decidió que debía empujar con fuerza. Su bebé nació en el momento justo en que la pediatra cruzaba por la puerta. Una fiesta de la vida, en la que la mirada bailaba deslumbrada entre la belleza del amor de la pareja, la protección de la familia y, al centro de la pista, este pequeño niño de ojos inquietos que vio sin pudor ni miedo cómo su hermano salía del cuerpo de su madre y cómo le seguían la placenta y la sangre. El bebé le pareció “muy bonitito“ y estaba feliz de tener un hermano. Cuenta su tía que en un momento se acercó a la habitación y le dijo: “vengo a respirar un poco para relajarme y regresar con mi mamá”. 

Entre todos ordenamos el pequeño caos que acompaña la llegada de la vida. No faltaron manos para trapear, acarrear cubetas de agua, levantar toallas y trapos húmedos. La sobrina lavó la placenta, la cuñada consiguió un bello papel y la doctora hizo una impresión como recuerdo. 

Y hoy, habiendo sido mi día de las madres inaugurado con semejante escena, no puedo más que pensar que la maternidad nada tiene que ver con tarjetas de rosas ni las frases melcochosas, la maternidad es la valentía de adentrarse en las catacumbas del ser, de pelear batallas descarnadas con los demonios y arrastrar a la vida de los pelos. La maternidad es aguerrida, está llena de sangre, es estridente como un grito, como un rugido... y es generosa porque comprende romperse en mil pesados para darle paso al otro. confiando en que mágicamente volveremos a reconstruirnos... y cuánto damos el salto al vacío descubrimos que efectivamente nos rearmamos, pero ahora más amplias.

Foto: Faride Schroeder

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